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hamburguesas de colores

Comer es una delicia. Disfrutar del mundo de los sentidos, y en particular, de ese mágico momento donde podemos vivir todos: el momento de comer.

En una sentada a la mesa, con la pareja correcta, como esa de la que estamos profundamente enamorados, nos permite que nuestros sentidos exploten mágicamente; con una hermosa música de fondo, que hace eco a las palabras de nuestra compañía. El olor de comida, que nos anticipa un sabor estupendo, donde los colores equilibrados de todo ese escenario, nos relajan, desde el suave blanco del plato, hasta ese hermoso tono de la ropa de quien nos acompaña. La piel de nuestra mano, buscando la mano del otro, como permitiendo que ese momento sea perfecto, y el sutil encanto de la carta de comidas, donde al mirarla, no falta el que siempre pide lo de siempre, dejando atrás las enormes maravillas del gusto y del aprendizaje, tirando al traste la magia del momento y buen comer, repitiendo eternamente el mismo plato, como si la vida no mereciera el riesgo de vivirla.

No hablo solo de los restaurantes elegantes, sino de la cafetería de la esquina, o incluso la mesa de su casa. La comida es un espacio mágico, que la cotidianidad nos regala, para que nuestra vida sea mágica, divertida, explosiva, maravillosa, y recurrentemente la condenamos a la repetición, al aburrimiento, pasando de lo ceremonioso y elegante, a lo taciturno y triste.

Cada día buscamos la forma de vestirnos distinto, de leer nuevas cosas, de aprender nuevos conceptos, de crear más soluciones, pero pedimos el mismo plato de comida, en el mismo restaurante, porque es innegablemente sabroso para nosotros y deseamos sentir ese sabor, pero nos negamos del placer de aprender y aprehender de nuevos sabores, que nos podrían dar mucha más satisfacción que el sabor esperado. El miedo a lo desconocido y la pobre tranquilidad de lo conocido, nos supera y nos niega el placer escondido en una carta, en un nuevo restaurante, en una comida típica desconocida o en una versión atrevida de un plato tradicional.

Por eso, si usted llega a un restaurante y está tentado a pedir lo mismo, debe hacer un alto en el camino y comprender que se está convirtiendo en una persona completamente aburrida y detenida en el tiempo.

Se ha dicho que es muy atractivo el hombre seguro que llega al restaurante y pide un plato preciso, con algunas modificaciones por su gusto personal, y una bebida en particular, que puede ser muy fina o lo suficientemente desconocida para muchos, dejando ver que tiene un buen conocimiento de lo que le gusta y del arte de buen comer; pero la verdad, esto solo funciona una vez, porque esa soberbia del saber qué se quiere, no es más que la reiteración de hacer lo mismo, y quedarse con un solo sabor en un mundo de sensaciones, lo que hace que se pase de la riqueza del conocer, a la pobreza del dejar pasar.

Una persona segura, no es solo la que sabe qué quiere y qué no, sino aquella que tiene la voluntad de probar nuevos mundos, con la disposición de aprender, dejando ver más la humildad del paladar, que la soberbia de la costumbre.

Así, se puede pasar de Criterión, al Cordero Dorado; de un lomo al vino, una papa rellena de la cafetería de la esquina; de un puchero santafereño en Casa Vieja, a un cono de sushi en un centro comercial. El placer del comer es tan diverso, que es probablemente la primera lección de tolerancia que una persona tiene, y el continuo recordatorio que no hay verdades absolutas irrefutables. Quizá, se podría decir que un buen comensal, bien puede ser una gran persona y buen ciudadano, porque sabe respetar los gustos ajenos, probar cosas nuevas y vivir en la diversidad de opiniones.

Una de las primeras pruebas para nuestro paladar, es cuando vamos de jóvenes a la casa de un amigo, y nos sirven de almuerzo un plato similar al que nuestra madre hace en casa, y nos damos cuenta que lo sirven y cocinan ligeramente diferente, y al probarlo, comprendemos que no solo hay una forma de hacer las cosas, y que el maravilloso sabor de lo cocinado por nuestra madre es incomparable con lo cocinado por otra persona, mas este nuevo sabor y presentación, tiene su gracia y merece ser disfrutado. Ese día no solo comprendemos que el ajiaco sí puede llevar arvejas, sino que muchos tipos de ajiaco, en particular, el de nuestra casa, y le damos el valor que corresponde a una cosa cotidiana y rutinaria, porque se nos dio la oportunidad de compararlo, y su valor se nos presentó delicadamente.

No falta el que va a la costa atlántica y pide una hamburguesa, o que llega a Medellín y pide una carne asada, o aquel que estando en un viaje en otro país, pide lo mismo de siempre. Negarse a conocer los sabores de los lugares, es desconocer su riqueza, vivir su cultura y saborear su cariño.

Por eso, diviértase al comer, pruebe nuevas cosas, aproveche la confianza que le tiene a ese restaurante, cafetería, sitio de comida rápida o la tienda del colegio, e intente nuevos sabores que ese mismo chef, cocinero, tendero o marca le están ofreciendo, porque no le prometen que serán mejor que ese sabor que nos encanta, pero sí que será diferente, y en el peor de los casos, lo único que puede pasar, es que usted ratifica que no hay nada más sabroso que lo que ya conocía, y eso ya vale mucho.

@consumiendo

www.camiloherreramora.com

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PERFIL
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Me gusta ser Colombiador. Tener actitud de pensador, madrugador, preguntador, inquisidor de la realidad colombiana. Estas serán mayormente cortas reflexiones sobre la realidad y cotidianidad que nos atañe. Este blog hablará de todo: Economía, Política, Mercadeo, Consumidor, Moda o lo que sea; lo que acá escribo son mis opiniones, no las de RADDAR, y agradezco sus comentarios, porque creo que su opinión es muy importante, no obstante, lo único que le pido es respeto al hacerlo, porque me he puesto la meta de escribir continuamente , y quiero aprender de ellos. No soy Liberal ni Conservador, ni de arriba ni de abajo; No soy Gavirista, ni Samperista, Ni Pastranista, Ni Uribista, Ni Santista, Soy Economista, Economista comprometido, Filósofo convencido y Marketero enamorado, que cree que estamos para lograr la satisfacción del consumidor ; Fundador de RADDAR y actualmente metido de fondo con el proyecto "Colombia no es´tamal".

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Me encantan, estos avances. Me encantan.

The interpreter (para nosotros, La intérprete, y como cosa rara, el título en español significa lo mismo que en el idioma original) es un filme dirigido por el estadounidense Sydney Pollack, estrenado en cines en dos mil cinco. El guión condujo a Pollack a grabar en las propias instalaciones de la ONU (localizadas en territorio internacional dentro de Nueva York), una historia con tintes políticos que recuerdan la situación más o menos reciente del actual presidente de Zimbabwe.

Estaba viendo hace unas horas cierta película francesa realizada exclusivamente para televisión hace unos años, no muy conocida por cierto, y me asaltó una duda que tenía desde hace un tiempo y que se avivó luego de ver La intérprete. La duda es la siguiente:

Lo más seguro es que todos conozcamos el aviso que aparece, usualmente escondido al final de los créditos de algunas películas, que dice lo siguiente, palabras más, palabras menos: "Los hechos relatados en esta película son puramente ficticios y no deben relacionarse con eventos pasados, actuales o futuros. (...) Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia."
Yo me pregunto: luego de ver una película que parece un documental acerca de una situación actual, ya sea ésta una realidad o no, ¿qué sentido tiene recurrir a este mensaje, si de cualquier manera los espectadores van a hacer la relación?

Es claro, hay que decir, que no todo el mundo tiene por qué captar estos parecidos. Pero los que sí los captan, lo comunican a los demás, y al final la película pasa a verse como lo que realmente es: una crítica por parte del realizador hacia una situación en particular. Punto. No importa qué tan imparcial se pretenda ser, haciendo uso del mencionado avisito.

En fin, no entiendo esta actitud, si de verdad algunos pretenden protegerse bajo dicho mensaje. Quisiera creer que lo colocan no porque no pretendan dar la cara luego de dar la opinión, sino porque es una especie de requisito, un asunto legal de obligatoria aparición al final de todos los créditos de todas las películas de todos los géneros. Aunque al final, sólo quien tuvo la idea de escribir la historia como quedó escrita es quien sabe qué opinión tiene.

Él y sólo él.

-

Sobre la película, hay un dato lingüístico interesante; se creó un lenguaje nuevo (lo llamaron "Ku"), con sus propias palabras, conjugaciones, reglas... es decir, un lenguaje aparte, sostenible por sí solo, basado en lenguajes existentes en el sur de África, pero que "aunque sería reconocido por habitantes de la zona (...), los confundiría", debido a su estructura gramatical, leo por aquí. En todas partes encuentro que el creador de este lenguaje es Said el-Gheithy, director del Centre for African Language Learning en Londres. En general, no encuentro muchas críticas positivas para la película, pero a mí me gustó.

Me encanta leer la columna Contravía, escrita por Eduardo Escobar. Y la de hoy termina con una reflexión que encuentro parecida a cierto diálogo de La intérprete. Aquí va el diálogo, para terminar y dejar de ocupar su tiempo, estimado lector. Lo traduzco burdamente, pero espero que se mantenga la idea.

Silvia Broome: (...) Siempre que alguien pierde a un ser querido, quiere vengarse de alguien más, o de Dios, a falta de alguien. Pero en África, en Matobo, los Ku creen que la única manera de poner fin al dolor es salvando una vida. Si alguien es asesinado, luego de un año de duelo se realiza un ritual llamado "la fiesta del ahogado". Se hace una fiesta durante toda la noche, junto al río. Al amanecer, el asesino es montado en un bote. Se lleva al agua y se le tira allí, amarrado, para que no pueda nadar. Entonces la familia doliente debe tomar una decisión; pueden dejar que se ahogue, o pueden lanzarse a salvarlo. Los Ku creen que si la familia deja que el asesino se ahogue, se hará justicia, pero pasarán el resto de sus vidas de duelo. Pero si lo salvan, entonces admitirán que la vida no siempre es es justa, y a cambio ese acto los liberará del dolor.


dancastell89@gmail.com

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7 Comentarios
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  1. Nossa, qué señor tan criticón. Si una persona quiere pedir siempre lo mismo, no refleja nada de su personalidad, al igual que si siempre pide algo distinto en diferentes lugares.

  2. ¿El aburrido es el comensal o el restaurante que no ofrece opciones atractivas? Yo suelo cambiar mucho de menus cuando voy a diferentes restaurantes, pero cuando voy a Crepes & Waffles, siempre pido lo mismo ¿será que me aburro allá?
    . De hecho hay un grupo de Facebook que se llama: “siempre pido lo mismo en C & W”!!!

  3. alejandro959474

    Al parecer este señor no es buen comensal ni buena persona pues no respeta los gustos ajenos y se atreve a tildar a otros de aburridos por no cambiar de menú comí el sugiere. Definitivamente se contradice y se equivoco con su columna.

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