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Una de las cosas que más me acerca a mi esposa es nuestro gusto común y compartido por el cine, por lo que cada vez que hay tiempo y energías – normalmente cada viernes en la noche, luego del trabajo – estamos metidos en un teatro viendo lo que haya en exhibición. De todo un poquito vemos, y sin pretensiones de cinéfilos pero como amantes del cine (que es diferente) entramos al teatro, compramos una bolsita de crispetas, y disfrutamos. Un día una película intimista como el Birdman de González Iñárritu, en otra ocasión los clásicos de acción Fleminingistas del 007, y en los últimos tiempos el – para mí – novedoso mundo del cine indio. ¡Y menudas revelaciones que han traído las películas producidas en dicho país para quien esto escribe!

Para mi esposa, la India representa un lugar mágico en el que ha podido expandir sus perspectivas respecto de la tolerancia y la admiración de todo aquello que está más allá de nuestras narices. Es decir, la fascinación por todo ese mundo añejo y profundo que vive y siente más allá de nuestras inocentes – pero entendibles – fijaciones con la cultura y el estilo de vida occidental. Aquel mundo diverso que cuando nosotros estamos yendo con pasos aceleradamente presumidos, hace rato está viniendo con andares reposados pero sabios. Y en esa medida le hemos dado la bienvenida a nuestra casa a través de buenos libros que cuentan épicas historias de amor y guerra de hace mil años, comida deliciosa que revuelve de alegría al paladar con sus sorpresas picantes, manifestaciones artístico-espirituales únicas como las mandalas, y por supuestos estas benditas películas de las que hablo.

Si soy sincero, la primera invitación a ver una peli india por parte de Claudia fue recibida con curiosidad pero sin excesivas expectativas. Como siempre, uno nada en los prejuicios culturales que le impone el lugar donde nació y la pereza de mirar para el lado, de modo que me imaginé una noche de relax con pintorescas imágenes de bailes y canciones variopintas, actuaciones que más que admiración producen simpatías por su excentricidad, uno que otro elefante pasando por entre las calles atestadas de gente bulliciosa, y si acaso algún chiste obvio. Es decir, algo así como una película de Disney. Nada más lejos de lo que finalmente encontré.

Haider (2014, dirigida por Vishal Bhardwaj), es no sólo una película hecha a lo superproducción de Hollywood – sin escatimar detalles ni presupuesto –, sino que es además una adaptación magistral de nada más y nada menos que el Hamlet de un tal William Shakespeare. En el contexto del conflicto ocurrido en 1995 entre el gobierno indio y rebeldes separatistas cercanos a Pakistán por el control de la provincia de Kashmir, un estudiante regresa a su pueblo para averiguar sobre la desaparición de su padre, un prestigioso médico que había sido arrestado por la policía luego de haber operado en secreto a un líder a la facción separatista. La aparición de un insurgente prófugo de un campo de concentración oficial – el fantasma – le permite enterarse al estudiante que su padre había sido torturado y asesinado por orden de su tío, y que su última voluntad era la venganza implacable en contra de este último. Haider, embebido por la locura y el deseo de desagravio, se revela como conocedor de la verdad a través de una obra de teatro y así enciende una tragedia que llevará consigo las vidas de personas que ama.

Más allá de ser una película bien lograda desde lo técnico y con merecidos reconocimientos en el marco de instancias especializadas – como el Rome Film Festival, donde se ganó el premio del público –, Haider encarna la potencia del cine indio como una manifestación cultural, social y política alternativa y emancipadora, que invita a ver más de lo nuevo y menos de lo mismo.

Como primera medida, se trata de una magnífica adaptación de una obra literaria que ha probado ser atemporal y universal. La tragedia que se encadena a uno de los sentimientos humanos sobre los que más se ha reflexionado – la venganza – es un patrón tristemente incipiente e iterativo a lo largo de la historia de la humanidad, por lo que el arte siempre estará listo para emitir versiones e interpretaciones de aquellas obras esenciales como Hamlet. En este caso, la historia del príncipe Danés aterriza en las montañas del norte de la India y Pakistán, y se proyecta en un entorno local que resulta igual de acertado que si se hubiera escogido una gran urbe o una gran potencia global. De ahí la posibilidad de asociar la obra de Shakespeare con nuestra especie en su conjunto, y de perfilar a esta película como una obra que puede tocar el corazón y las vísceras de cualquiera.

Igualmente, hay que destacar que la película es un texto con fuertes implicaciones políticas. Haider denuncia de forma directa una serie de dinámicas que efectivamente ocurrieron en el marco del conflicto armado entre el gobierno indio y los grupos separatistas de Kashmir. Cuando se le preguntó al director el objetivo de este tipo de referencias, manifestó que la película no sólo tenía como objetivo entretener, sino también denunciar las violaciones de derechos humanos que tienen lugar en dicho país, como consecuencia del abuso del poder oficial. El resultado: su lanzamiento estuvo sometido a numerosos intentos de censura por parte de las autoridades indias, y luego de su estreno hubo masivas campañas en redes sociales para boicotear su difusión. Al final, dichos intentos fueron neutralizados por los fans de la película – busquen #Haidertruecinema en Twitter y verán que pasó. Esto demuestra que el cine es un vehículo de activismo político muy poderoso, y que el cine indio se encuentra alineado con esta interesante perspectiva que se le puede dar al arte y a la cultura.

Finalmente, me parece muy importante que el film funciona también como una ventana para mostrar las particularidades socioculturales de este maravilloso país. En especial, y como siempre se han caracterizado las películas indias, las escenas en las que la música es protagonista permiten atestiguar siglos de civilización y sabiduría tradicional que se manifiesta a través de lo popular. Hermosos colores por doquier, paisajes solemnes que transportan, melodías que tocan las fibras y una teatralidad que ya quisieran tener nuestros actores y actrices. Aquí les dejo la prueba para que se antojen: https://www.youtube.com/watch?v=hwVZUdlCWz4 (esta es la escena en la que Haider le revela a los autores intelectuales del crimen de su padre que, de hecho, él sabe que ellos fueron y que no va a escatimar detalles para vengarse). Dos palabras: contundente y hermosa.

En medio de lo vacío y predecible en que a veces se ha convertido el cine Hollywoodezco – y en general nuestra cotidianeidad social -, este tipo de alternativas aparecen para mostrarnos que, incluso a nivel de entretenimiento y cultura, vale la pena ponerse de pie y buscar nuevos espacios, ya que los hay y muy buenos. El mundo es mucho más grande que el cuarto de 4X4 en el que nos sentimos cómodos e incluidos, de modo que nada se pierde con refugiarse en lo alternativo, lo desconocido, lo inusual y lo pintorezco. Algo queda claro: le estoy enormemente agradecido a mi esposa por tan maravilloso descubrimiento-regalo, y estoy seguro que vendrán muchas más noches de viernes de cine con crispetas. Y por qué no, de cine indio con crispetas.

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PERFIL
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Estudió derecho y a pesar de todo, se creyó el cuento de la justicia social y a eso se dedica. Cuando no está sumergido en la tesis doctoral le interesa la música latina y alternativa, el ciclismo colombiano en el mundo, la historia del más allá y el más acá, y los problemas públicos a nivel urbano y rural.

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