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Cuando yo era pequeño, en el país donde nací gobernaba un presidente bonachón y de nariz grande y sonrosada que se parecía un poco a mi abuelo. Tenía una voz nasal y siempre vestía de corbatín. La gente se burlaba constantemente de él, porque parecía tonto, y hacía chistes a su costa todo el tiempo: “Presidente, ¿cómo le fue en su viaje a China?”, le preguntaron una vez. “¡Los chinos son una gente muy inteligente!”, respondió el presidente. “Con lo difícil que es ése idioma y hasta los niños pequeños lo hablan”.

Claro que para otras cosas no era tan divertido. Aconsejado por unos amigos que hablaban inglés, el presidente del corbatín decidió pedir un montón de dinero prestado. Muchas empresas hicieron lo mismo, así que el país quedó endeudado por bastante tiempo. Las cosas se pusieron más caras, y la gente tenía cada vez menos dinero, así que pagaban menos impuestos. Y el gobierno tenía más dificultades para pagar las deudas.

Entonces el presidente se preguntó a dónde estaba yendo todo ese dinero que le habían prestado, y que era para hacer puentes y carreteras y hospitales y aeropuertos. Y le dijeron sus secretarios que parte del dinero desaparecía como por arte de magia antes de que se hicieran los puentes y las carreteras y los aeropuertos.

Muy enfadado, el presidente del corbatín dijo que el gobierno tenía que luchar contra esos que se robaban el dinero. Todavía se le recuerda por una de sus frases más famosas al respecto. Con su voz nasal y divertida, dijo: “Tenemos que reducir la corrupción a sus justas proporciones”. La gente todavía se pregunta cuáles son esas justas proporciones.

Yo vine a entenderlo casi treinta años después, cuando el presidente del corbatín ha muerto y yo estoy en otro país. Aquí también hay corrupción. Hay políticos corruptos, y jueces corruptos y funcionarios corruptos. Pero es una corrupción diferente, de proporciones manejables.

Estando aquí, parece que la corrupción fuera igual en cualquier parte del mundo, pero no es así. Intento explicárselo a mis amigos de esta manera: imagina que tienes 100 millones para hacer una carretera. Aquí tus políticos, tus empresarios, tus funcionarios corruptos se robarán una parte. Digamos que desaparecerán 30 millones. Y con los 70 millones restantes harán la carretera. Puede que se haga tarde, puede que tenga fallos de diseño, puede que los materiales sean deficientes, pero tienes la carretera y puedes usarla.

En el país donde nací, las cosas han empeorado tanto desde que el presidente del corbatín dijo su famosa frase, que si tienes 100 millones para hacer una carretera, los políticos y funcionarios corruptos se llevarán 30 millones, y los empresarios que iban a hacer la carretera se robarán 70 millones. Luego demandarán al Estado por incumplimiento del contrato. Luego habrá juicios y contrademandas a lo largo de muchos años, en donde el país perderá siempre y los corruptos ganarán. Y al final, muchos años después, el dinero se habrá perdido, los culpables serán ricos y vivirán en el extranjero, y nadie habrá hecho la carretera. Nunca.

Alguien puede creer que estoy exagerando. Basta con echar un vistazo a los periódicos recientes de mi país para conocer el caso de un grupo de tres jóvenes empresarios con mucha ambición y pocos escrúpulos. Uno era hijo de un ex ministro, los otros dos eran hijos de un político con mucho dinero. Entre los tres, montaron una empresa de obras públicas y empezaron a ganar contratos con el gobierno.

Todos se sorprendían de su éxito. Salieron en las principales revistas y medios de comunicación. Los periodistas más importantes del país los entrevistaban como si fueran unos genios de los negocios, los miembros del gobierno se reunían con ellos. Siempre ganaban los contratos con el Estado, y parecía que nada les podía salir mal… hasta que firmaron un contrato multimillonario para hacer una carretera, uno de los más grandes que habían conseguido.

Casi por accidente, se descubrió que todo su poder económico estaba basado en mentiras y en corrupción. Básicamente, se supo que los tres muchachos utilizaban sus influencias y las de sus padres para conseguir que les dieran los contratos con el Estado. Algunas veces pedían favores, otras directamente sobornaban. Luego, pedían un adelanto de ese contrato, y con el dinero que les daban, participaban en una licitación mayor. Llegó un momento en el que la pirámide se cayó y no pudieron seguir consiguiendo contratos, en parte porque se descubrieron algunos de los manejos fraudulentos con funcionarios corruptos.

Cuando todo salió a flote, los tres se fueron para Miami a tomar el sol, mientras en mi país se desataba la tormenta. Hay cientos de obras paralizadas, empresas quebradas y mucha gente sin trabajo. Los políticos y que les dieron los contratos están siendo investigados sin muchos resultados, porque algunos son muy poderosos. Del dinero no se sabe nada, porque la maraña que tejieron los empresarios es tremendamente compleja. Probablemente está en algún paraíso fiscal, mientras ellos están en alguna playa de Florida.

¿Y la carretera? Pues no se ha hecho, claro. Y puede que no se haga nunca. Por lo menos mientras en mi país la corrupción no tenga sus justas proporciones, como decía el presidente del corbatín.
 


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Madrid es mi ciudad adoptiva, sitio de todos y de nadie, capital del Reino, moderna y tradicional, canalla y noble, llena de maravillosas historias, lugares y personas sobre las que me gusta escribir. camiloenmadrid@gmail.com

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Comienzo por lo que me trajo aquí:



Me encantan, estos avances. Me encantan.

The interpreter (para nosotros, La intérprete, y como cosa rara, el título en español significa lo mismo que en el idioma original) es un filme dirigido por el estadounidense Sydney Pollack, estrenado en cines en dos mil cinco. El guión condujo a Pollack a grabar en las propias instalaciones de la ONU (localizadas en territorio internacional dentro de Nueva York), una historia con tintes políticos que recuerdan la situación más o menos reciente del actual presidente de Zimbabwe.

Estaba viendo hace unas horas cierta película francesa realizada exclusivamente para televisión hace unos años, no muy conocida por cierto, y me asaltó una duda que tenía desde hace un tiempo y que se avivó luego de ver La intérprete. La duda es la siguiente:

Lo más seguro es que todos conozcamos el aviso que aparece, usualmente escondido al final de los créditos de algunas películas, que dice lo siguiente, palabras más, palabras menos: "Los hechos relatados en esta película son puramente ficticios y no deben relacionarse con eventos pasados, actuales o futuros. (...) Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia."
Yo me pregunto: luego de ver una película que parece un documental acerca de una situación actual, ya sea ésta una realidad o no, ¿qué sentido tiene recurrir a este mensaje, si de cualquier manera los espectadores van a hacer la relación?

Es claro, hay que decir, que no todo el mundo tiene por qué captar estos parecidos. Pero los que sí los captan, lo comunican a los demás, y al final la película pasa a verse como lo que realmente es: una crítica por parte del realizador hacia una situación en particular. Punto. No importa qué tan imparcial se pretenda ser, haciendo uso del mencionado avisito.

En fin, no entiendo esta actitud, si de verdad algunos pretenden protegerse bajo dicho mensaje. Quisiera creer que lo colocan no porque no pretendan dar la cara luego de dar la opinión, sino porque es una especie de requisito, un asunto legal de obligatoria aparición al final de todos los créditos de todas las películas de todos los géneros. Aunque al final, sólo quien tuvo la idea de escribir la historia como quedó escrita es quien sabe qué opinión tiene.

Él y sólo él.

-

Sobre la película, hay un dato lingüístico interesante; se creó un lenguaje nuevo (lo llamaron "Ku"), con sus propias palabras, conjugaciones, reglas... es decir, un lenguaje aparte, sostenible por sí solo, basado en lenguajes existentes en el sur de África, pero que "aunque sería reconocido por habitantes de la zona (...), los confundiría", debido a su estructura gramatical, leo por aquí. En todas partes encuentro que el creador de este lenguaje es Said el-Gheithy, director del Centre for African Language Learning en Londres. En general, no encuentro muchas críticas positivas para la película, pero a mí me gustó.

Me encanta leer la columna Contravía, escrita por Eduardo Escobar. Y la de hoy termina con una reflexión que encuentro parecida a cierto diálogo de La intérprete. Aquí va el diálogo, para terminar y dejar de ocupar su tiempo, estimado lector. Lo traduzco burdamente, pero espero que se mantenga la idea.

Silvia Broome: (...) Siempre que alguien pierde a un ser querido, quiere vengarse de alguien más, o de Dios, a falta de alguien. Pero en África, en Matobo, los Ku creen que la única manera de poner fin al dolor es salvando una vida. Si alguien es asesinado, luego de un año de duelo se realiza un ritual llamado "la fiesta del ahogado". Se hace una fiesta durante toda la noche, junto al río. Al amanecer, el asesino es montado en un bote. Se lleva al agua y se le tira allí, amarrado, para que no pueda nadar. Entonces la familia doliente debe tomar una decisión; pueden dejar que se ahogue, o pueden lanzarse a salvarlo. Los Ku creen que si la familia deja que el asesino se ahogue, se hará justicia, pero pasarán el resto de sus vidas de duelo. Pero si lo salvan, entonces admitirán que la vida no siempre es es justa, y a cambio ese acto los liberará del dolor.


dancastell89@gmail.com

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