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El sábado llegamos al último día de la Berlinale, ya no había películas en competición nuevas para ver y en la sala de prensa hubo mucho de especulación y apuestas alrededor de las que pudieran llevarse los grandes premios de esta edición. Corría cierta unanimidad en cuando al favoritismo de 45 years, Ixcanul, El club y Taxi. Esta última la gran ganadora del Oso de oro como mejor película, a la cual yo no le tenía fe, pero se me escapó del análisis el mensaje que también envían estos certámenes.

el oso

Después de los rones del viernes y lograr descansar mejor en la noche, sin la presión de ir a ver más películas, solo me quedaba escribir lo de los días anteriores y prepararme para la gala. Como en cualquier final de América de Cali, perdí el partido en los últimos minutos, dejando ver mi primíparada al alistarme para entrar en el Berlinale Palast (me vestí de gala) para recibir un: «Tiene la invitación» como negativa a mi petición. Me dijeron que si la quería ver podría dirigirme a CinemaxX 3, que allí había espacio para los acreditados.

Un par de fotos en la alfombra roja y me dispuse a recorrer los escasos metros que me separaban del lugar a donde vería la gala. Aclaro que nunca había visto una entrega de premios que fuera en otro lugar diferente a USA y me imaginaba algo similar, aunque menos larga en cuanto apenas una hora y media decía el programa que duraría.

La eficiencia alemana se presentó. ¡Qué minimalismo! Toda una muestra de alemanidad. Tenemos una tarea, hay que hacerla bien y nosotros lo hacemos así: ordenado, impecable, bonito, rápido y eficiente. Nada de show, nade de música, a lo que vinimos. Podría decir que noté falta de emoción en la entrega de estos premios. Como peluquiando calvos, diría algún amigo mío.

Sorpresas, no hubo muchas. El Oso de plata para el mejor guión fue para Patricio Guzmán y su El botón de nácar; 45 years se quedó con los premios, justos, a mejor actor —Tom Courtenay— y actriz —Charlotte Ramplig— principales. El Oso de plata a mejor director fue para Radu Jude el rumano por Aferim!, y, ex aequo, a la directora polaca Malgoska Szumowska, a mi juicio la sorpresa de la noche, con su película Body.

El Oso de plata Alfred Bauer como el film que abre nuevas perspectivas fue entregado a la guatemalteca Ixcanul y la emoción de ver a Jayro Bustamante con sus dos Marías, elegantemente ataviadas en sus trajes tradicionales y agradeciendo en su lengua y luego en español, fue conmovedor hasta que se me aguaron los ojos. El siguiente a reclamar su Oso plateado fue el chileno Pablo Larraín que con El club se ganó el que entrega el gran jurado. Mucho más sobrio el chileno que su colega centroamericano y menos emotivo el chileno.

Ixcanul

Jayro Bustamente y sus Marías. Foto Berlinale

Taxi

Hanna Saeidi recibiendo el Oso de Oro por Taxi: Foto Berlinale

Y así, casi tan rápido como vos me leés, llegamos a la entrega del Oso de Oro para Taxi, la película del iraní de Jafar Panahi, sobre el que pesa una condena de no poder salir de su país y no hacer cine por 20 años. Pero aún así, Panahi no ha dejado de sorprendernos con su creatividad, desde This is not a film cuando pasaba por la mitad de este proceso judicial. Por causa de su castigo, fue su sobrina Hanna Saeidi la que subió a reclamar el premio.

El mensaje que quería dar la Berlinale al establecimiento iraní fue enviado. La niña iraní subió con su pelo al aire y mostró primero el orgullo y luego algo para lo que nadie, creo, estaba preparado en esta velada tan parca, tan falta de pathos. Ella se atragantó con las palabras de agradecimiento y rompió en llanto logrando ser acompañada por no pocos. La respuesta de un pueblo expresivo a la frialdad alemana.

Ve, bacano que me hayás acompañado.

Relatos en: El Galeón Fracaso

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Comienzo por lo que me trajo aquí:



Me encantan, estos avances. Me encantan.

The interpreter (para nosotros, La intérprete, y como cosa rara, el título en español significa lo mismo que en el idioma original) es un filme dirigido por el estadounidense Sydney Pollack, estrenado en cines en dos mil cinco. El guión condujo a Pollack a grabar en las propias instalaciones de la ONU (localizadas en territorio internacional dentro de Nueva York), una historia con tintes políticos que recuerdan la situación más o menos reciente del actual presidente de Zimbabwe.

Estaba viendo hace unas horas cierta película francesa realizada exclusivamente para televisión hace unos años, no muy conocida por cierto, y me asaltó una duda que tenía desde hace un tiempo y que se avivó luego de ver La intérprete. La duda es la siguiente:

Lo más seguro es que todos conozcamos el aviso que aparece, usualmente escondido al final de los créditos de algunas películas, que dice lo siguiente, palabras más, palabras menos: "Los hechos relatados en esta película son puramente ficticios y no deben relacionarse con eventos pasados, actuales o futuros. (...) Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia."
Yo me pregunto: luego de ver una película que parece un documental acerca de una situación actual, ya sea ésta una realidad o no, ¿qué sentido tiene recurrir a este mensaje, si de cualquier manera los espectadores van a hacer la relación?

Es claro, hay que decir, que no todo el mundo tiene por qué captar estos parecidos. Pero los que sí los captan, lo comunican a los demás, y al final la película pasa a verse como lo que realmente es: una crítica por parte del realizador hacia una situación en particular. Punto. No importa qué tan imparcial se pretenda ser, haciendo uso del mencionado avisito.

En fin, no entiendo esta actitud, si de verdad algunos pretenden protegerse bajo dicho mensaje. Quisiera creer que lo colocan no porque no pretendan dar la cara luego de dar la opinión, sino porque es una especie de requisito, un asunto legal de obligatoria aparición al final de todos los créditos de todas las películas de todos los géneros. Aunque al final, sólo quien tuvo la idea de escribir la historia como quedó escrita es quien sabe qué opinión tiene.

Él y sólo él.

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Sobre la película, hay un dato lingüístico interesante; se creó un lenguaje nuevo (lo llamaron "Ku"), con sus propias palabras, conjugaciones, reglas... es decir, un lenguaje aparte, sostenible por sí solo, basado en lenguajes existentes en el sur de África, pero que "aunque sería reconocido por habitantes de la zona (...), los confundiría", debido a su estructura gramatical, leo por aquí. En todas partes encuentro que el creador de este lenguaje es Said el-Gheithy, director del Centre for African Language Learning en Londres. En general, no encuentro muchas críticas positivas para la película, pero a mí me gustó.

Me encanta leer la columna Contravía, escrita por Eduardo Escobar. Y la de hoy termina con una reflexión que encuentro parecida a cierto diálogo de La intérprete. Aquí va el diálogo, para terminar y dejar de ocupar su tiempo, estimado lector. Lo traduzco burdamente, pero espero que se mantenga la idea.

Silvia Broome: (...) Siempre que alguien pierde a un ser querido, quiere vengarse de alguien más, o de Dios, a falta de alguien. Pero en África, en Matobo, los Ku creen que la única manera de poner fin al dolor es salvando una vida. Si alguien es asesinado, luego de un año de duelo se realiza un ritual llamado "la fiesta del ahogado". Se hace una fiesta durante toda la noche, junto al río. Al amanecer, el asesino es montado en un bote. Se lleva al agua y se le tira allí, amarrado, para que no pueda nadar. Entonces la familia doliente debe tomar una decisión; pueden dejar que se ahogue, o pueden lanzarse a salvarlo. Los Ku creen que si la familia deja que el asesino se ahogue, se hará justicia, pero pasarán el resto de sus vidas de duelo. Pero si lo salvan, entonces admitirán que la vida no siempre es es justa, y a cambio ese acto los liberará del dolor.


dancastell89@gmail.com

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