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(Interrumpo nuevamente el orden de las crónicas dada la actualidad de está. Espere mañana la crónica número VI de Brasil en dos ruedas)

 

 

Salgo del hotel y camino una vez más por la Avenida Borges de Medeiros. La ciudad respira un ambiente diferente al del día anterior. No hay buses repletos de hinchas cantando, ni personas con camisetas de Inter caminando por ahí. De vez en cuando se escucha un pitazo aislado en alguna calle aledaña. La noche es calida y se siente una calma aparente. Me encuentro con Tania, quien me lleva a dar una vuelta por la ciudad baja. Un barrio estudiantil en el que hay varios cafés y restaurantes con mesas en la calle, donde las personas toman cerveza y se reúnen para hablar. En el televisor de uno de los sitios pasan en directo el partido de Velez Vs Nacional de Montevideo.

 

– ¿Cuánto queda el partido hoy? – le pregunto.

 

– Cero a cero -. Nos miramos. Sonríe. – Sólo estoy haciendo esto por amistad. Lo sabes ¿no? Te traje esta revista de Gremio para tu crónica, te puede servir –. Caminamos hasta la parada de bus y tomamos el primero que pasa.

 

Leo en la revista un artículo llamado “Voltareemos! A Tóquio!”, en el que exaltan una frase de Shakespeare en Enrique IV que dice que un hombre le debe a Dios una muerte y por eso puede morir una vez, excusando el descenso a la segunda división que vivieron hace 2 años. El tráfico es pesado y nos va mejor caminando que en bus. Los hinchas de Inter aparecen un poco más sosegados y contenidos con respecto a los de Gremio. Es el primer partido que juegan en su campo después de haberle ganado la Copa Intercontinental de Clubes por 1 a 0 al Barcelona en Tokio. Tania camina despacio, con pereza. – Vas a ver que hoy la gente es diferente. El estadio es un chiquero – dice.

 

Hacemos una fila larga mientras le tomo algunas fotos a una bandera gigante que ondea en su asta y a un hincha que pasa con media cara pintada de blanco y la otra media de rojo. Se me ocurre una idea y la anoto en la revista.

 

Que iso? Um gremista! – dice un hincha atrás mío. Se conmocionan. Son un grupo de ocho o nueve, vestidos todos con la camiseta de Inter.

 

– Temos um desviado aquí! – dice uno – temos um desviado aquí!

 

Tania les dice que soy colombiano y estoy haciendo unos reportajes, pero me siguen mirando con recelo. Se aplacan un poco.

 

– ¿Eres de Emelec? – pregunta uno. Me observan esperando la respuesta.

 

– No, yo soy de Colombia, no de Ecuador.

 

– ¿Eres del Cúcuta? – pregunta otro echándome su tufo encima.

 

– No es mi equipo, pero claro que le hice fuerza ayer. Es de mi país.

 

– ¿Cuál es tu equipo?

 

– Millonarios de Bogotá.

 

– ¡Ah! Un equipo elitista, el Gremio de Bogotá. ¿Y hoy por quién vas?

 

– Me gusta Brasil. Voy por el equipo brasilero. Aunque estoy cambiando de idea.

 

– Eso no existe, ir por Brasil. Hoy no juega Brasil. O eres de Gremio o de Inter.

 

– ¡Ya! ¿Qué es esto? No me gusta ser interrogado ni que me digan desviado – miro con odio al que lo hizo pero él ahora me quita su mirada.

 

– Esto no es un juego – me dice Tania apretando mi brazo.

 

– Tampoco para mi – le respondo. Toma la revista de mi mano y la guarda en su cartera.

 

Uno de ellos luego se excusa. Me dice que aquí las cosas son así. Al final termino tomándoles una foto. Entramos al estadio. Los equipos ya están en el campo de juego. El contraste de colores entre el uniforme rojo y blanco de Inter, la camiseta azul y negra de Emelec, el verde de la grama perfectamente cortada y unos fuegos artificiales rojos que salen disparados desde las tribunas de la barra brava, con banderas rojiblancas, enmarca el escenario. Nos estamos acomodando cuando comienza el partido. A unos cuatro metros de nosotros otra barra baila al ritmo de zamba que un grupo de músicos bate en sus tambores.

 

Es evidente el sentimiento de incomodidad de Tania. Pienso en que me debe estimar mucho al hacer esto por mi.

 

– E como o carnaval, no e? – me dice.

 

El ambiente es de fiesta total. Los hinchas se exaltan con la primera jugada de riesgo de su equipo, pero es Emelec quien tiene la primera opción clara de gol, luego de un contragolpe producto de un pase equivocado en mitad de cancha. El tamborileo continúa constante mientras que tomo algunas fotos, escribo ideas en las hojas de un periódico de Inter que Tania me consiguió, y los dos equipos se van asentando en la cancha. Es un partido abierto y el gol se respira en el ambiente. En un par de pancartas dispuestas a lado y lado del estadio dice: Naçao Independente.

 

Inter tiene un fútbol muy rápido de centros a mitad de área, pases largos de defensa a ataque, pases de profundidad cruzados y cambios de frente constantes. En realidad da gusto verlo jugar. Tania me mira en silencio.

 

“Ole, ole ole, ole – Inter, ole – Inter / Ole, ole ole, ole – Inter, ole – Inter”. La fanaticada alienta al equipo, al tiempo en que el estadio entero ruge y los jugadores en el campo se van acercando con más peligrosidad al gol. Subidos sobre unas barandas que dan contra el terreno de juego, hay unos hinchas blandiendo sus brazos al ritmo del coreo, junto a un niño que viste la camiseta del equipo, una máscara y unos guantes verdes de extraterrestre. A nuestro lado las personas no paran de saltar a ritmo de zamba. Viene un centro cruzado, un rebote defensivo, un tiro de fuera de área que le queda a un jugador brasilero llamado Perdigao y vemos entrar la bola dentro del arco frente a nosotros. Una fiesta se prende a nuestro alrededor, unos hinchas emocionados nos empujan y de un momento a otro nos vemos cubiertos por una bandera blanca gigantesca que cubre casi la totalidad de la tribuna.

 

El primer tiempo se acaba y la gente se sienta en las gradas. Las personas a nuestro alrededor se llenan de cerveza la boca. – Te dije que la gente era diferente – susurra Tania. Es curioso que ella misma discrimine, porque su perfil es más el de un hincha de Inter que el de uno de Gremio. La noche anterior me confesó que adoraba al equipo tricolor, porque su tío fue el primer jugador negro que tuvo ese equipo por los años 70. En las tribunas no se ve un sólo hincha de Emelec, a diferencia de los 150 cucuteños que animaron al equipo colombiano en el estadio Monumental. Tania dice que está tranquila porque Inter va ganando. – A torcida aquí e mais agresiva do que la. E tipo carnaval. Tein muita bagunça. Agora que vao ganhando fican mais calmos – me dice. Suena la canción We are the champions de Queen, al tiempo en que unas porristas muy bonitas lanzan balones de regalo a la tribuna. Un joven frente a nosotros atrapa uno.

 

Inter, orgullo do planeta – le escucho a un hombre atrás, que nos mira cada vez con más suspicacia. Otro hincha sentado a mi izquierda me pregunta algo confuso que no termino de entender. Su actitud es hostil. Le explico que estoy haciendo unas crónicas por Brasil. Que me interesaba ver al equipo campeón de la Copa Intercontinental. Su actitud cambia por completo. Debe tener unos 35 años. Su nombre es Joao Correa y es de Gramado, una ciudad en la sierra. Me cuenta, mientras bebe de su cerveza, que manejó durante dos horas para venir a ver el partido y luego debe manejar de vuelta. Un amigo suyo se une a la conversación y me dice que esté pendiente de un jugador llamado Alexander Pato, que lleva la camisa número 11. Toma el periódico de mis manos y me muestra una foto. Lo veo junto a un titular que dice: “Atacante colorado faz sua primeira partida com o time principal em casa diante do Emelec nesta noite”. Me cuenta que tan sólo tiene 17 años. Que esta es la primera vez que va a jugar como profesional aquí en el estadio y que fue titular en el equipo que le ganó al Barcelona en diciembre. Antes de eso había actuado una sola vez frente al Palmeiras en Sao Paulo, en donde marcó un gol y puso los pases para dos goles más, en una goleada 4 a 1.

 

– Inter vai ser campeão de novo – dice Joao.

 

– ¿No es un poco prematuro para decir eso?

 

– Voce vai ver – me responde. Los equipos salen de nuevo al terreno.

 

– ¿Cuántos de los jugadores que están jugando este partido se ganaron la Intercontinental?

 

8. Voce sabe uma coisa, o colombiano Wason Rentaría, eli era un colorado nato. E uma infelicidade que ainda no este. Shutaba golazos!

 

El partido comienza de nuevo. La zamba se escucha e Inter se va como una avalancha hacia al ataque, llenando de pases largos y frontales a sus delanteros desde atrás. El segundo gol se huele.

 

A tirei o pou nu Gremio, e mandei tomar nu cu. E gremista! filio da puta, vai tomar nu cu. Ole, ole ole, ole – Inter, ole – Inter / Ole, ole ole, ole – Inter, ole – Inter”. Los ecos retumban entre las gradas de cemento. Tania me mira en silencio comiéndose las palabras.

 

Pato saca a un defensa, lanza un centro y cabecea Indio. El portero Elizaga está vencido. El estadio ruge de nuevo, Joao lanza su cerveza hacia arriba y se abraza con sus amigos, algunos hinchas toman la punta de la bandera gigantesca para cubrir de nuevo la tribuna, cuando Tania y yo somos bañados con cerveza por detrás. Nos miramos sin decir nada. El líquido se resbala por mi pelo, mi nuca y siento la camiseta empapada. Tania aprieta los dientes. Ni me volteo.

 

El partido sigue, Inter continúa bombardeando a Emelec que ahora parece rendido ante la velocidad de un fútbol que da gusto ver. La zamba suena, la gente sigue bailando, los hinchas compran más cerveza, gritan y se ríen deleitados por el fútbol maravilloso de su equipo. Una goleada se percibe, mientras que pienso que la fortaleza del equipo radica en la facilidad que tiene de pasar de defensa a ataque de manera repentina.

 

Pato toma el balón, hace una finta hacia la izquierda pero vira a la derecha, saca al defensa, enfrenta a otro, lo pasa escondiéndole la bola, entra al área, arrastra la marca de un tercer defensa, cambia de pierna, ve el ángulo cubierto por el arquero, pero aún así dispara un derechazo con una comba hacia adentro que pasa por delante de Elizaga como un fantasma, y entra mordiendo el palo para guardarse entre las piolas. ¡Gol! Las tribunas se mecen, los hinchas gritan eufóricos y Tania me mira admitiendo que lo que acabamos de ver es un fútbol de fantasía.

 

– Te lo dije, te lo dije: ¡Pato! – me dice el amigo de Joao.

 

Un hombre de barba con una sonrisa de boca a boca y una cerveza en la mano, que ha estado todo el partido atrás de nosotros, finalmente se decide a preguntar: – A torcida quer saber o que voce e?

 

Le cuento. – Esta bien, todos somos latinoamericanos. Todo está bien, mientras que sean colorados -. Tania aprieta los dientes mirando hacia otro lado. Tomo algunas últimas fotos de hinchas, el juez señala el centro del terreno, sopla su silbato y el amigo de Joao palmotea mi hombro.

 

– Los felicito, tienen muy buen equipo – le digo.

 

– Es el campeón del mundo – responde.

 

Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com y www.brasilendosruedas.blogspot.com Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.

 

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Mi nombre es Eduardo Bechara Navratilova. Escribo como acto liberador que me ayuda a escapar del mundo, así termine volviendo a él. Me sirve para entender mis propios actos, aunque admito que acabo con más preguntas que respuestas. Tengo defectos despreciables, que dejaré al lector descubrir por si mismo. Detesto los trancones, las modelos y hacer fila en los bancos. Me gusta el fútbol y la rumba, me gusta la gente que persiste. Tengo los títulos de derecho (1999) y literatura (2005) en la Universidad de los Andes. La novia del torero, Editorial La Serpiente Emplumada (2002) y Unos duermen, otros no, Editorial Escarabajo (2006), son mis dos novelas publicadas. No tengo un peso en el banco, pero me he recorrido medio mundo en viajes. El ser humano y su comportamiento son mi tema de fondo.

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7 Comentarios
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  1. davidfayad1

    ¿Este señor se hace llamar escritor?Innumerables errores de concordancia gramatical son la badera de esta “crónica”. Recuerda que nuestro idioma oficial es el castellano, en consecuencia si cierras un signo de admiración o interrogación, debes, antes, abrirlo. Intrépido por aquello de ir en bicilceta, pero nada más. Por favor saca ese “yo” tan incómodo, que no le aporta nada a la narración; tú no eres García Márquez. Ah, y en lo que se refiere a las habilidades narrativas en el ámbito deportivo prefiero, sin miedo a incurrir en el error, a William VInasco, a pesar de no ser admirador de los eventos deportivos.
    ——–

  2. davidfayad1

    ¿Este señor se hace llamar escritor?. Para empezar es importante respetar los singos de interrogación y admiración: si se cierran, pues se abren. Recuerda que nuestra lengua es el castellano, no el inglés.Innumerables errores de concordancia gramatical son la badera de esta “crónica”. Además, saca ese yo tan incómodo de toda la narración, en este caso no aporta nada. Recuerda que no eres García Márquez. Intrépido, por aquello de ir en bicicleta, pero nada más. Ah, y en lo que se refiere a las habilidades narrativas de los eventos deportivos, prefiero a William Vinasco.

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