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El circo del tiempo en el que vivimos, donde a lo bueno lo llamamos malo y a lo malo bueno, donde la belleza, ya no es belleza (¿a que horas se empezó a llamar arte a Merda d’artista?), donde la inocencia de los niños quiere ser manoseada con películas y programas que los quieren incitar desde temprana edad al libertinaje sexual y a cuestionarse cuál de los infinitos géneros (todos los días alguien se inventa uno nuevo) debería escoger. Lejos de quitarnos la esperanza en el futuro, nos ruega a gritos a quienes tenemos una posición diferente a la que este tiempo nos vende, que debemos de alguna manera mantenernos firmes en nuestras convicciones y hacer valer nuestros disensos frente al statu quo.

Que debemos salir de nuestras rutinas, la obsesión por la carrera, el trabajo, o el negocio,la rutina por conseguir el éxito material entre semana y los fines de semanas, salir a consumir netflix, películas o salir a tener roces sociales que nos alivien en cierta forma la existencia.

Hoy las facciones progresistas, con ganas de acabar con lo construido por nuestros padres, abuelos, ancestros, quieren enviar todo al abismo para hacer todo de nuevo, un borrón y cuenta nueva que para que suene más bonito e intelectual lo han querido llamar: la deconstrucción, una teoría que ha ganado popularidad en las últimas décadas, especialmente en el ámbito académico. 

Para Byung-hul Han: “los rituales configuran las transiciones esenciales de la vida; son formas de cierre”. La deconstrucción quiere deconstruir la religión, y hoy por hoy nos invita a ser nuestros propios señores y dioses, trasladando la carga de la existencia al ser creado y no al Dios creador. Quiere deconstruir nuestra identidad sexual, ofreciendo un variopinto de opciones, quiere deconstruir nuestro sentido patrio, por hacernos ciudadanos de ninguna parte, quizás para limitar la búsqueda del sentido a una búsqueda de genero, de “identidad universal”. La otrora búsqueda del sentido, llevó a un Viktor Frankl en medio de un campo de concentración nazi, a una profunda reflexión personal y al final, universal, sobre el sentido de la vida.

Hoy algunos están desaprovechando esa oportunidad de cuestionarse el sentido de su vida, por vivir su libertad, por su libre expresión, por ser diferentes al resto con un color de cabello diferente, un tatuaje diferente, una pinta o viaje, una experiencia diferente, pero al final guardar en su interior, la misma esencia de todos. Cómo diría Laje: jamás se ha celebrado tanto la “diversidad” -como en nuestro tiempo- pero jamás la gente había sido tan igual en todas partes.

Una invitación a darle un sentido a este tiempo, hoy indudablemente nos lleva a defender lo construido, defender las instituciones, defender la familia, defender la iglesia, hoy hacer esto es de rebeldes. Que en cada flanco en el que nos encontremos (político, cultural, empresarial, académico, etc), aportemos algo a esta guerra cultural que quiere acabar con los valores, los principios y el legado con todos sus defectos que tanto le ha costado a la humanidad; mejorarlo sí, pero no destruirlo.

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