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Confiar es un mecanismo de eficacia sin igual, te entregas a la red invisible que sostiene tu vida y de repente sabes que no hay errores sino aprendizajes. No hay mejor momento para honrar las bondades de la confianza que este momento confuso en la historia de la humanidad. Hay quienes creen que confiar es de tontos, que el proceder consecuente es la desconfianza y anticipar el golpe, pero la verdad es que, querámoslo o no, la vida es un acto de fe, un misterio el cual no controlamos. En el mejor de los casos, cuando contamos con buenas fuentes de información y herramientas para interpretarla, se nos permite tomar decisiones acertadas para cada momento.

Voy a hablar de la confianza desde un lugar inesperado e inusual, desde todo lo mundano y lo crudo de la sociedad de consumo. Tal vez no nos demos cuenta de lo mucho que confiamos en nuestro día a día, por más desconfiados que crean ser algunos, llega el momento en que casi ciegamente se entregan a la buena fe de otros seres humanos. Me refiero al momento cuando, sabiendo poco o nada, confiamos en las promesas de los productos que compramos. Es poco lo que sabemos de cómo se elaboran los productos que consumimos, que muchas veces tienen más de incógnita que de respuesta. Con la globalización de las cadenas de producción, en muchos casos es casi imposible saber la proveniencia todos los elementos que componen un producto. Solo tengan en cuenta que en un solo chip de computador pueden encontrarse más de 2000 materiales distintos, con diferentes proveniencias. A cada producto que tenemos en nuestras manos, se le despliegan interrogantes como: ¿qué sabemos de las condiciones de trabajo bajo las cuales fue elaborado este producto, podríamos asegurar que no hubo trabajo infantil involucrado en su fabricación o que en su elaboración no se causaron daños irreversibles al medio ambiente?

¿Y qué pasa cuando esa confianza se quiebra, y queda en evidencia un sistema que no corre sobre el entendido de la buena fe? Algo así ocurrió hace unas semanas con la carne de caballo en lasañas que ofrecían carne de res. El episodio no solo dejo en evidencia un complejo sistema de proveedores, sino también alertó sobre la posible contaminación de la carne de caballo con fenilbutazona, un peligroso antibiótico, comúnmente utilizado en equinos. Actualmente, los alimentos viajan en promedio de1500 a 2500 millas antes de llegar a la mesa y la complejidad de sus cadenas de producción hace relativamente fácil para una marca como Findus alegar que la culpa por un error así no es su responsabilidad.

En su libro What to Eat, Marion Nestle nos recuerda como la comida es también un tema político. El alimento y todo su sacralidad se tratan tan vilmente como cualquier otro tema que amenace los intereses de las grandes corporaciones. Un ejemplo de esto es como, con un tremendo musculo político, las grandes corporaciones han frenado iniciativas como exigir que fabricantes informen en la etiqueta si se utilizaron semillas genéticamente modificadas o sustancias químicas que representen un riesgo para la salud.

No creo que haya que demonizar a las industrias, estás han funcionado por mucho tiempo bajo el entendido de que deben maximizar ganancias a toda costa, es su naturaleza y lo único que conocen. Pero existen otras maneras vivir, donde sea la confianza la que prime, no el secretismo y el miedo. Las corporaciones podrían revelarlo todo, dejando nada oculto bajo el sol, y nosotros tomaríamos nuestras decisiones y volveríamos con más decisión de compra que nunca. 

Esto no es imposible, existen empresas que han dado ese salto al vacío y han regresado victoriosas para contar una historia genuina de solidaridad. Este es el caso de la marca de ropa Patagonia, que tiene como política informar al consumidor cuantas millas han viajado sus productos, cuánta agua se ha consumido en su producción y cuantas emisiones de Co2 se han liberado a la atmosfera.

Estoy a favor de la confianza, de sentirse seguro y descansar en la incertidumbre, ya sea con personas que acabamos de conocer, con nuevas experiencias o con un nuevo producto al que queremos darle la oportunidad. Creo también que debemos pasar de la Era de la Información a la Era del Conocimiento, es decir, que se nos de la información relevante y la educación para  poder, con conciencia, tomar decisiones dentro de un ciclo virtuoso que comienza con la confianza y a su paso genera prosperidad y bienestar para todos. El consumidor está listo y está ávido por tomar decisiones a conciencia y no en la oscuridad. No solo necesitamos la ayuda del estado con la legislación adecuada, sino que fabricantes de todo el mundo comprendan que podrán generar ganancias desde la confianza, identificando su humanidad con la del otro, fabricando productos dignos y relevantes que merezcan su lugar entre los seres vivos.

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Coach, bloguera, escritora, autora del libro Yo debería ser flaca. Trabajo con mujeres en su relación con la comida y el cuerpo.

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