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Una de las cosas más bonitas del transporte público de Madrid es la cantidad de lectores que se pueden ver en los autobuses y vagones del Metro. Sorprende para quienes venimos de países donde la precariedad de este servicio impide cualquier intento de revisar un texto, so pena de sufrir un severo desprendimiento de retina. Lo cual es una verdadera lástima, porque hay pocos sitios que necesiten de un buen libro como los largos recorridos de ida y regreso al trabajo o la universidad.

El tipo de lecturas que uno encuentra entre los viajantes es de lo más variado, y abarca desde novelas y periódicos hasta sesudos textos filosóficos. Desde luego, los best-sellers son los más recurrentes, sin importar su calidad, tamaño, estilo o peso real: me maravillaba a mi llegada por la fuerza física de quienes, de pie y con gente transitando a su alrededor, eran capaces de sostener con una sola mano el voluminoso ejemplar de Los Pilares de la Tierra, de Ken Follet, con sus mil y pico de páginas (por alguna razón se puso de moda la traducción de Rosalía Vásquez para Plaza & Janés en una edición “de bolsillo” en 2002, de las aventuras medievales contadas por el novelista galés). Un año después era la portada de El Código Da Vinci la que pululaba por doquier entre los pasajeros. De aquel entonces guardo la costumbre de intentar adivinar el texto de quien se sienta a mi lado sin ver su carátula, ojeando por el rabillo los párrafos que mi desconocido compañero de ruta va devorando. No es fácil acertar, pero depara agradables sorpresas para los ratones de biblioteca como yo.

Al poco tiempo se puso de moda en España la práctica anglosajona del bookcrossing, esto es, dejar libros abandonados en sitios específicos para que la gente los recoja y los lea a su vez, para luego volver a dejarlos en otro sitio. La idea es ir detallando el recorrido del tomo, registrando en internet los códigos ISBN (International Standard Book Number) de cada uno, y los sitios en donde se recogieron o se dejaron los libros. Incluso es posible ir de cacería bibliófila, revisando en la red los sitios en donde la gente anuncia que los ha “liberado”. De esta manera, a veces había quien decidía dejar sus libros en un vagón del metro o una línea específica de autobús. Encontrarlos era cuestión de suerte, y la etiqueta de bookcrossing que se les añadía explicaba su origen.

Ahora, con los libros electrónicos en bajada constante de precios, la llegada de Amazon a España y la cada vez más abundante oferta de textos digitalizados, se va volviendo menos común ver en el transporte público las ediciones en papel, pesadas y farragosas, y más gente contenta con sus ebooks de todas las marcas y estilos. Por ejemplo, quienes hemos seguido con voraz apetito la saga fantástica de George R.R. Martin, A Song of Ice and Fire (mejor conocida como Juego de Tronos), agradecemos el poder cambiar cada uno de los corpulentos tomos por la liviana carga del Kindle, a la hora de viajar en las líneas del subterráneo.

Es por eso que ahora propongo combinar estas dos últimas prácticas, compartiendo a modo de bookcrossing los libros que más nos gusten o apetezcan, “liberándolos” entre amigos de las redes sociales. Todo sin ánimo de lucro, porque no queremos cometer delitos sino difundir la cultura y conocer algunas de esas brillantes plumas que no hemos tenido la delicia de disfrutar.

Cada uno que lo haga como pueda. Por mi parte, estaré en mi cuenta de Twitter @camiloenmadrid con el hashtag de #ebookcrossing, liberando en la red un ejemplar nuevo cada día. Se aceptan críticas, comentarios, sugerencias y peticiones.

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Madrid es mi ciudad adoptiva, sitio de todos y de nadie, capital del Reino, moderna y tradicional, canalla y noble, llena de maravillosas historias, lugares y personas sobre las que me gusta escribir. camiloenmadrid@gmail.com

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Comienzo por lo que me trajo aquí:



Me encantan, estos avances. Me encantan.

The interpreter (para nosotros, La intérprete, y como cosa rara, el título en español significa lo mismo que en el idioma original) es un filme dirigido por el estadounidense Sydney Pollack, estrenado en cines en dos mil cinco. El guión condujo a Pollack a grabar en las propias instalaciones de la ONU (localizadas en territorio internacional dentro de Nueva York), una historia con tintes políticos que recuerdan la situación más o menos reciente del actual presidente de Zimbabwe.

Estaba viendo hace unas horas cierta película francesa realizada exclusivamente para televisión hace unos años, no muy conocida por cierto, y me asaltó una duda que tenía desde hace un tiempo y que se avivó luego de ver La intérprete. La duda es la siguiente:

Lo más seguro es que todos conozcamos el aviso que aparece, usualmente escondido al final de los créditos de algunas películas, que dice lo siguiente, palabras más, palabras menos: "Los hechos relatados en esta película son puramente ficticios y no deben relacionarse con eventos pasados, actuales o futuros. (...) Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia."
Yo me pregunto: luego de ver una película que parece un documental acerca de una situación actual, ya sea ésta una realidad o no, ¿qué sentido tiene recurrir a este mensaje, si de cualquier manera los espectadores van a hacer la relación?

Es claro, hay que decir, que no todo el mundo tiene por qué captar estos parecidos. Pero los que sí los captan, lo comunican a los demás, y al final la película pasa a verse como lo que realmente es: una crítica por parte del realizador hacia una situación en particular. Punto. No importa qué tan imparcial se pretenda ser, haciendo uso del mencionado avisito.

En fin, no entiendo esta actitud, si de verdad algunos pretenden protegerse bajo dicho mensaje. Quisiera creer que lo colocan no porque no pretendan dar la cara luego de dar la opinión, sino porque es una especie de requisito, un asunto legal de obligatoria aparición al final de todos los créditos de todas las películas de todos los géneros. Aunque al final, sólo quien tuvo la idea de escribir la historia como quedó escrita es quien sabe qué opinión tiene.

Él y sólo él.

-

Sobre la película, hay un dato lingüístico interesante; se creó un lenguaje nuevo (lo llamaron "Ku"), con sus propias palabras, conjugaciones, reglas... es decir, un lenguaje aparte, sostenible por sí solo, basado en lenguajes existentes en el sur de África, pero que "aunque sería reconocido por habitantes de la zona (...), los confundiría", debido a su estructura gramatical, leo por aquí. En todas partes encuentro que el creador de este lenguaje es Said el-Gheithy, director del Centre for African Language Learning en Londres. En general, no encuentro muchas críticas positivas para la película, pero a mí me gustó.

Me encanta leer la columna Contravía, escrita por Eduardo Escobar. Y la de hoy termina con una reflexión que encuentro parecida a cierto diálogo de La intérprete. Aquí va el diálogo, para terminar y dejar de ocupar su tiempo, estimado lector. Lo traduzco burdamente, pero espero que se mantenga la idea.

Silvia Broome: (...) Siempre que alguien pierde a un ser querido, quiere vengarse de alguien más, o de Dios, a falta de alguien. Pero en África, en Matobo, los Ku creen que la única manera de poner fin al dolor es salvando una vida. Si alguien es asesinado, luego de un año de duelo se realiza un ritual llamado "la fiesta del ahogado". Se hace una fiesta durante toda la noche, junto al río. Al amanecer, el asesino es montado en un bote. Se lleva al agua y se le tira allí, amarrado, para que no pueda nadar. Entonces la familia doliente debe tomar una decisión; pueden dejar que se ahogue, o pueden lanzarse a salvarlo. Los Ku creen que si la familia deja que el asesino se ahogue, se hará justicia, pero pasarán el resto de sus vidas de duelo. Pero si lo salvan, entonces admitirán que la vida no siempre es es justa, y a cambio ese acto los liberará del dolor.


dancastell89@gmail.com

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Hace cien años, el día 11 del mes 11, a las(...)

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