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¿O es que los niños de la Guajira me van a dar la boleta?

 Anónimo

 

El asunto se vuelve cada vez más insoportable. Ya nos lo dijo Smith, el sabio agente perseguidor de Neo en Matrix, cuando nos igualó a un virus. Que vivamos para llenarnos de cositas diseñadas en el Noroccidente del planeta y hechas con sudor y lágrimas en el resto del mundo explotado es una prueba monumental de la afirmación del agente. Ahora, que nos neguemos a verla no es porque sea menor, cuando de seguro es más grande que cualquiera de las maravillas que nos asombran, sino porque vivimos rodeados de tragedias a la mano como la que encabeza esta entrada.

 

https://www.youtube.com/watch?v=ao2ZLifNLXc

 

Con fuego tenemos grabadas las palabras de un antihéroe apuesto y subversivo al que siempre hemos querido imitar; aquel que usa el sistema para aprovecharse del mismo y devolver el golpe con su «Fight Club»: Tayler Durden. Es él la venda de nuestros ojos. La verdad es que con algo de dinero apenas llegamos a ser una imitación barata del cínico y desalmado ser que muestra todo el hastío y desencanto humano de esta era posmoderna donde nos vemos sobrepasados por el conocimiento del tejemaneje del mundo real que nos hizo ver un «American Psycho»: Patrick Bateman. Un mundo que por más espacios que haya para echar discursos se entiende que no cambia por ellos mientras se cae en cuenta que tampoco lo hace con los ejemplos que se puedan llegar a dar.

Porque a don Leonardo le salió muy lindo el discurso del cambio climático, pero tal vez celebró a su usanza. ¿Qué son 50 putas pa’ un Oscar? Algunas podrían ser víctimas. Repito, ¿qué son 50 putas pa’ un Oscar? Y claro, ¿por qué no una línea? Que cuántos han puesto el alma para ello; pero si nadie se gana un Oscar todos los días. Porque es muy fácil decir, y sin embargo al mirar debajo de la alfombra de filias y fobias y hasta de creencias siempre hay algún lugar donde los fluidos humanos salen a destajo. Y ellos huelen maluco como bien dijo Nietzsche: «donde el pueblo come y bebe, e incluso donde se rinde veneración, suele heder». Busquen el ejemplo que quieran. ¿Y quién lava los pañales de tela? Por supuesto que el trancón no lo hace mi carro, ni contamino mucho con los viajecitos en avión que hago, y de seguro que en la cadena de producción de los chiros de Mango, para los igualados, o Dolce & Gabbana, para los aún más igualados, no tiene niños.

Claro que tenemos que vivir, y eso en la gran mayoría de las medidas significa consumir. El libro que Occidente cree contiene la verdad de todo dice: «el que esté libre de pecado que tire la primera piedra», y con esa falacia nos quieren vender lo que racionalmente es incomprable. El verdadero mensaje está en las palabras de Mateo 12:30 o Lucas 11:23: «El que no está conmigo, está contra mí». Y vivir significa dejar una huella. La de nosotros no importa, la jodida, la indeseada es la que dejan los demás. Los que están contra nosotros. Así las cosas, lo que se echa de menos es el discurso que nos avale la vida y presencia en la Tierra. ¿Nos quedará el cinismo? El desasosiego me lleva a irme por allí, porque somos pusilánimes y la única justicia que les queda a los que creen o quieren pasar impolutos por la vida es el suicidio. Pero de la moral cristiana heredamos el respeto a toda vida humana por miserable que sea y dentro de la ética religiosa estas preguntas por los demás —animales, plantas y hombres aparte de nuestro círculo— no cabían. Pero matamos a Dios y quedamos huérfanos de respuestas. Qué digo respuestas, de disculpas. No sobra decir que lo que nos ha faltado es trabajo para desarrollar una verdadera Ética secular totalmente alejada de herencias divinas donde quepa este desgarro.

Entre lo más básico, comer, los carnívoros no van a dejar de comer carne por más videos de Playground, YouTube o documentales sobre la industria alimenticia y el holocausto diario al que sometemos a los otros seres vivos. Porque los veganos no lo pararán con el consumo de todo lo “bio” y alimentándose a punta de soya se hacen culpables de la desaparición de cientos de hectáreas enteras de selva al día y de las especies únicas que habitan en ellas. Entonces, vaquitas, pollitos y cerditos o biodiversidad. La respuesta es muy desalentadora. Al cuento de que el león se come a la cebra falla cuando la realidad dice que pocos son capaces de matar un animal con sus propias manos.

Ve, ¿y le dieron la boleta?

 

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