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Disculpen esta reflexión tan larga en torno a la música comercial, inspirada en el post de un interesantísimo blog de El Tiempo, El Blogotazo, que en estos días encendió una dura polémica entre lectores.

 

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Mi novia y yo discutimos mucho en el carro. Ella quiere poner la música que le gusta y yo insisto en dejar la mía, le vendo la idea de que “escucha, amor, ese solo de este tipo, en ese momento histórico rompió los paradigmas de bla bla bla” y ella me dice “mmm, ok, si… ven, pongamos esto”… y zas, sintoniza alguna cosa que me pone los pelos de punta. Yo cierro las ventanas para que nadie nos escuche afuera… como si en el carro de al lado no estuvieran en las mismas.

 

Entonces ella me dice “ahjjj, es que tú eres de esos a los que les gusta esa música rara y creen que todo lo demás es malo, qué jartera ¡mamertos!”. Díganme, amigos lectores y lectoras melomános ¿no les ha tocado vivir este tipo de penurias a diario?

 

Quienes somos melómanos defendemos ciertos géneros musicales y artistas desconocidos porque, de alguna forma, nos consideramos paladines de la justicia. Alguien tiene que defender a un indefenso Roy Buchanan o a un Neil Young, o a un sensible y desconocido Antony Hegarty, de las vapuleadores huestes del vallenato, del tropipop y de la melcocha musical.

 

Pero mi novia -de quien debo decir, se sabe todos los coros de la ópera rock ‘Tommy’- tiene razón: no tiene sentido que nos creamos superiores ni mucho menos. Los gustos musicales son tan diversos como la vida misma, que hace que dos personas tan diferentes se pueden adorar.

 

En su blog El Blogotazo, Andrés Ospina se lanzó a enlistar, con mucho sarcasmo, los 10 grandes farsantes de la música en Colombia. Fue posiblemente su entrada más exitosa en visitas y total de votos, pues es un tema candente, pero muchos lectores le dieron en la cabeza hasta con el palo de la escoba. Es la entrada más atrevida que le he leído porque cruzó una línea inviolable, la del enceguecido patriotero colombiano, la que alguna vez denunció un excelente artículo de Jaime Monsalve en revista Cambio, cuando nos preguntó a algunos periodistas que cubrimos música en diferentes medios por qué en Colombia no se puede criticar a Shakira.

 

Irónicamente, no tanta gente opinó en su entrada sobre Miguel Durier, la gran figura oculta de la historia del rock nacional, de quien se podría decir que fue el otro lado, una de las 10 más duras verdades de la historia de la música en Colombia.

 

Mucha gente dice que en Colombia no hay críticos de arte -ni de libros, ni de música, ni de espectáculos, ni de nada- sino medios que repiten una y otra vez la información cultural, como cotorras. Siendo parte de esa maquinaria, yo siento que esa sentencia es en parte muy cierta. Pero También es claro que cuando un crítico sale a la luz para manifestar su inconformidad por algo, le ponen una diana en el pecho y lo declaran insensato o traidor a la patria, especialmente cuando se trata de ser honestos frente a Juanes, Shakira, Carlos Vives, Jorge Celedón o los niños vallenatos, quienes por haber tenido la oportunidad de presentarse en el exterior y manifestar su cariño patrio, entonces resulta que han ganado por derecho un palco de honor celestial e irrefutable.

 

Por supuesto, es de gran orgullo ver los colores patrios en cualquier escenario mundial. Pero eso no debería enceguecernos al punto de no poder ver lo criticable que hay en cada aspecto de nuestras vidas. La autocrítica hace parte de la evolución y de una sociedad civilizada.

 

Le decían a Ospina lo que tanto le han dicho a otros críticos: “A ver, si Shakira es mala y usted es tan bueno, ¿por qué usted no ha hecho un disco más exitoso que los de ella?”… A ver, pues porque el oficio de uno es hacer música, y el del otro, escribir.

 

Quien lea el texto de Ospina sin tanta animadversión ni predisposición, sino con ganas de reírse un rato, se goza la ácida ironía inmersa en el escrito. Sin embargo, creo que hay que señalar que quienes leyeron ese artículo y sentenciaron que Juanes es un farsante porque es comercial están “meando fuera del tiesto”: tal vez lo es por otras causas.

 

Me explico…

 

En una ocasión en la que hablé con el músico colombiano Juan Carlos Coronel -ex jurado Factor X-, quien este año ha intentado volver a levantar su carrera con un disco de salsa llamado ‘Superstición’, retomando sus raíces e inventándose algo que llama el ‘folcloronel’ (clara estrategia comercial, como fue el ‘joeson’ o la ‘checomanía’) me exponía un argumento muy simpático: “música rara, que le gusta a una poquita gente, esa la hace cualquiera; lo que es jodido es hacer música que le guste a todo el mundo ¡eso sí es lo teso, compadre!”.

 

Yo, que respondo al perfil de los fanáticos de la “música rara”, y que en mi trabajo lidio a diario con la diversidad del gusto musical, debo reconocer que una canción se hace históricamente inolvidable no porque impacte con sus rarezas a unos cuantos, sino porque encantó emocionalmente a una gran cantidad de gente. Voy a poner un buen ejemplo: Charly García no conquistó Latinoamérica con su sicodélica ‘Máquina para hacer pájaros’ o su progresiva ‘Serú Girán’, que son bandas de nicho -a mí me encantan- sino que se hizo inolvidable con sus clics modernos ‘Yo no quiero volverme tan loco’ o ‘No me dejan salir’, o por qué no, con su píldora política ‘Rasguña las piedras’ de Sui Generis.

 

Para hacer pegar una canción, así no necesariamente sea “buena” -odio ese calificativo-, hay muchos trucos. En la industria musical, se habla de estrategias como el “hook” [ wikipedia ], el “motif” [ wikipedia ] o el “lick” [ wikipedia ], pequeños ganchos que han demostrado éxito: una canción debe tener una frase pegajosa que se repita tanto que, sin aburrir, al oyente le quede sonando en la cabeza. Una serie de notas, en escalera, que conducen a esa nota alta que evoca emoción, hace de un solo de guitarra que parece tan original una verdadera estratagema repetitiva. Pero a la gente le gusta y hace que una canción salte del nicho al gran clamor de un público grande.

 

Una canción con un “hook” muy claro es, por ejemplo, el éxito de temporada ‘Hot N’ Cold’, de Katy Perry (este video ha sido visto más de nueve millones de veces). A mi novia le encanta:

 

 

Por qué no desmenuzar una fórmula tan sencilla y exitosa, que se ha repetido en miles de canciones desde que Phil Spector le metió mano a la música popular -y antes-: desde el “You change your mind, like a girl change her clothes…”que hace parte de la letra de introducción, pasan cuatro versos de idéntica estructura, que musicalmente se podrían describir así…

 

—————————————————————————————————————————————————-
Nota alta           |              escala descendente         |      escala ascendente   |     escala descendente
—————————————————————————————————————————————————-

You                 
|               change your mind        |              like a girl        |   change her clothes
—————————————————————————————————————————————————- 

 

Parte de esa fórmula es que el coro, repetible y masticable como un chicle, llegue después de que hayan transcurrido alrededor de 30 segundos desde la primera nota. En ‘Hot N Cold’ llega a los 32 segundos (hagan la prueba). Así se ha hecho con miles de éxitos. La gente en radio y en las disqueras sabe que si el hook no ha llegado después de un minuto, la canción nunca pegará en radio.

 

Aburrido que sea tan predecible ¿no? Cierto, pero ha demostrado ser un gran éxito. Y es una forma en la que muchos ejecutivos de discográficas deciden si algo va a funcionar o no. Y es parte de los argumentos por los cuales muchos artistas que sacan una propuesta nueva y llegan a golpear puertas, salen con el rabo entre las piernas.

 

Con el asunto de las escalas tonales, el tema es bien simpático, pues se ha repetido desde tiempos gloriosos de la música, pasando por el metal hasta éxitos como este de Katy Perry. Si no, que lo diga Bruce Dickinson en el documental ‘Seven Ages of Rock: Never Say Die’, acerca de cómo funciona ‘Run To The Hills’ y otras tantas canciones (minuto 1:35):

 

 

 

El rock, todo, incluso aquel sofisticado que quienes nos creemos “puristas” defendemos a capa y espada, todo responde a una estrategia comercial. Si fue prensado en CD, es porque ese artista buscaba vender al menos un disco.

 

¿Hay artistas no comerciales? No lo creo. Todos quieren y merecen vivir de lo que hacen, de su talento. Es lo que sueñan, que la música les de para vivir. Los Beatles vivían de su talento y se hicieron ricos con ello. Lo mismo los integrantes de Iron Maiden, de los Rolling Stones, y así mismo los músicos sesionistas de Fonseca. Hay formatos en el jazz que son muy comerciales.

 

Juanes, Shakira, Jorge Celedón en su género, etc. Todos ellos pueden no ser innovadores en la música, sino estar repitiendo fórmulas, una tras otra. Y son admirados al hacerlo. Pero no creo que eso los convierta en farsantes, sino en excelentes productos comerciales. Responden a los ganchos que la industria de la música ha establecido porque han demostrado éxito. La gente compra lo que le gusta y le voltea la cara a lo que no entiende o no lo conecta con sus emociones del momento.

 

No creo que Juanes sea una mentira por buscar el camino más comercial a su música. Si bien, a los melómanos jodones nos disgustaba menos su música con Ekhymosis, ha sido como Juanes en solitario el camino en el que él, dirigido por el genio Fernán Martínez, estableció su propia marca (claro, DMG también es una marca). El problema con Juanes, creo yo, está realmente en las letras que rayan en el absurdo y en que erróneamente se le haya calificado como “conciencia de un país”. Él no representa mi conciencia. Nadie ha podido describir mejor el problema que la columnista de Semana Carolina Sanín, al afirmar que letras estúpidas como “Me enamora que me hables con tu boca” suenan a la mejor ocurrencia del humor de Les Luthiers, pero en la canción Juanes pretendía decir en serio semejante tontería.

 

¿Qué hay de farsa en tantos artistas? 1) La idea de convencer al público de que son bondadosos y han adoptado causas sociales que en el fondo no entienden. No ha sido una sino varias las veces que artistas que se prestan para un concierto benéfico, cuando les pregunto en entrevista que me digan de qué se trata el problema por el cual laboran, no saben explicarlo. Respuestas dignas de Paris Hilton… 2) Es mentira de parte de sus promotores cuando dicen de cada artista que es “el más importante”, “el mejor”, “el número 1 en…, “El único que ha hecho…”… porque nunca han sido únicos en nada de eso, ya alguien más lo ha hecho o lo hace en la actualidad.

 

Pero un innovador en la música como Phillip Glass, cuya música tiene su propia marca y resulta casi imposible compararlo con otros autores, es igualmente un repetidor de su propia fórmula. Ha hecho esa misma música “minimalista” desde que se la inventó hasta nuestros días. La banda sonora de la película ‘Las horas’ es espectacular, y aún así, es simplemente la requeterepetición de lo que él se inventó y vio que era comercial. Así funciona con todos.

 

No creo que la música comercial sea sinónimo de música “mala”. Creo que busca no ser compleja, ser de fácil consumo y pegajosa. Es la razón por la que uno a veces se queja “por qué se me pegó esta canción si es tan mala”. Realmente no es mala. Se trata de melodías diseñadas específicamente para gustar de forma masiva. Es una reacción similar a cuando en las películas, llega la música de misterio y uno sabe que le van a pegar un susto con la aparición de un fantasma. Y aún así, uno se pone taquicárdico. Es la misma fórmula.

 

Un ejemplo de un artista que logró hacer música comercial, de buena factura y que le guste a mucha gente es U2. Ha logrado mantener esa fórmula… y los invito a que le busquen el hook y los 30 segundos a cada canción de la banda irlandesa… se van a sorprender.

 

Nos compete a nosotros, como oyentes, ver qué música nos gusta y rebuscar entre miles de sonidos por el que nos identifique. No creo que quienes nos creemos “amantes de la música rara” debamos juzgar a quienes les gusta la música popular comercial. Cada tiesto con su arepa, así es el mercado de consumo. Que tire la primera piedra quien no ceda a la presión de la publicidad: yo quiero tomar Coca Cola cada vez que veo las burbujas rojas en una pancarta en la calle.

 

Eso sí, no puedo estar más de acuerdo con Andrés Ospina acerca de Naty Botero.

 

Suerte y pulso.

 

 

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Yo, Carlos Solano, su autor, soy periodista, ejerzo actualmente como subeditor de Cultura de EL TIEMPO y trabajo con la música desde mediados de los años 90. Espero disfruten este recorrido.

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