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el verdadero tema, el único y más profundo en la historia del mundo y del hombre, al que cualquier otro está subordinado, es el conflicto de la fe y la increencia.

Goethe

Desde hace meses se sabe de la problemática en la Guajira con los niños que se mueren de sed. Cuando se acude a la razón para encontrar cómo esto es posible, ella no da respuestas, y tampoco deja en paz al leer este tipo de noticias. Tal vez sí se necesite de la teología para poder encontrar esa paz, tal vez en la escatología está la justicia para las víctimas de tanta desgracia e incapacidad humana. De tanta maldad.

Ahora bien, si dentro de la increencia es un trabajo hercúleo configurar una explicación para cuando se dan este tipo de situaciones, porque la verdad no la hay o no la puede haber si nos llamamos inteligentes, el trabajo que le espera a las personas religiosas — por el contrario los creyentes son capaces de explicar dentro de su fe lo que sea—, aclarar el asunto de que existan seres humanos en el mundo que mueren de hambre y de sed mientras hay un Dios omnipotente e infinitamente bueno es, por lejos, muchísimo más complicado para ellos, así tengan a algunos de estos grandes pensadores religiosos —san Pablo, san Agustín— que le hayan quitado la responsabilidad a Dios dentro del funcionamiento de la creación. Como dijo el teólogo cristiano Bonhoeffer, el problema de Dios está en Dios por «sus silencios, su invisibilidad, su ausencia».

En otra crisis humanitaria, de esas que le tocan a Colombia una semana sí y la otra también, con más focos y reflectores, un expresidente dijo sobre los afectados que, «Son sangre de nuestra sangre». Al igual que estos desplazados, los guajiros son compatriotas nuestros, unos a los que les llega la mala hora por no tener que beber. Seguramente el ahora senador de la República, que refleja el sentimiento de país devoto de la fe católica, siguió en la situación de los sedientos de la Guajira la regla que se lee en Mateo 6:3 y por ello no nos enteramos de sus actos de ayuda. Pero, infiero que no le interesó, y no tanto porque hayan faltado cámaras de televisión que registraran el hecho, sino comentarios que personas de su resorte han dicho sobre los indios, como que nos deben ir ahora vestidos, o con los que deberíamos dividir departamentos y así separarnos del lastre que suponen para el desarrollo.

Lamentablemente creo que allí cabe un punto para el reclamo hacia la Iglesia por cuanto no ha sido capaz de transmitir el mensaje de igualdad entre semejantes, por el contrario, en algunas ocasiones, los ha logrado profundizar. Esquiva responsabilidades cuando mencionan que este tipo cosas que pasan en la tierra son culpa de los hombres y no de Dios. En parte no le falta razón, sin embargo en un país en donde la mayoría se declaran cristianos, estas situaciones no deberían pasar, máxime cuando se proponen como faros morales. Léon Bloy dice que el nombre de la era por que la humanidad sufre con la esperanza se llama era cristiana. Y así es que religión cristiana, como otras monoteístas, apura una respuesta para todos los asuntos que en el más acá no salen bien. Para estas injusticias habrá respuestas en el más allá, en la escatología.

Los cristianos no pueden renunciar a la omnipotencia de su Dios, por la cual deben afanar explicaciones complicadísimas en casos y situaciones de extrema injusticia o en donde el pecado no es la respuesta para el mal. En tan mentadas situaciones algunos de ellos obtienen así la tranquilidad suficiente para continuar. El asunto está en que no todos tenemos la paciencia de Job, ni podemos actuar como él y ser mejor que su Dios y es allí donde la razón entra a buscar otras fuentes para calmar la sed.

Ve, la diplomacia de Santos parece un atributo divino, no se ve.

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