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He sido “caracolera” durante la mayor parte de mi vida. Mi papá nos despertaba, todos los días, primero con Yamid Amat y luego con Darío Arizmendi; a esa costumbre se sumaron mis hermanos que hoy hacen lo mismo con sus familias, aunque más temprano: a las 3 o 4 de la mañana sintonizan Caracol. Después, durante la universidad y en el ejercicio periodístico me mantuve fiel a Caracol.

Solo una vez -recientemente- traté de cambiar de dial porque la emisora estaba cayendo en aquello en lo que a veces cae, falta de renovación en materia de entrevistados: las mismas declaraciones de los mismos funcionarios de alto rango, los mismos políticos entrevistados.

Mi rebeldía duró apenas un par de días. Regresé a Caracol porque me gusta su formato, el hecho de que permanentemente están soltando noticias, su equipo de periodistas, sus voces.

Cuando Caracol Radio decidió hacer alianza con Red+ Noticias, dirigida por ese caballero y profesional de la información que es Álvaro García, para llevar el noticiero radial a la pantalla del televisor (de lunes a viernes, de 6:00 a.m. a 8:00 a.m. y a las 12:00 m., por Claro TV), la cosa me causó curiosidad. Hablando en términos comunicacionales, era como meter un formato dentro de otro.

Como soy “caracolera”, apenas me levanto, enciendo mi radiecito (no lo escucho en el celular como hacen muchos) y -como dirían las abuelitas- “lo trasteo para todas partes”: lo paso del baño a la cocina, a la habitación, al comedor, otra vez a la cocina, otra vez a la habitación y así durante más de dos horas. Es la ventaja de la radio: llevas las noticias a donde quieras.

Por eso, aunque quería ver el nuevo experimento de “escuchar las noticias radiales en la televisión”, no podía hacerlo. Imposible cargarme el televisor para todas partes como lo hago con mi radiecito. Y si me siento a verlas, me atraso en mi rutina de alistarme para salir a trabajar. Esa es la mayor dificultad que le veo a la apuesta de Caracol Radio y Red+ Noticias: muy pocos tienen tiempo para ver las noticias a esa hora. El radio no te exige sentarte a escucharlo; lo puedes llevar a todas partes sin problema.

Entonces decidí grabar las emisiones y este fin de semana me puse a ver episodios del experimento. Voy a contar, aquí, mis apreciaciones.

Lo primero que tengo que decir es que siempre he pensado que la radio, como la televisión, es magia infinita. Su capacidad de penetrar, de construir historias y de convencer es tan indudable que un día de finales de octubre de 1938 un muchachito de apenas 23 años, Orson Welles, sacó a muchos estadounidenses de sus casas, horrorizados, con la transmisión radiofónica en directo de La guerra de los mundos y una supuesta “invasión marciana”.

La radio, como dice o decía el eslogan de Caracol Radio, definitivamente sí es compañía: no solo tienes la posibilidad de llevarla a todas partes, sino que sientes que te están contando historias, que te están “conversando las noticias”, que el locutor o periodista está al frente de ti, o a tu lado, mientras te preparas para ir a la oficina, haciéndote un reporte de lo que pasa en tu país o en el mundo. Pura compañía.

He hecho radio en un par de oportunidades y sé lo que hay más allá de esa cajita mágica. El esfuerzo y la concentración deben ser absolutos. Pero tiene la gran ventaja de que la audiencia no observa cómo se resuelven en tiempo real los imprevistos, cómo sube la adrenalina del equipo ante una noticia de última hora, cómo leo o cuento las noticias, mis gestos, mis contrariedades por un audio que no arrancó, el colega que siempre quiere “complementar” mi intervención interrumpiéndome, mi cara de desconcierto, mi cansancio, las ganas de cortar al entrevistado porque se alargó…

Lo que más me impresionó de la nueva apuesta de Arizmendi y García es que la emisión, por lo menos en su primera hora, funciona con enorme apego al libreto. Incluso Arizmendi luce en televisión un poco incómodo en esta primera hora (por no decir tensionado), por ese seguimiento a la letra del libreto. Sabemos que él está siempre más cómodo con la improvisación, con la entrevista, con el apunte conmovedor o gracioso… Porque es un hombre de palabra fácil, fluida… En la segunda hora como que se suelta un poco y abandona el ceño fruncido y la cabeza gacha y le da un poquitico de vía libre al relajo…

Me sorprendió, por ejemplo, que los Secretos de Darcy no son contaditos, conversaditos, sino “libreteaditos”. Cada uno -Arizmendi y Darcy- lee su línea y le pone la entonación necesaria, el suspenso necesario, la duda necesaria, el picante necesario. Pero siempre apegados al libreto. Ahí se me acabó el encanto de los Secretos.

Erika, como buena presentadora de televisión que ha sido, mira a la cámara y nos conversa a través de ella, como debe ser. Tiene manejo de cámara, como dirían los que saben mucho del tema. Me parece que es la que mejor ha asumido el reto de llevar la radio a la televisión.

César Moreno se preocupa mucho por los “ponches”, por los tiros de cámara. Y siempre está mirando el monitor que está arriba de la mesa de trabajo. Pero se le nota que su preocupación es genuina y que lo único que busca es que “todo salga bien”.

Pero le falta mucho a este enorme reto de hacer radio en televisión. No cae bien al televidente el que se rueden una y otra vez, hasta cinco, seis o siete veces las mismas imágenes de archivo mientras escucha (¡solo escucha!) los reportes de los corresponsales y los audios de sus entrevistas. Hay que hacer más directos no solo en Bogotá, sino en otras regiones del país, como los hacen Alexei Castaño o Nattaly Rueda. Hay que invitar a más personajes a cabina; hay que hacer más historias, más crónicas. Hay que mostrar más, y no solamente el plano abierto de la mesa de trabajo.

La cuestión no debe reducirse a llevar la radio a la televisión, sino que hay que crear una verdadera simbiosis que permita mostrar las bondades y ventajas de una y otra para contar las noticias.

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PERFIL
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Periodista, escritora, profesora de Lenguaje Escrito en varias facultades de periodismo y autora de libros sobre periodismo y Estilo periodístico. No pontifico ni impongo. Opino y recomiendo.

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Me encantan, estos avances. Me encantan.

The interpreter (para nosotros, La intérprete, y como cosa rara, el título en español significa lo mismo que en el idioma original) es un filme dirigido por el estadounidense Sydney Pollack, estrenado en cines en dos mil cinco. El guión condujo a Pollack a grabar en las propias instalaciones de la ONU (localizadas en territorio internacional dentro de Nueva York), una historia con tintes políticos que recuerdan la situación más o menos reciente del actual presidente de Zimbabwe.

Estaba viendo hace unas horas cierta película francesa realizada exclusivamente para televisión hace unos años, no muy conocida por cierto, y me asaltó una duda que tenía desde hace un tiempo y que se avivó luego de ver La intérprete. La duda es la siguiente:

Lo más seguro es que todos conozcamos el aviso que aparece, usualmente escondido al final de los créditos de algunas películas, que dice lo siguiente, palabras más, palabras menos: "Los hechos relatados en esta película son puramente ficticios y no deben relacionarse con eventos pasados, actuales o futuros. (...) Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia."
Yo me pregunto: luego de ver una película que parece un documental acerca de una situación actual, ya sea ésta una realidad o no, ¿qué sentido tiene recurrir a este mensaje, si de cualquier manera los espectadores van a hacer la relación?

Es claro, hay que decir, que no todo el mundo tiene por qué captar estos parecidos. Pero los que sí los captan, lo comunican a los demás, y al final la película pasa a verse como lo que realmente es: una crítica por parte del realizador hacia una situación en particular. Punto. No importa qué tan imparcial se pretenda ser, haciendo uso del mencionado avisito.

En fin, no entiendo esta actitud, si de verdad algunos pretenden protegerse bajo dicho mensaje. Quisiera creer que lo colocan no porque no pretendan dar la cara luego de dar la opinión, sino porque es una especie de requisito, un asunto legal de obligatoria aparición al final de todos los créditos de todas las películas de todos los géneros. Aunque al final, sólo quien tuvo la idea de escribir la historia como quedó escrita es quien sabe qué opinión tiene.

Él y sólo él.

-

Sobre la película, hay un dato lingüístico interesante; se creó un lenguaje nuevo (lo llamaron "Ku"), con sus propias palabras, conjugaciones, reglas... es decir, un lenguaje aparte, sostenible por sí solo, basado en lenguajes existentes en el sur de África, pero que "aunque sería reconocido por habitantes de la zona (...), los confundiría", debido a su estructura gramatical, leo por aquí. En todas partes encuentro que el creador de este lenguaje es Said el-Gheithy, director del Centre for African Language Learning en Londres. En general, no encuentro muchas críticas positivas para la película, pero a mí me gustó.

Me encanta leer la columna Contravía, escrita por Eduardo Escobar. Y la de hoy termina con una reflexión que encuentro parecida a cierto diálogo de La intérprete. Aquí va el diálogo, para terminar y dejar de ocupar su tiempo, estimado lector. Lo traduzco burdamente, pero espero que se mantenga la idea.

Silvia Broome: (...) Siempre que alguien pierde a un ser querido, quiere vengarse de alguien más, o de Dios, a falta de alguien. Pero en África, en Matobo, los Ku creen que la única manera de poner fin al dolor es salvando una vida. Si alguien es asesinado, luego de un año de duelo se realiza un ritual llamado "la fiesta del ahogado". Se hace una fiesta durante toda la noche, junto al río. Al amanecer, el asesino es montado en un bote. Se lleva al agua y se le tira allí, amarrado, para que no pueda nadar. Entonces la familia doliente debe tomar una decisión; pueden dejar que se ahogue, o pueden lanzarse a salvarlo. Los Ku creen que si la familia deja que el asesino se ahogue, se hará justicia, pero pasarán el resto de sus vidas de duelo. Pero si lo salvan, entonces admitirán que la vida no siempre es es justa, y a cambio ese acto los liberará del dolor.


dancastell89@gmail.com

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9 Comentarios
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  1. Mi papá y abuelo escuchaban a Yamid pero yo desde hace mucho preferí a Julio que nació precisamente de los estudios de Yamid. Arribismendi no me gusta, así como tampoco muchos de los que hacen parte de su equipo, a duras penas escucho La Luciernaga y Hora 20 pero primero tanteo los temas e invitados si no busco plan B en la W o pongo música.

  2. Pues equivocada, Red+Noticias no es de Caracol, el hecho que la transmitan por claro TV no es gratis, es el noticiero de CLARO TV, Caracol solo presta las instalaciones, todo el equipo es de Claro.

  3. Cuando la informacion deja de ser informacion y se convierte en editorial se acabo la noticia. Eso le está pasando a Caracol Radio. El odio viceral y de frente por parte de Arizmendi hacia Petro es un claro ejemplo. Pretender que nos deba gustar cualquier cantente de medio pelo español, solo orque la casa matriz lo patrocina es otro adefecio de Caracol, que poco a poco esta perdiendo mi preferencia (no se nada de encuestas).

  4. humberto.m.noguera

    Yo en cambio creo que entre Dario Arizmendi y su periodismo light, y Gustavo Gómez en la luciérnaga van a cerrar Caracol radio. No le como cuento a Dario desde hace por lo menos 10 años, y la luciérnaga está en franca decadencia. Desde la salida de Pelaez, solo escucho el noticiero del mediodía y de pronto el pulso. Le recomiendo que escuche blu radio en la mañana y en la trade vox populi para que se ria.

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