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La Universidad de Oxford es una federación de colleges (colegios) prestigiosos, la inmensa mayoría de ellos con su tradición secular medieval, sus dilatados campos verdes y su peculiar orgullo. Algunos, como Balliol o University College, son tan antiguos que se remontan a los tiempos de Guillermo de Ockham. La genialidad de J. K. Rowling consistió en convertir esta grisácea vida monástica en un cuento de fantasía para jóvenes y adultos. Ahora es más comprensible decir que a la manera de Harry Potter, todo estudiante de Oxford pertenece a uno de sus colleges.
Confieso que no tenía mucha idea sobre el modo en que operaban estos colleges antes de venir a estudiar a Oxford. Nunca pensé tener tantos amores tan inconstantes en tan corto tiempo. Cada día, al alba o al ocaso, el famoso arquerito me hiere con alguna de sus flechas endiabladas desde lo alto de alguna torre medieval. Y así, sin proponérmelo, en medio del retumbe de las campanas, caigo bajo el hechizo momentáneo de Keble, Trinity o incluso del college con el nombre más hermoso de todos, All Souls, el “colegio de todas las Almas”.
Sólo la Dama de Hierro se atrevió seriamente a decir que las clases sociales eran cosa del pasado en la sociedad inglesa. Este relampago de sinsentido simplón lanzado por Mrs T. (Thatcher) hace unas décadas fue comprensible en plena campaña electoral al Parlamento. Pero, a decir verdad, semejante trueno sería casi inofensivo y hasta podría parecer infantil en Oxford. El hecho de que Theresa May se haya graduado de St. Hugh’s College es una calamidad social que ha sido señalada recientemente por The Economist, lloviéndole rayos y centellas de un modo más estruendoso que si se tratara de una de las cóleras tempestuosas del dios del Olimpo.
Este vertigo social es quizás más inteligible si me refiero a los coros de Oxford. Todos los colleges, excepto dos aburridas instituciones, están orgullosas de contar con su propia iglesia. Cada martes, miércoles, viernes, sábado y domingo de la semana, treinta y tres colleges, si exceptuamos los jesuitas, dominicos y benedictinos, abren sus naves a cualquier feligrés para el servicio anglicano de “Evensong”, una liturgia secundada por un coro.
A las 6 pm, el paisaje de Oxford se sacude entonces con el repique de las campanas. En una ocasión, asistí con una amiga al “Evensong” de Exeter college. Me conmovieron tanto la belleza del lugar y las voces, que quise repetirlo, pero esta vez en el prestigioso Magdalen college.
Llegué tarde, como de costumbre. Y cuando abrí la pesadísima puerta, me recibió una señora en una túnica especial; escrutó los bancos de madera medieval escalonados a ambos lados del oscuro templo y me indicó el lugar donde sentarme. La pequeña nave de la iglesia brillaba con cientos de velas. La altiva voz del pastor iluminó durante el sermón la penumbra en cada recodo con una majestuosidad y pausa teatral que no había sido testigo. Ahora, me dije, está vivo este barco sagrado encallado en la tierra, y su capitán se orienta por medio de los sueños divinos del rey Salomón para llevarlo a buen puerto.
Me di cuenta de que asistía a una ceremonia sagrada y antiquísima por la pompa de los vestidos, los vitrales, el altar de oro en forma de águila imperial, y la mirada vigilante de los santos que tachonan lo alto de la iglesia.
La jerarquía saltaba a la vista. Dos secciones de los bancos estaban reservadas para los feligreses y una tercera, la del medio, acomodaba a los integrantes del coro. La totalidad del tercer escalón estaba estrictamente reservado para los profesores de Magdalen. Cualquier trasgresión de esta norma conllevaría el suicidio social. Aunque fuera domingo, casi todos los hombres estaban vestidos de saco y corbata; algunos con corbatín blanco, y todos lucían la túnica tradicional de la universidad. Las mujeres lucían elegantísimas, aunque sus joyas fueran opacadas por el brillo de toda la escena. Los demás asistentes, salvo el autor de estas líneas, honraron un código de etiqueta inusualmente elegante para un domingo en la noche.

Las «musas» de Magdalen College, Oxford
La belleza de las voces hizo vibrar la madera, las piedras y los corazones. Los niños del coro, conocidos también como “las musas de Magdalen”, arrancaron más de una lágrima cuando alternaron duetos con el órgano. Al final del servicio, los asistentes debimos esperar a la pomposa salida del pastor, la del coro y aquella de los profesores para levantarnos y salir en paz de los bancos, como si estuviéramos en medio del siglo XVIII. Al servicio, siguió una pequeña recepción selecta con copas de champaña servidas -amén de las empanadas bogotanas.

Evensong en la Iglesia de Magdalen College, Oxford
Nunca había presenciado tanto lujo en la casa de Dios. La ocasión: el corrientísimo Evensong dominical. Este elegante rito se repite cada domingo en Oxford. Se debe haber repetido desde hace siglos y no parece estar en peligro de extinción. Mrs. T estaba muy equivocada. Olvidó sus días en Oxford. No solamente las clases y la jerarquía no han desaparecido de Inglaterra, cuyas agrias consecuencias afronta su actual sucesora, sino que allí se reproducen y alimentan estas diferencias sociales de modo extraordinario. Theresa May tiene enormes dificultades políticas que atemperar en los próximos meses. Necesita la magia de Harry Potter o la guía del rey Salomón. Podrá parecer increíble, pero en el corazón de las cosas, más allá del ruido de los hechos cotidianos, no es un hecho político menor que para ser tomada seriamente en el Parlamento inglés no le favorezca en absoluto haberse graduado sin distinción de un college de Oxford sin prestigio alguno.