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Detrás de las, aparentemente reales, sonrisas que mostramos en las redes sociales; los millones de amigos con quienes aparecemos rodeados en las publicaciones; la foto perfecta de un plato, un paisaje, un momento o, incluso, de nosotros mismos, nos encontramos desnudos, enfrentándonos, día a día, a los vacíos emocionales que llevamos a cuestas y que son aliviados por el sonido de una notificación.

Buscamos ser reconocidos todo el tiempo, incluso de personas con las que jamás hemos cruzado palabra, pero que, por alguna razón, tenemos como ‘amigos’. Y con cada ‘me gusta’, esa carga que tenemos en los hombros se va alivianando. Todo un placebo.

Quizás, por eso, y sin ánimo de juzgar, algunos tienen sus redes sociales copadas de imágenes rindiendo culto a sí mismos. Y al lograr el objetivo – el ‘me gusta’-, generan una adicción tan fuerte que, el día que no reciban la recompensa, sienten como si algo hiciera falta en sus vidas.

Pero lo que, tal vez, no saben es que tiene el efecto contrario. Según el estudio The “Facebook Depression” Controversy , publicado por la Sony Brook University de Nueva York, el exceso de selfies puede causar depresión y ansiedad.

De hecho, según aseguró  David Veale, psiquiatra del Hospital de Maudsley (Londres), al diario británico Sunday Mirror, tomarse selfies frecuentemente “es un síntoma de Trastorno Dismórfico Corporal, que implica estar constantemente pendiente de su apariencia”. Y agrega, “los fans de las selfies pueden estar horas tomando instantáneas para no mostrar ningún defecto visible”.

 

Volver a lo básico

Vivimos desesperados por recibir la aprobación de otros, tan inmersos en nuestro mundo de mentira -ese que nos ofrecen la redes sociales- que nos interesa más obtener la publicación ideal, en vez de disfrutar cada momento; nos perdemos de conversaciones valiosas, porque es preferible estar en frente de la pantalla de un celular; dejamos de estar presentes en el mundo real, para encajar en el virtual.

Ese mismo que, por su inmediatez, nos permite tener todo a un clic, sin mucho esfuerzo. Y para mí no hay un mejor espejo que el auge de las aplicaciones móviles para buscar amigos o pareja, que evidencian la mediocridad sobre la que construimos nuestras relaciones, hoy en día.

En vez de esforzarnos por cultivar los vínculos que valen la pena, decidimos vendernos al mejor postor. Y con la misma efervescencia con la que encontramos lo que buscamos, así mismo se esfuma la emoción de conservarlo.

Nos hemos vuelto perezosos, incluso para cultivar nuestra relaciones. Tal vez, por eso, nos ofrecen alternativas para obtener más por menos.
Conocer a alguien valioso se convierte en todo un desafío. Y aunque existan miles de aplicaciones que prometen que conoceremos al hombre o la mujer de nuestras vidas, sabemos que, muy en el fondo, estas nos generan un vacío interno que se anestesia temporalmente por un match.

A la final, como si fuéramos prendas en descuento, entramos al mercado; buscando entre lo barato, lo verdaderamente valioso. Pero no nos damos cuenta de que vamos por el camino errado.

Buscamos llenar nuestros vacíos e insatisfacciones a través de otros. Subimos una foto y, como si se tratara de una adicción, la peor de todas, esperamos un ‘me gusta’, como un adicto ansioso por su dosis diaria.

Queremos recoger lo que no sembramos, encontrar personas valiosas en los lugares equivocados. Presumir ante los demás nuestras amistades y, al llegar a casa, sentirnos completamente solos. Así de mal estamos.
Una sociedad virtual que nos ha hecho pensar que obtener las mejores cosas de la vida no requiere de ningún esfuerzo.

Por eso, hemos caído tan bajo de poner nuestra felicidad en los demás. Y peor aún en objetos.

Este mundo nos promete llenar vacíos por medio de placeres temporales. Buscamos la felicidad, convencidos de que no tenemos que hacer absolutamente nada para encontrarla, que no requiere sacrificio alguno de nuestra parte. Y allí seguimos buscándola, sin descanso, en lugares completamente errados.

Quizás, por eso algunos han decidido volver a lo básico, dejar el celular a un lado y empezar a mirar a los ojos a los demás cuando les hablan. Han decidido, también, parar de documentar cada paso que dan y, en cambio, disfrutar los momentos; en vez de publicarlos en sus redes sociales.

 

"We don't have WiFI. Talk among yourselves" sign Marzola Parrilla Argentina Steakhouse Exterior, Cartagena Columbia

Esos mismos que han entendido que, muchas veces, es mejor guardar su felicidad para sí mismos y a quienes no les cambia el día solo por recibir un ‘me gusta’.
Aquellos que se esfuerzan por cultivar relaciones realmente valiosas, vivir desglosadamente cada momento, sin tener el celular al lado.

Vuelven a ser felices y a hacer felices a los demás. Han entendido, con el tiempo, que su felicidad está dentro de sí y no en la magia engañosa de las banalidades de esta sociedad facilista y mediocre.

Es momento de volver a tener una conversación, mirando a los ojos y no a la pantalla de un celular. Es tiempo de dejar de buscar lo que nos hace falta afuera y esforzarnos por encontrarlo en nuestro interior.
En Twitter: @AnaLuRey

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Periodista. Amante de las letras y adicta a la cafeína.

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7 Comentarios
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  1. No hay como los viejos tiempos, donde no existían redes sociales, el Internet era para la educación, para bajar música y juegos, el mejor consejo es no mas redes sociales, salgan de ellas, no vivan del que dirán, vivan de placeres pequeños como hablar con la familia, salir con ellos y no tener amigos imaginarios en la web que no sirven para un carajo, son como los amigos de trago cuando estas mal ninguno vas a ver, solo en las buenas y los verdaderos amigos son para las malas también, cosa que no se ve, usen un teléfono y borren la aplicación de facebook instagram twitter tinder etc y viviran mas felices, yo lo hago, es duro al comienzo pero todo es costumbre.

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