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Ha sido un gesto sencillo, que al parecer pretendía ser discreto, pero se ha enterado el Corriere della Sera y con él, media Europa. La enoteca de Antonio Ferrari, un italiano residente en Padua sin descendencia y que se ha pasado la vida entre fogones –y viendo de todo en el proceso-, descontó hace unos días 13 euros (unos 40.000 pesos colombianos) a un grupo de seis adultos que fue a comer con cinco niños, de entre cuatro y seis años, por buen comportamiento infantil.

La historia, que se está propagando como la pólvora en Europa entre confusos padres y solteros con malas experiencias en la cena, es la siguiente. El grupo entró, con total normalidad, y se les fue asignada una mesa. Se sentaron. Pidieron bebidas y platos principales. Cuando éstos llegaron, los niños comieron hasta hartarse, se entretuvieron en silencio y, ante la atónita mirada de los camareros y del propio Antonio, trascurrieron dos horas de paz. Ni un grito. Ni un cubierto al suelo. Sin carreras entre los comensales. Sin llantos.

“Daba gusto verles”, resume Ferrari, esta vez al diario local. ¿Cómo no premiar un acto similar en su frecuencia al paso del cometa Halley? Así nació el “descuento niños educados”, como se lee en una factura ya famosa que el hostelero comenta aún perplejo por asistir a una escena, por decirlo suavemente, escasa a estas alturas de siglo, cuando rebosan los padres “friendly” y el libertinaje educativo.

Para dar más detalles del suceso, el Corriere, al estilo Cluedo, aporta datos relevantes: en la mesa no había ni tablet, ni smartphone. Había, atención, solo lápices de colores y folios para dibujar.

La cuestión, por poner una última frase relevante de Ferrari, que promete volver a hacerlo si la situación se repite, se resume en esta descripción: “había sido un espectáculo demasiado bonito ver cómo (los niños) interactuaban en aquella mesa, con tanta compostura”.

Esto es noticia en Italia, pero podría serlo en cualquier país –solo la identificación explica la difusión que está teniendo la factura de la enoteca – y más de un restaurante elegiría hacer un descuento a cambio de no oír gritos, ver correr a las criaturitas entre las mesas o, en casos extremos, arrojarse comida con mala puntería para desgracia de la mesa de al lado, mientras los padres degustan relajadamente su cena. En definitiva, muchos locales harían rebajas a cambio de que se les permita hacer su trabajo.

Ahora, podemos hacer dos cosas. Comentar alegremente la feliz idea, que según Ferrari ha copiado de un restaurante de Miami, o pensar qué está yendo mal para que una cena tranquila con menores se edad se pueda definir como “espectáculo” y no se descarte la idea de hacer promociones.

También, y no nos estamos saliendo de la superficie, en qué momento se llegó a la conclusión de que  los restaurantes son espacios similares al parque, y no lugares de trabajo en los que sí, se presta un servicio, pero no es el de guardería.

La creciente demanda de espacios solo para adultos, -una tendencia que llegó hace tiempo la celebraciones como las bodas- no está asentada, como muchos padres quieren creer, en una suerte de fobia a los niños, sino a los padres maleducados. Mientras ellos no se corrijan, al menos tendremos Padua.

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