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Soy una apasionada y una estudiosa de la nutrición, siento fascinación por esta ciencia confundida que se contradice constantemente, la única con la capacidad de generar estudios científicos perfectamente bien sustentados que aprueban o descalifican una misma teoría nutricional. La nutrición moderna cambia de opinión sin habernos dado el tiempo de habituarnos a lo previamente dicho y prometido. ¿Quién puede mantener su dieta al día con toda la información que se nos presenta diariamente? ¿Eliminamos las carnes, los lácteos o el gluten? ¿Le damos la espalda a las grasas saturadas y al azúcar, o simplemente moderamos su consumo? Al confundido consumidor solo le queda la molesta sensación de acumular información mientras sabe cada vez menos.

Afortunadamente, creo que la nutrición no es una ciencia que dicte verdades absolutas, aparte de unos pocos parámetros simples y lógicos con los que nadie está en desacuerdo, por ejemplo, los devastadores efectos del consumo excesivo de alimentos procesados. La verdad sobre la nutrición pertenece al individuo y su capacidad de escuchar su cuerpo.

Pero devolvamos un poco y tomemos dos ejemplos diametralmente opuestos, la dieta Paleo y la dieta vegana. Rigurosos estudios respaldan las creencias de la dieta Paleo, que básicamente promueve una dieta desde una mirada evolutiva, considerando que el homo sapiens y el hombre actual comparten básicamente la misma herencia genética. El hombre primitivo desarrolló sus necesidades alimentarias antes de la invención de la agricultura y los seguidores de esta dieta creen que lo adecuado seria comer de la manera más similar posible a como lo hacían nuestros ancestros, es decir grandes cantidades de proteína animal y plantas. La ciencia ha revelado que el hombre primitivo consumía abundantes grasas saturadas y vegetales, nada de lácteos, granos, leguminosas, ni alimentos procesados. Tienen sólidos y lógicos argumentos, y no son descabelladas sus conclusiones, aun teniendo un alto consumo de una grasa tan satanizada como la saturada.

La dieta vegana, por otro lado, consiste en una dieta libre de todo producto animal, incluidos los huevos, los lácteos y la miel. Uno de los estudios juiciosos y rigurosos que apoyan esta dieta es el China Study por T. Colin Campbell. Sus investigaciones se basaron en el estudio de la dieta de numerosas personas en diferentes regiones de China, a las cuales se les hizo un seguimiento en el desarrollo de enfermedades crónicas y cardiovasculares, y se encontraron correlaciones directas entre las tasas de mortandad entre personas con alto consumo de productos animales. La dieta vegana ha demostrado buenos índices en reducción de enfermedades crónicas, y sin duda es la dieta más consciente de la problemática ambiental.

Creo que todas estas corrientes tienen sus verdades, y en sus aciertos esta su valor. Sin embargo, no existen soluciones únicas para la gama infinita de seres humanos y sus necesidades. Además, debemos considerar que la nutrición es un área en la que desafortunadamente juegan muchos intereses distintos a la salud y al bienestar. Científicos, nutricionistas, médicos, las comunidades académicas, las industrias implicadas, los gobiernos, todos se pisan los talones entre ellos y quieren la última palabra. Hay muchos intereses en juego, pero la nutrición es fascinante porque en esencia es sencilla e intuitiva. La ciencia nos ayuda a entender, pero es nuestro compromiso con nuestra propia salud lo que nos saca del embrollo. La maestría viene de aprender a escuchar a nuestros cuerpos, que son todos diferentes y tienen necesidades distintas. Los estudios van y vienen, unas teorías surgen, otras se caen pero nosotros seguimos en pie, en la búsqueda de la mejor manera posible de vivir y sin duda el alimento es nuestro aliado, un sanador, un amigo, que nadie nos diga lo contrario.

www.francamaravilla.wordpress.com

@camilasernah

 

 

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Coach, bloguera, escritora, autora del libro Yo debería ser flaca. Trabajo con mujeres en su relación con la comida y el cuerpo.

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Comienzo por lo que me trajo aquí:



Me encantan, estos avances. Me encantan.

The interpreter (para nosotros, La intérprete, y como cosa rara, el título en español significa lo mismo que en el idioma original) es un filme dirigido por el estadounidense Sydney Pollack, estrenado en cines en dos mil cinco. El guión condujo a Pollack a grabar en las propias instalaciones de la ONU (localizadas en territorio internacional dentro de Nueva York), una historia con tintes políticos que recuerdan la situación más o menos reciente del actual presidente de Zimbabwe.

Estaba viendo hace unas horas cierta película francesa realizada exclusivamente para televisión hace unos años, no muy conocida por cierto, y me asaltó una duda que tenía desde hace un tiempo y que se avivó luego de ver La intérprete. La duda es la siguiente:

Lo más seguro es que todos conozcamos el aviso que aparece, usualmente escondido al final de los créditos de algunas películas, que dice lo siguiente, palabras más, palabras menos: "Los hechos relatados en esta película son puramente ficticios y no deben relacionarse con eventos pasados, actuales o futuros. (...) Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia."
Yo me pregunto: luego de ver una película que parece un documental acerca de una situación actual, ya sea ésta una realidad o no, ¿qué sentido tiene recurrir a este mensaje, si de cualquier manera los espectadores van a hacer la relación?

Es claro, hay que decir, que no todo el mundo tiene por qué captar estos parecidos. Pero los que sí los captan, lo comunican a los demás, y al final la película pasa a verse como lo que realmente es: una crítica por parte del realizador hacia una situación en particular. Punto. No importa qué tan imparcial se pretenda ser, haciendo uso del mencionado avisito.

En fin, no entiendo esta actitud, si de verdad algunos pretenden protegerse bajo dicho mensaje. Quisiera creer que lo colocan no porque no pretendan dar la cara luego de dar la opinión, sino porque es una especie de requisito, un asunto legal de obligatoria aparición al final de todos los créditos de todas las películas de todos los géneros. Aunque al final, sólo quien tuvo la idea de escribir la historia como quedó escrita es quien sabe qué opinión tiene.

Él y sólo él.

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Sobre la película, hay un dato lingüístico interesante; se creó un lenguaje nuevo (lo llamaron "Ku"), con sus propias palabras, conjugaciones, reglas... es decir, un lenguaje aparte, sostenible por sí solo, basado en lenguajes existentes en el sur de África, pero que "aunque sería reconocido por habitantes de la zona (...), los confundiría", debido a su estructura gramatical, leo por aquí. En todas partes encuentro que el creador de este lenguaje es Said el-Gheithy, director del Centre for African Language Learning en Londres. En general, no encuentro muchas críticas positivas para la película, pero a mí me gustó.

Me encanta leer la columna Contravía, escrita por Eduardo Escobar. Y la de hoy termina con una reflexión que encuentro parecida a cierto diálogo de La intérprete. Aquí va el diálogo, para terminar y dejar de ocupar su tiempo, estimado lector. Lo traduzco burdamente, pero espero que se mantenga la idea.

Silvia Broome: (...) Siempre que alguien pierde a un ser querido, quiere vengarse de alguien más, o de Dios, a falta de alguien. Pero en África, en Matobo, los Ku creen que la única manera de poner fin al dolor es salvando una vida. Si alguien es asesinado, luego de un año de duelo se realiza un ritual llamado "la fiesta del ahogado". Se hace una fiesta durante toda la noche, junto al río. Al amanecer, el asesino es montado en un bote. Se lleva al agua y se le tira allí, amarrado, para que no pueda nadar. Entonces la familia doliente debe tomar una decisión; pueden dejar que se ahogue, o pueden lanzarse a salvarlo. Los Ku creen que si la familia deja que el asesino se ahogue, se hará justicia, pero pasarán el resto de sus vidas de duelo. Pero si lo salvan, entonces admitirán que la vida no siempre es es justa, y a cambio ese acto los liberará del dolor.


dancastell89@gmail.com

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