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Supongo que por esa condición humana —muy acentuada por acá—  que nos hace mostrar la riqueza cuando se tiene para impresionar a los demás, hizo que treinta años atrás, un señor muy importante trajera al país una pareja de estos enormes animales para su zoológico personal. Resultado: según expertos, ahora tenemos la mayor población de estos fuera de África. Gigantes, que llegaron en la gloria de la hacienda Nápoles y nos ponen a pensar, nuevamente, en el cómo enfrentamos los desafíos.

Es fácil, debido a nosotros mismos, configurar esta película: la importación ilegal mediada con platica; guerra contra el cartel, incautación y no tener la menor idea —además de quedarse con algunas cosas— de qué hacer con lo que allí había, entre todo, los hipopótamos. Sí, los hipopótamos, los hipopótamos, tan lindos, tan tiernos, tan comelones, tan caros de mantener, tan fuera de lugar, tan salvajes, tan peligrosos, tan territoriales.  En algún punto alguien medianamente consiente de la relación que tenemos como hombre con la Naturaleza dijo que había que sacrificarlos, uno aún más consiente dijo que era mejor esterilizarlos. Y comenzaron los estudios previos, los de factibilidad, de viabilidad y demás. Siguieron las licitaciones, los procesos de selección, las mordidas, las elecciones, la parálisis, el olvido. Entretanto se murió López y estos animales fueron los que nos pusieron a pensar: como en Romeo y Julieta versión 2009, Pepe y Matilda, una pareja de estos colosos se voló y tuvieron una cría. Cuentan que asolaban la región, que eran peligrosos. Muy a nuestra manera la solución fue cazarlos y en el último minuto nos volvimos románticos ecologistas sin detenernos siquiera a considerar lo que implica tenerlos libres. Y empezamos a conocer la indignación en las redes sociales. Y la posesión del ejecutivo, la nueva licitación, más mordidas de hipopótamo, la firma del contrato años tarde, las demandas al ganador, el que no ha podido arrancar, el que no sabe si lo hará porque luego llegó otro diciendo que lo mejor es repatriarlos. Y ellos, cinco años después, haciendo lo que toca hacer, van por los cuarenta.

Lo único que sé de estas bestias importadas, es que ellos tienen un espejo. Uno que nos deja ver ese gran circo del absurdo llamado Colombia. Circo en el que toda nuestra capacidad en coordinar e informar se puede resumir en: el anuncio de la ministra de Medio Ambiente que informaba la fuga de diez disparando las alarmas; asimismo, le advierte a los pobladores que adopten medidas de seguridad si se los encuentran de frente. Explíqueme por favor cómo me enfrento a más de tres toneladas de agresividad. Y entra en escena director de Fauna —la autoridad ambiental de Puerto Triunfo, lugar en donde se ubica Nápoles, ahora parque temático—, y dice que la ministra está desinformando, pero que sí se han escapado algunos, porque este parque temático no cuenta con los cercos adecuados —¿cuál es el tema del parque? La ineptitud será—, pero que él no sabe en realidad cuántos andan sueltos ni cuántos hay en total (?). Sí señora, ¡ni contarlos hemos podido!

Nuevamente exhibimos nuestra omnisciencia, esa que nos hace ser hoy ecologistas especializados en hipopotamología, como mañana analistas de movilidad para Bogotá. Sale a flote nuestra habilidad para hacer estudios, y diagnósticos, y hablar, y escribir, —sí, como yo ahora— y plantear posibilidades de salidas; quedándonos allí, en el puro dictamen; como si hasta allí tuviéramos que actuar, como si la solución pasara por inundar el foro nacional defendiéndolos, llorando su suerte, deseándoles un mejor futuro o lo que sea. Nada de decisiones, nada de aceptar consecuencias de las mismas, mejor seguir deliberando, procrastinando, igual acá no se necesitan plazos para resolver, acá todo se alarga, todo se negocia, nada es definitivo, nada se ejecuta. Como si al negarnos tomar la receta por amarga y nos sentamos a esperar un remedio más dulce la enfermedad remitiera. En fin, tranquilos que el mundo nos espera. Como nos enseñó el comediante de marras, dejemos así, frescos, al fin y al cabo así somos el país más feliz del mundo.

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Ve, ¿y qué es lo que hace Alemania dirigiendo Europa?

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La curiosidad me llevó a probar y a seguir probando. Ella trajo al cine, la música, los libros, la filosofía y la voluptuosidad. Así fue como de ingeniero electrónico llegué escribir y trato de no perder la elegancia en ello. Mi principal derecho: contradecirme.

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