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¿Se acuerdan de las casetas de ropa usada de la Plaza España? Allí , antes de que las trasladaran a un lote del Distrito, comencé una serie de historias basadas en la ropa usada y en el uso de la ropa. El asunto parece frívolo, pero quizá nada revele secretos más íntimos de las personas como su ropa. La ropa excluye o incluye, comunica pudor o descaro, arribismo, intenciones solapadas, deseos de ser reconocido o, al menos, aceptado. Las calles de las ciudades, dice Italo Calvino, son como páginas escritas y en este punto la ropa es un objeto textual con un discurso inagotable.
Esta es la primera de once crónicas en las que intento hacer una lectura de un trayecto y de algunos escenarios Bogotá -más de uno ya desaparecido o renovado- a partir del uso de la ropa.
LA PLAZA DE LA ROPA USADA

                                                            "Hasta la ropa interior se vende"
"Usted va a ver que aquí nada se desperdicia, porque hasta la hilacha más fea se vende para rellenar colchones… Eso pasa con la ropa que traen las monjas. A ellas se les está pudriendo en la Beneficencia porque les llega mucha y no alcanzan a regalarla toda.

Esos chiros podridos ya no sirven como ropa. Aquí se compran como tripa y pasan a un proceso para hacer algodón y rellenar los colchones. Pero no crea que toda la ropa es así. Hay gente que llega en diciembre con los carros llenos de vestidos buenos… es ropa fina… pensarán que les trae mala suerte si los coge el año nuevo con ropa vieja dentro de la casa.

Las lavanderías también venden aquí sus archivos, la ropa que ya lleva más de seis meses, o uno o dos años y que nadie reclama. En los archivos viene ropa buena, lista para colgar. Pero vea, yo le aseguro positivamente que la mayor parte de la ropa que llega aquí la traen los salderos. ¿Usted ya conversó con ellos? Ahorita le presento alguno para que le cuente, deben estar por llegar porque ya son casi las dos. Desde aquí los ve pasar con las lonas llenas a la espalda. Traen zapatos, chaquetas, bluyines, blusas, cortinas… ropa para hombre, mujer y niño… de todo. Por esta época debe haber unos mil, o más, porque estamos en vacaciones y los salderos viejos se traen a sus hijos para que vayan aprendiendo. Siempre ha sido así desde que existen estas casetas. Yo conozco salderos que comenzaron chiquitos.

Aquí la ropa siempre la han traído los que piden en las casas. Había gente, recicladores que se iban a los barrios y traían por bultos porque como no había quien fuera a pedir, la gente no sabía que hacer con la ropa vieja o con la que no le gustaba o que ya no le quedaba buena. De allí fue que llegó tanto saldero.
Hoy en día un saldero puede sacarse diez, veinte, cuarenta, cincuenta, sesenta mil, cien mil pesos en un día porque positivamente hay veces que llegan a unas casas donde tiene treinta, cuarenta bultos de ropa allí arrumados, y entre esa ropa vienen radios dañados, vienen grabadoras, artefactos eléctricos, antigüedades, cosas que a esa gente ya no le sirven.

Hay gente que les da ropa a cambio de utensilios de cocina como platos y ollas, y fuera de eso les saca piecitas de oro: una cadena, un anillo que se le partió y le dice: ‘Cámbieme esa chocolatera por este anillito’. Acá ese oro se vende por gramos.

Los primeros salderos eran gente adulta. Ellos les enseñaron a los hijos este negocio; fuera de eso comenzaron después muchos leprosos de Agua de Dios y gente que pertenecía a esas mismas familias pero que no tenía la enfermedad. Eso todavía sucede, porque pues hay gente que no tiene las capacidades de trabajar. Ellos se van con los carnés que entregaron anteriormente en Agua de Dios, porque a esos carnés ellos le sacaron duplicados y repartieron. ¿Usted que cree? La gente se busca la manera de levantarse sus pesos y vea: Yo le cuento que de la Plaza España es mucha la gente que come en este país. Con decirle que aquí vienen mayoristas de Aguachica, Ocaña, Popayán, Florencia, Leticia, Tumaco, San José del Guaviare… de toda parte que usted se imagine y se llevan las toneladas de zapatos y de ropa usada para vender ellos mismos en los pueblos y para revenderles a otros comerciantes.

Yo calculo que de las casetas de Plaza España viven más de cinco mil familias. Están los caseteros, los salderos, los que arreglan ropa, los que planchan, los que voltean cuellos, los mayoristas, los caseteros de otras ciudades, los que muelen la ropa para colchones, los revendedores de los barrios…. mejor dicho,
de estas casetas que usted ve, se vende hasta para el extranjero. Yo calculo que de aquí salen unas 300 mil piezas quincenales para Leticia y Manaos. ¿Usted conoce Manaos?

Yo tampoco. Yo conozco Nueva York. El Brooklin. Hace como unos trece años nos fuimos con mi mamá y con mi hermana mayor. Los hijos de mi hermana mayor trabajan allá y le ayudan mucho, el uno maneja ascensores y el otro es conductor.

¿Usted ha visto cómo es un lunes o un martes por aquí? ¿Sí ha visto los bultos de ropa que se llevan los mayoristas?… son así de grandes como estas casetas, deben tener casi los dos metros de alto. Cuando es pa’ lejos los mandan por avión, no ve que allí sobre la 18 está la oficina de Serviamazonas, sobre la 17 está Aeroleticia, y Transportes León también queda por aquí cerquita, no recuerdo si en la 17 o la 18. Yo prefiero a los mayoristas porque coge uno la plata pulpita. Cuando ellos vienen aquí no se me queda nada. Me desocupan la caseta. Por cien pares de zapatos me dan 200 mil pesos, mientras que detaliado me puedo demorar medio día para vender veinte o treinta mil pesos. Entre zapatos y ropa, un mayorista se lleva cinco, diez millones de pesos o más en un viaje. Esos manes compran sin agüero. Al dueño le preguntan: ¿Cuanto vale esa casetada? Y si les gusta la ropa se la llevan toda. Se queda uno no más con las latas y las tablas.

Así fácil, fácil, llegan a una caseta y dicen: ‘Necesito 300 camisas’. Las compran a mil pesos y las pueden vender a tres mil sin ningún problema y rapidito porque las llevan, sobre todo donde los indígenas y los campesinos que necesitan harta ropa para trabajar. Hay un señor que viene de Pitalito, Huila, y se lleva 20 millones de pesos en ropa y zapatos. Allá llega con uno o dos camionados de ropa, y les vende a otros mayoristas: de San José, Gigante, Algeciras… y ellos la llevan a otros pueblos y de ahí sale para las veredas hasta que la ropa se reparte por todo lado… con decirle que la llevan en lanchas a Cartagena del Chairá, a Remolinos… por el río Caquetá, por el río Caguán por todos esos ríos de la selva llevan ropa usada.

Al principio aquí había poquitas casetas, no pasaban de cinco; estaba la de Giraldo, la de Edgar Mariño… Edgar Mariño tenía dos casetas y las otras dos creo que eran de Aristóbulo Wilches y Rafael Wilches. Pero esa casetas no estaban aquí, quedaban abajo, donde está la planta de energía, frente a la estación de bomberos. ¿Si conoce? huuuuuy, de eso hace unos 40 años. La Plaza España no existía como Plaza, la que existía era la plaza de mercado de San Vicente. Todo esto donde estamos ahora era plaza de mercado. Era la mayorista de todo Bogotá. Los camiones llegaban por acá y los cuadraban alrededor del parque España y ahí se descargaban y cargaban.

Había mucha bodega, y todavía hay. Estaba la fábrica de pastas El Gallo. Esa quedaba allí en la 11A en un edificio que está para caerse. Allí funcionan una fábrica de colchones y una microempresa para arreglar zapatos de segunda. Por aquí vivía gente de mucha plata, de apellido, pero casi todos se fueron yendo a medida que la plaza de mercado crecía. Después acabaron con la plaza. Si no estoy mal, eso fue por allá en el 72 cuando construyeron Corabastos o Paloquemao. Los de las casetas se quedaron, pero les tocó subirse como tres cuadras. Después fue llegando más gente y armó su caseta hasta que llenó la calle 11 y la 11A. Ahora no se permiten más casetas; hay 238, exactas.

Cuando comenzamos, acá llegaba gente más que todo del campo. La gente que bajaba de Las Lomas, de La Calera, de Monserrate. En ese tiempo no existía Juan Rey, no existían muchos barrios de los cerros. Eso era un páramo. La gente venía a comprar la ropa para trabajar. Y ya después comenzó a venir gente de otras ciudades. Y caseteros de otras ciudades que le cmpraron a los viejos. Yo propiamente no soy de Bogotá. Mi mamá vivía en el campo, en Risaralda, y no tenía las capacidades económicas para darme lo que yo necesitaba. Entonces me entregó a una tía que me trajo cuando tenía ocho meses y estuve hasta los seis años mas o menos. Después de fui a Pereira a donde mi mamá y me pasé entre Bogotá y Pereira hasta los 15 años. Me estaba unas semanas aquí con mi tía y después me iba para donde mi mamá. Así me la pasaba.

Yo desde chiquito era lo que llamaban, un avión. Siempre me rebuscaba. A veces mi tía hacía empanadas y yo salía con mi cajita a vender empanadas. Ya después me dediqué de lleno a esto de lo usado. Toda mi familia trabaja en esto. Gracias a Dios con esto varios hermanos han salido bien librados, mi mamá nunca nos dio nada, sino que nos enseñó a trabajar. La primera caseta de mi familia aquí en Bogotá la tuvo mi tía, era la caseta número 1806. Ella comenzó acá, y nosotros en ese tiempo nos íbamos a otras casetas y ayudábamos a doblar, a empacar, y nos daban cinco, diez centavos. Con eso uno se compraba una Pony malta o una colombiana, y una mogolla.

Síiiiii… Nosotros toda la vida hemos vivido en la localidad de Los Mártires, porque aquí aunque se dice que es malo, que es una zona de riesgo, es una zona buena porque positivamente aquí se han levantado los hijos.
Hoy en día tengo 43 años y espero morir haciendo este mismo trabajo, porque mis hijos se sienten orgullos de mí y cada que charlo con ellos, me dicen: papá, ayúdeme a poner una casetica para yo ponerme a arreglar zapato o vender ropa. Ellos estudian en el Agustín Nieto Caballero, el uno tiene 17 años y está en quinto; el otro, 14 años y está en segundo de bachillerato, lo que llaman séptimo hoy.

El más pequeño tiene un año y tres meses. Él viene acá y con un martillo se pone a darles a los zapatos, ya sabe que eso va a ser su vida y yo me siento dichoso, porque positivamente esto es algo que nunca va a morir, la ropa de segunda siempre ha sido una tradición. Es un negocio muy agradecido, y si uno hace las cosas bien, tiene que irle bien. Mire, yo aquí siempre tengo la Sagrada Biblia abierta en el Salmo 91. Vea, yo mismo la marqué con esfero negro. Página 574:
"Morando bajo la sombra del omnipotente"
1. "El que habita al abrigo del altísimo, morará bajo la sombra del omnipotente."
2. "Diré yo a Jehová: esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré."
3. "El te librará del lazo del cazador, de la peste destructora."
4. "Con tus plumas te cubrirá, y debajo sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad."
5. "No temerás al terror nocturno ni saeta que vuele de día, ni pestilencia que ande en la oscuridad, ni mortandad que en medio del día destruya."
7. "Caerán a tu lado mil , y diez mil a tu diestra; más a ti no llegará".

Uno con el Salmo 91 nunca se blanquea… y allí tengo el ramito de olivo del día de la Santa Cruz … ahí se seca y el año entrante lo cambio. ¡Mire!… ¡Mire!… ¿Si ve el negrito que está allí en la esquina? El del saco gris. Bueno… pues ese negrito lleva seis años conmigo. Lo quiero como a los otros hijos. Una hermana mía lo recogió en Tadó, en el Chocó. Estaba sólo. Le habían matado a sus padres. Y cuando llegué a Pereira la hermana me dijo: ‘este niño tal cosa’. Y yo le dije: ‘pues yo me lo llevo y le enseño a trabajar, desde que no tenga malas costumbres y se maneje bien va a tener todas las cosas conmigo’. Se llama Gustavo y estudia en tercero primaria en la escuela Reino Unido de Suecia. Es muy formal y me ayuda a taquiar y pintar zapatos. De resto sabe que le toca ir a recoger ropa a los barrios, a estudiar y a ayudar a arreglar el apartamento.

El sabe que así nos tocó a todos. Después de que mi tía comenzó con una caseta, siguió mi mamá en Pereira. Comenzó en Sindiplazas. Ella estaba recién llegada del campo, de Santa Rosa de Cabal, porque en esos días muere el papá de ella y los hijos tuvieron que vender la finquita para pagar el entierro. En Pereira le enseñaron que se podía vivir cambiando ropa en los barrios por ollas y artículos de cocina, de aluminio. Ya después ella armó su casetica allá en Sindiplazas, en lo que llaman el mechero, frente al hotel Meliá Pereira, en la antigua galería central, y ya nos fue enseñando lo que era este negocio.

Yo le ayudé a mi mamá hasta los quince años, por temporadas, porque más me ha gustado estar en Bogotá. Ahora me toca estar yendo a Pereira cada mes, dos meses, a visitar a mi mamá. Me voy, le ayudo dos, tres días, llevo mercancía de acá y traigo de allá. Lo más importante de Pereira y lo mejor es el zapato. Entonces uno puede traer saldos de zapatos de la fábricas, porque son devoluciones, garantías, zapatos que le vendieron a usted en 50, 100 mil pesos y se despegaron, entonces ellos tiene que devolucionarle la plata al cliente y el zapato se lo venden a uno.

Mire, cuando mi mamá comienza con el negocio le va bien. Ya consigue su primer lotecito, y a hace su casa. Y ahí empezamos todos a ayudarle a ella. ¡Imagínese! ocho hijos, cuatro hombres y cuatro hembras. Nos íbamos a buscar ropa a un barrio y a otro, a Santa Rosa, a Chinchiná, a Manizales, a cambiar la loza, el aluminio. Llevamos, poncheras, tazones y traíamos ropa. Así armó ella la casita en esterilla y de ahí pasamos a tener una casa buena. Hoy en día ella vive bien, gracias a Dios, porque la ropita se segunda no le deja a uno mal nunca, siempre es agradecida.

Nosotros nos íbamos en gallada y cogíamos, por ejemplo, el barrio Fátima en Manizales, que es uno de los barrios más antiguos. Lo trabajamos todo, de arriba a abajo, de seis a seis, llenábamos la lonas, y nos volvíamos en un bus de Expreso Palmira. A Pereira llegábamos en noche. Ahí mismo nos poníamos a ayudarle a mi mamá a quitar y voltear cuellos, a coser, y el zapato que había lo taqueábamos y lo embetunábamos. Al otro día llenábamos la caseta y nos íbamos otra vez. Ella vendía y nos compraba la locita y nos regalaba un peso, cincuenta centavos… Me acuerdo que estaba de moda el pantalón botacampana. Cuando cogíamos un pantalón de terlenka lo dejábamos para nosotros y en el barrio, allí en San Nicolás en Pereira no decían: ¡huyyy! pero ustedes porque es que es que visten tan bonito.

Yo estuve uno o dos años allá y como vi que mi mamá está bien me vine para acá. Me gusta ser andariego, de una parte para otra, pero siempre en lo mismo, yendo a saldiar. A veces me voy a Ibagué, trabajo todo Ibagué, Espinal, Girardot y llego acá con 200, 300 piezas y me voy para Villavicencio, Acacías. Allá hago lo mismo, saldeo, y traigo para acá. Y me voy para Bucaramanga. Pero me voy pueblo por pueblo, recogiendo la ropa y allá en la plaza de mercado central se vende la ropa. Casi en toda parte hay sitios donde compran y venden ropa usada. Por lo menos en Barranquilla hay. En Cartagena hay. Me he dado el gusto de andar toda Colombia así.

Yo llevo 20 años de casado y nunca nos ha faltado nada. Mi esposa viene y arregla un par de zapatos como los arreglo yo, ella ayuda a saldear, a veces yo me voy una semana, dos semanas y me llevo afiches, lámparas, aluminio. De aquí me puedo ir a Ibagué, por decir algo, y me quedo en la tercera con cuarta, en Residencias Fontana, en todo el centro. Uno arrienda su pieza, sale en la mañana y llega a las cinco de la tarde y se pone a organizar la ropa y la gira para acá por Bolivariano, o por el que cobre más barato.

¿Para escoger el barrio? Aaaah, eso es fácil. Uno coge el primer bus que pase. Usted ve mas o menos donde hay más casas. Hay barrios que uno desde que los ve dice no, no sirve para trabajar porque las casas están llenas de rejas o son de clase muy alta. Esa gente no le abre a uno la puerta porque tiene miedo, tiene nervios, en cambio una clase media o baja sí abre. Y en el barrio de clase alta de por sí esa gente coge la ropa para la empleada del servicio o para la finca o para la beneficencia.

Mis ocho hermanos tienen caseta. En Pereira hay seis, y hay uno en la mayorista de Medellín. Y yo, que trabajo con ropa y con zapatos. Hace como tres meses conseguí un buen lote de ropa de los años 60 y saqué todos los zapatos de la caseta. Los guardé en cajas, puse tablas, ganchos y colgué la ropa. Había pantalones botacampana, chaquetas estilo John Lenon, busos, camisas lenguae’perro. Esa ropa aquí se vende rápido. Pero lo que más trabajo es con zapatos, porque uno se levanta, coge un par, como ese que le faltan las tapas y en diez minutos le pone las tapas, en quince ya está taquiao, pintado y embolado y lo cuelgo y al ratico llega una muchacha y los lleva. Y esa muchacha me va dar dos o tres mil pesos de ganancia, así ligeritico. Uno sabe que llega a las siete y antes de las nueve ya tiene plata para el diario de la casa.

Yo aprendí a trabajar el zapato, viendo. Cuando era saldero, yo vendía el saldo que traía y me ponía a ver como lo trabajaban. Compraba material de espuma o suela y le ponía dos, tres tapas hasta que me quedaban bien y cuando ya lo hice bien dije: ‘Voy a metérmele a este negocio’, porque es que mire: uno a veces se va para los basureros. Por la noche muchas veces uno está achantado y se va uno a andar a cualquier barrio de Bogotá: Ciudad Jardín, Galán, Santa Isabel y resulta que en las noches sacan toda la basura y uno ve dos tres pares de zapatos en un bolsa. Los coge, los revisa y dice: ‘estos zapatos los puedo organizar en quince minutos’. Y efectivo, llego acá, los organizo y a los diez o quince minutos tengo diez mil pesos de ganancia.

Todo es cuestión de rebuscarse, de ingenio. Si usted está en un pueblo, se va a la plaza de mercado hace un tendido donde ve que están todas personas vendiendo, tomate, cebolla, frutas, verduras. Entonces usted hace el tendido de zapatos y comienza a gritar: ‘¡tenemos zapatos de segunda!, tenemos el zapato de Julio Iglesias, Alci Acosta, Luis Alberto Posada, el de Julio Jaramillo, el zapato de Darío Gómez….’ Usted viera….

¡Vea!…¡Vea!… aquí viene la tintera. Vea, esta señora se gana la vida vendiendo tinto acá en la plaza. El tinto más barato de la Plaza España, y el mejor tinto de Bogotá es este.
¿Cuántos años hace que vende tintos acá?
– Un año no más
¿Y cuántos tintos se vende en un día?
– Como diez termados
¿Eso como cuantos tintos son?
– Haga la cuenta. Cada termo hace 1.400 tintos…. como 14 mil tintos en un día. ¿Y usted porque pregunta tanto?

Ahhhh bueno. Entonces le explicaba: uno comienza a gritar. La gente se anima porque uno pregona y ahí mismo van comprando. Y con la ropa es lo mismo: ‘¡vea!.. ¡la camisa de Madonna!, ¡la blusa de Cindy Crawford!.. uno mismo inventa, saca sus cualidades. Es cuestión de ingenio. Yo pensaba que eso de la ropa usada era solo aquí y resulta que aquí antes es poquito. Hace algunos años, como trece años, fuimos con mi mamá y mi hermana a Estados Unidos. ¿Ya le conté lo del viaje a Nueva York?

Mi mamá tiene un hermano allá. Vive cerca de donde venden ropa usada. Uno llega y ve que venden de todo, artefactos eléctricos, muebles deteriorados. Y allá no les dan organización como aquí. Son dos calles lleeeeenas. Uno se queda admirado con la boca abierta porque se consiguen arrumes de televisores deteriorados y piden un dólar, un dólar y medio. ¡Que tal! Aquí uno no puede colocar un televisor porque la policía se lo lleva. La policía viene cada tres o cuatro meses a revisar, y es bueno porque positivamente así se mantiene esto limpio.

Oiga, ¿quiere otro tinto?. ¡¡Mona!!… ¡Venga!… véndame dos tinticos. Mire, ella es otra de las personas que se rebusca por aquí. Ahora le muestro otros, y si quiere se los presento….

Tómese el tinto y venga que por aquí debe haber algunos.

Vea, ese que está allá. Yo no le sé el nombre, pero ese recoge todo lo que es franela para los lavaderos de carros, para las fábricas de muebles, de boceles, para las niqueladoras. Y se acuerda del gordo que me saludó hace rato. Ese coge sacos de paño, de tallas grandes que ya estén deteriorados, que no sirvan como sacos, los desbarata y hace pantalones para niño. Aquí el objetivo es no desperdiciar nada. Hasta la ropa interior se vende.

Se acuerda de ‘Mechas’, el que le presenté la otra vez. Viene dos o tres veces al día a comprar ropa para las niñas de la vida alegre de allá del centro. Ellas le encargan y él viene a buscar aquí pantys de encaje y ropita de esa así delicadita. Yo sé que también les vende a los travestis de la 24… ¿sí los ha visto? los que se paran allí en la Caracas por las noches. Ese busca todo lo que sea brillante, blusas ombligueras, faldas corticas, tops, tangas, brasieres. Aquí hay casetas especializadas que tiene bultos completos de tangas y ropa interior.
A Luisito sí lo debe haberlo visto. Es un loquito que recoge el zapato que no tiene arreglo y le quita lo que sirva: los cordones, la lengüeta, la suela y con eso se gana lo de la comida. También hay mucho avivato, como los goleros. Esa es gente que escoge, blusas, pantalones, camisas, ropa que ya no sirve para ponerse, la mete en bolsas plásticas, les echan cartones de ropa de marca, las sellan, las dejan bien bonitas y las venden de noche. ¡Hay bobos para todo! Hay otros que venden en los barrios ropa de segunda como si fuera nueva. Esos sí escogen prendas finas, en buen estado, las lavan, las cepillan, las cardan, le revisan cualquier hilito y las empacan como salidas de la fábrica. La gente revisa la prenda, se la mide y no se da cuenta que ya está usada.

Y así de los clientes – clientes, hay personas que en las Navidades llevan ropa y zapatos para regalarles a los empleados en las fincas. Los que trabajan en talleres de mecánica aquí en la Estanzuela son de los que más compran. Llevan a diario camisetas, busos, yines…. porque de por sí el mecánico desecha mucha ropa. ¿Usted sabía que los mecánicos de por aquí no lavan la ropa? La botan. La tiran a la basura y compran aquí un overol por mil pesos. Una muda completa les cuesta 2.000 pesos y un par de zapatos por 2.500. Les sale más caro si la mandan a lavar.

Hay revendedores que se dedican únicamente a las botas de trabajo para las fábricas. Mire esta bota. Es una punta de acero Keerlook. En el mercado debe valer unos 85 mil pesos y aquí la consigue por unos diez mil pesos. Hay señoras que vienen de Madrid, de Mosquera a comprar botas para las trabajadoras de los cultivos de flores. Hay otros que vienen de las fábricas a llevar blusas y delantales para los trabajadores. El zapato escolar lo llevan en enero, ese desde que llega ya está vendido, los revendedores se lo llevan para los pueblos, o tiene compraventas en los barrios de Bogotá.

Y usted ha visto que vienen gomelitos, universitarios a buscar lo antiguo, cosas de los años 60, o vestidos para presentaciones de teatro. A veces vienen actores de televisión a buscar ropa rara, abrigos, chaquetas. En cambio otras personas lo que necesitan es cubrirse, cambiarse la mugre. Aquí viene por ejemplo un indigente con quinientos o mil pesos y le dice a uno: ‘hágame el favor y me da un pantalón, una camisa’. Las mujeres de la vida, las que trabajan en los bares de esta zona, vienen a buscar zapatos, blusas, yines, zapatillas deportivas… Y a veces llegan muchachas que van a trabajar a los Llanos. Las mandan de Pereira, vienen cuatro o cinco. Alla hay tipos especializados en reclutar mujeres bonitas. En el terminal contratan un taxi que las espera por aquí mientras ellas compran sus blusitas, sus faldas, sus zapatos…se llevan su buen surtido. Y….otra vez para el terminal a coger flota para los Llanos.

Esto se mueve mucho. Y aquí nadie lleva contabilidad de nada, o es muy raro el que la lleve, porque así como entra, así mismo va saliendo y uno mismo se va gastando la plata ligerito.

¡Venga!, camine le muestro…

Aquí bajando está la caseta más elegante de la Plaza España. Es estilo Chapinero. Hay dos casetas estilo Chapinero ¿si ve?. Buenas tardes, con permiso que le voy a mostrar su caseta la señor. Vea. Cada pantalón tiene la talla escrita con marcador en un papel. Aquí cuelgan la ropa en varas, con ganchos plásticos, bien organizada, más pulcro. Igual que en Chapinero. En las demás casetas son montoneras y montoneras de ropa que a veces ni el mismo dueño se alcanza a ver en esos arrumes.

¿Se dio cuenta? Y vea esa otra caseta. Es casi toda de ropa americana. A la dueña le consigue las pacas de ropa la misma persona que les vende a los de Chapinero. ¡Vea! este jean es legítimo americano. Toque no más. Siga que ella no pellizca. Pásele el dedo así suavecito. ¿Si siente la marquilla en relieve?… Mire, el cierre es de tono rosado, y los broches están contramarcados… Mire que no le miento… ¡O-r-i-g-i-n-a-l !

¿De las fábricas de colchones ya le hablé? Camine yo le muestro cómo es una moledora de ropa y de paso vemos otras cosas…

Venga por acá, ¡Cuidado con ese perro!. Por aquí hay unas diez fábricas de colchones. Le dan trabajo a mucha gente. Están los que muelen, los que arman el colchón y los que lo venden.

En este local hay una moledora. Eso sí, el ruido es tenaz. Mire cuantas personas trabajan aquí: una, dos, tres, cuatro, cinco… ¡¡¡Si ve la ropa como entra!!!… ¡¡¡Esto es pura tripa!!!…. ¡¡¡la compran a cien pesos el kilo!!!… ¡¡Si ve… !! ¡Así termina la ropa más malita. No importa si usted la compró en Unicentro o si era de marca extranjera…. todo eso es tripa, es ropa que ya no sirve para nada mas… ! ¡Mire, la gente mete la ropa a la moledora y sale puro algodón… hacen pacas y las mandan para las fábricas de colchones… venden mucho colchón para los pueblos… ! ¡Aquí no se desperdicia nada…! ¡Vamos que con ese escándalo uno se vuelve sordo!

Mire ahí ya llegaron algunos salderos. Ese que pasó con la tula cambia ropa por poncheras, jarras, vasos, cosas de plástico. Hay otros que cambian por afiches. Los afiches los compran arriba de la carrera décima. Compran unos 300 afiches, cada uno a 350 pesos. Uno paga los 105 mil que valen los afiches y con eso se tiene que traer 300 piezas de ropa. Hay caseteros que tienen diez o doce salderos. Entonces imagínese la cantidad de ropa que les llega a diario. ¡Espere!, que ahí viene uno que es saldero… Venga y charla con él… que él mismo le cuente:

"Yo ya llevo como 12 años saldeando, casi desde que llegué a Bogotá. Yo venía de Ibagué, pero no soy de allá. Yo soy de Anzoátegui, Tolima. Yo ni sabía de esta vaina. Yo trabajaba construcción y tenía una amistad en el barrio Santa Librada y veía que el hombre se tomaba sus ‘polas’, que comía bién y todo. Un día le dije que me prestara 200 pesos para el bus porque no me habían pagado y el hombre me convidó a trabajar acá.

Me dijo: ‘si usted se siente en capacidad yo le digo cómo es, yo le enseñó… es bueno y es no para robar ni nada de eso, es a camellar elegantemente. Yo le dije: ‘listo mano’. Al otro día me vine a trabajar y me eché mi buena platica, estuvimos en el barrio Modelia. Ese día me fui con un volante de una iglesia. Un padre nos dio la firma para que dijéramos que era ropita para la gente pobre… pero este trabajo es berraco, hermano, hay que tener mucha paciencia, aguantarse humillaciones, hay gente que le tira la puerta encima o que ni le contestan, la necesidad tiene cara de perro.
Pues… para ser franco, a veces recojo cosas que aquí un casetero me da 40 mil pesos, de ahí saco lo de la loza. Me quedan 20. Cuando vendo 30 mil, me quedan por ahí 12 mil, y cuando vendo 15 mil pesos apenas saco lo de los buses y el almuerzo, el resto es lo de la losa o lo de los afiches. Hay gente a la que le va mejor, pero de lo que yo me gano vivimos siete, cinco ‘chinos’, y todos están estudiando, la mujer y yo.

Siempre he preferido el sur para trabajar… La Victoria, Juan Rey, Guacamayas, Las Malvinas, Altamira, Kennedy, Bosa… barrios pobres, mano, peligrosos, pero esa gente no se mete con uno, antes lo cuidan porque ven que uno está trabajando elegante. En el norte, los ricos sacan una camisa y primero le muestran a uno la marca. Y le dicen: ‘es que esta la compré en tal parte’ y con eso lo traman a uno y eso es cuando abren la puerta, porque primero se cansa uno de timbrar y no sale nadie, o se asoman por la ventana y hacen señas de que no.
En los barrios pobres hasta jugo le brindan a uno. Le dicen: tome, mano, que usted debe traer sed. A mí me consigue aquí fijo – fijo sobre todo en las mañanas, porque también hago turnos de celaduría en las casetas. Hace poquito que me quité el uniforme, hoy ya no alcanzo, pero mañana si me voy a saldear un rato".

Al principio, cuando recién comenzamos, esto era un poquito desorganizado, pero después de creó un sindicato, un gremio. Tenemos un fondo para calamidades. Se pagan de sindicato dos mil pesos mensuales. Cuando muere una persona, hacemos vaca, pasamos por cada caseta recogiendo plata, lo que la persona quiera dar.

Hay mucha colaboración. Todos nos conocemos. Cada uno tienen su galladita para tomarse sus guarilaques y sabemos donde vive fulano o sutano porque hace año y medio hubo una quema de nueve casetas y nos cogió descuidados.
Para ayudarnos también hacemos cadenas, hay cadenas de diez mil, veinte mil, hasta 300 mil pesos mensuales. Y hay cadenas de veinte mil pesos diarios. Yo estoy en una diaria de veinte mil pesos.

Vea, eso funciona así: somos diez personas y cada una aporta veinte mil pesos todas las tardes y como a las cuatro hacemos una rifa para ver quien se queda con los doscientos mil pesos que aportan los socios ese día. El que gana un día ya no participa, pero sigue aportando los veinte mil diarios. Es apenas un ahorro, pero nos ayuda mucho, porque aquí, cuando uno está ‘pelao’, le toca conseguir un préstamo gota a gota. Con ese sí lo exprimen. Vea: a usted le prestan cien mil pesos a sesenta días y usted paga dos mil pesos diarios durante esos sesenta días. Como aquí llega plata graniadita todos los días, usted paga fácil, pero termina pagando 120 mil pesos. Eso en poquita plata no se nota mucho, pero aquí hay gente a la que le prestan dos o tres millones con ese sistema. Y sin papeles, ni letras ni nada. Con tal de que tenga la caseta para responder y si le ven buen movimiento de mercancía, le prestan.

¡¡Don Jorge!!… ¡venga para que charle una cosita!… (Él le puede contar muchas cosas porque él lleva ropa para los Llanos). ¡¡Don Jorge…!!

"Yo me llamo Jorge Salcedo y hace unos seis meses que trabajo con ropa usada. Yo no la compro, yo la cambio por pescado… Lo que pasa es que yo no soy de aquí. Yo soy de Puerto Arimena, en el Meta, eso está como a nueve horas de aquí. Allá compro pescado y lo echó en una flota, no traigo mucho, por ahí unas cuatro arrobas y la reparto en las casetas cambio de ropa. Con las cuatro arrobas me alcanzo a llevar un valor de 200, 250 mil pesos en ropa liviana, ropa pa’ tierra caliente… les doy una cachama y me pueden dar cuatro, cinco pantalones o camisas… todo depende.

Oiga, y eso pa’ que es. ¿Usted lo va a publicar? Pues… bueno, como no es nada malo…

Yo ahora estoy buscando camisas de trabajo. Allá la ropa de trabajo se vende mucho, les vendo a los campesinos y a los parientes… a los indígenas, uno allá les dice parientes. En días de mercado los parientes vienen de Puerto Carreño, Orocué… de diferentes partes. El negocio es bueno. Yo allá tengo una caseta en arriendo sólo con ropa usada, la nueva no da igual. Y con la usada puedo hacer cambalaches, les cambio por lo que traigan: artesanías, pescado o marranos. Los marranos los vendo allá mismo, en el pueblo… yo creo que ya tengo unas 800 piezas de ropa en la caseta.

No. Allá nadie se fija en la marca de la ropa o en el modelo. La compran por necesidad porque un pantalón les vale 24 mil pesos, nuevo. Entonces van a la caseta y se ponen uno usado por tres mil. Compran ocho con los 24 mil. Y como todos los parientes son pobres, pues le tiran a la economía".

Se me había olvidado comentarle: la alcaldía nos dijo que nos van a reubicar este año porque necesitan el espacio público. Ya hablamos con el secretario de Gobierno y nos prometió que nos ayudan si nosotros también ahorramos. La gente está feliz. Mire, aquí tengo las consignaciones. Cada caseta da mil pesos diarios y estamos consignando 238 mil pesos todos los días en una cuenta de la Caja Social.
Apenas comenzamos esta semana, nos van a dictar cursos de administración y de relaciones humanas y nos van a dar facilidades para pagar los locales; por eso estamos ahorrando, así juiciosos. Yo hace como veinte años oigo decir que nos van a sacar, y que van a demoler esos edificios viejos, pero esta vez parece que es en serio.

"O… ¿usted que dice? "

 
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PERFIL
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La gente es la principal motivación en mi oficio de contador de historias. Sobre todo la gente que ríe y llora con cada latido de este país. Los he hallado en caseríos fantasmales, arrinconados por la violencia; enrumbados en jolgorios indescriptibles; los he visto perseguir cada peso, de día o de noche, o celebrar con cerveza por la nueva hilera de ladrillos que pegaron en la casa que levantan durante años con sus manos... he intentado escribir para la memoria durante 24 años de periodismo, 18 de ellos en EL TIEMPO. Nací en una vereda de Popayán, soy de ancestros nasa o paeces. Tengo algunos reconocimientos por mi labor periodística, entre ellos cuatro premios nacionales de periodismo, el Premio Excelencia Periodística de la Sociedad Interamericana de Prensa, SIP, 2007 y el Premio Rey de España en Periodismo Digital-2007. He publicado tres libros de historias urbanas. Pueden escribir a: josenavia@hotmail.es

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5 Comentarios
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  1. juanchoporritas

    afortunadamente existen estos señores que le hacen el ciclo a la ropa usada, es un trabajo desagradecido pero es fundamental para realizar el reciclaje y asi despejar y reutilizar cosas que unos no la utilizan pero otros si le ven el uso.

    creo que hay que apoyar a este personal y seria bueno que el gobierno distrital les apoyara para hacer mas agradable ir a ese lugar.
    ——–

  2. Que narrativa tan interesante, queda uno “atrapado” hasta conocer todo el tejemaneje de este humilde trabajador demostrando que nadie se muere de hambre ni necesita tener malas mañas para conseguir “pan de cada dia”.
    En cuanto al tipo de negocio, para nadie es novedad saber que la pauperizacion de la comunidad lo obliga a recurrir a la compra de ropa usada; enfatizando que esto no es solo en acá en los paises en desarrollo sino tambien en paises europeos como España, Francia y otros.
    Se sabia de la ropa que venia de USA era para nosotros los latinos, pero no ahora ya hasta alla mismo la usan…
    Gracias por su articulo tan interesante.

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