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Não gosto da arquitetura nova,

Porque a arquitetura nova

Não faz casas velhas.

 

Mario Quintana

 

 

Daniel desvistió a la abuela. – No podemos dejarla así, en pijama – dijo. Humedeció un trapo en agua y lo pasó por un cuerpo tibio que parecía de gelatina. Levantó sus piernas como si fueran las de un bebé y le limpió la cola. Sacó un vestido de gala y se lo puso con movimientos ordenados ante nuestra mirada. Papá llamó a Carolina.

 

– La abuela murió – le oí decir.

 

El servicio funerario vino a buscarla a media noche. Para ese momento tenía el cuerpo frío y pude ver que sus brazos estaban tiesos cuando la pasaron a una camilla, la pusieron en una bolsa negra y la sacaron del apartamento. Los seguimos en el carro. Papá se encargó de los trámites. Mamá seguía llorando de cara a una ventana que daba contra la calle. Cuando volvimos al apartamento y entramos al cuarto, un intenso olor invadió el ambiente.

 

– ¿Te huele a flores? – preguntó mamá.

 

– Sí.

 

– ¡Qué increíble! – Llamó a papá. – ¿Mira cómo huele el cuarto? ¿Cómo es posible?

 

Nos sentamos ahí un rato hasta que llegó Carolina. – Huele a flores – dijo ella al entrar.

 

– Es la abuela, se está despidiendo – respondió papá.

 

Me levanto temprano, desayuno y doy una vuelta por el centro, en donde compro una tarjeta telefónica con la que llamo a Tania.

 

– ¿Quieres ir a la noche de campeones verdad? – pregunta.

 

Queda en pasar a las 12:00 a.m. para darme un tour por la ciudad. Compro un periódico que dice que las playas son los sitios más democráticos del Brasil, en vista de que la desnudez equipara a los hombres, y vuelvo al hotel donde escribo un poco hasta que ella llega. Me da un beso en cada mejilla con unos cachetes calientes que traen todo el calor de la calle. Pequeñas gotas de sudor brillan en su frente. Luce una pantaloneta azul que le llega a mitad de los muslos, una camiseta blanca y una cartera de tela al hombro. Sus ojos salidos me miran con atención.

 

– ¿Cómo terminó el carnaval para ti?

 

– No muy bien.

 

– Me imaginaba. ¿Te gusta el fútbol? – pregunta.

 

– Me encanta.

 

– Entonces empecemos por el estadio de Gremio: es mi equipo – dice. Le cuento que va a jugar en pocos días contra el Cúcuta por la Copa Libertadores.

 

– Podemos ir juntos – le dijo.

 

– Te advierto que si le haces fuerza al Cúcuta la tribuna te lincha y yo no te voy a ayudar.

 

Tomamos un bus desde una plataforma especial por la que pasan varias líneas de la ciudad y nos bajamos 15 minutos después cerca al estadio Monumental. Entramos a una tribuna desde la que se puede ver el pasto bien cortado y unas graderías que en su mayoría son de color azul.

 

– Esto es un templo, en cambio el estadio de Inter es un chiquero.

 

Tomamos algunas fotos frente a un letrero en letras blancas que dice: “Atirar objetos no campo prejudica o Grêmio”. Entramos al museo del equipo en donde están expuestos una infinidad de trofeos que el club ha ganado desde su fundación en 1903, incluidas dos Copas Libertadores. Tomo algunas fotos y veo en un video los dos goles con los que venció al Hamburgo en la Copa Intercontinental en 1983. A la salida nos dirigimos a la taquilla y compramos las boletas para el partido contra el Cúcuta. Salimos a la calle y tomamos otro bus que nos deja a unas cuadras del estadio Beira Rio de Internacional. Tania camina rápido en la calle mirando en todas las direcciones. La sigo sintiendo el dolor de la hernia en mi pierna.

 

– No me gusta este barrio – dice.

 

Entramos por una puerta que está abierta al público y tomo algunas fotos. El campo de juego está separado de las tribunas rojas y blancas por un foso y unos alambres de púas enrollados a una barda. El pasto luce impecable aunque las líneas no están pintadas. Le pasó la cámara a Tania.

 

– ¿En serio quieres una foto aquí?

 

– Son los actuales campeones del mundo.

 

– Les costó mucho llegar a serlo – dice y toma la foto sin ganas.

 

Miramos un afiche gigante dispuesto sobre una pared en la que está el estadio al lado del lago, visto desde un punto panorámico. Hay otro de todo el equipo abrazado en un círculo con estadio lleno, que pende sobre la puerta de un baño de hombres. Le digo a Tania que me espere un segundo. Al entrar me topo de frente con un vagabundo que sostiene una bolsa plástica y me mira con odio. Lo esquivo y sigo hacia el orinal sin mirarlo. Su olor desagradable me llega a la nariz.

 

– Qué horas son – me pregunta con voz seca mientras orino.

 

– La 1 y 45 – le digo de manera firme luego de mirar el reloj. Se queda pensando, duda y abre otra bolsa que tiene en el piso sin decir nada. Termino y salgo. Él sale detrás.

 

– ¿Pudiste ir al baño? – pregunta Tania cuando lo ve salir. No me cree cuando le digo que sí. Me acerco a una pared y leo que al club lo fundaron 3 jóvenes llegados de Sao Paulo a principios del siglo XX, que no fueron admitidos en ningún otro club. Dice la historia que: En la noche del 4 de abril de 1909, liderados por los hermanos Henrique y José Poppe Leão y por Luiz Madeira Poppe, 40 hombres (eran esperados sólo 20) fundaron el Sport Club Internacional, el equipo del pueblo de Porto Alegre.

 

– Guarda tu cámara – me dice al salir del estadio.  Caminamos de nuevo por la mitad de la calle, evitando ciertos sectores, hasta llegar a un centro comercial en donde aprovecha para visitar algunos clientes. Me cuenta que vende cosméticos y que eso le da para vivir. Ha estado casada dos veces y tiene un hijo de 20 años que vive en Río de Janeiro. Me presenta algunas mujeres de quienes se despide siempre diciéndoles: – Bom trabalho -. Por momentos camina saltando como si fuera una pequeña niña. – Él es mi amigo de Colombia – les dice a los conocidos que va saludando por ahí.

 

Comemos un perro caliente afuera y caminamos hasta la parada de un bus turístico. Compro el pasaje y subo a un segundo piso sin techo. Tania me hace señas desde el andén, indicando que nos vemos en una hora y media cuando se acabe el recorrido que se inicia pasando al lado de algunas edificaciones clásicas y del museo José Joaquín Felizardo, para luego tomar la avenida Veira rio desde donde se ve el centro de la ciudad a lo lejos, bajo el horizonte que termina en donde se juntan la laguna Guaíba, el centro de la ciudad y el cielo. Bordeamos el morro de Santa Tereza y de regreso, el bus pasa al lado del colegio militar, el parque Farroupilha en el que se ve un arco en piedra, y de la Santa casa de la Misericordia cuya fachada clásica, de color amarillo y blanco termina en un par de campanarios góticos muy bien cuidados. Los edificios estatales en general guardan su esplendor pero la gran mayoría de construcciones particulares denuncian su abandono con las paredes descascaradas, los vidrios rotos, la madera de las ventanas podrida, o un velo negro que las cubre. Otras sirven de lienzo para diversos graffitis, como la del instituto de educación cuyo frente es una mezcla entre templo romano con pop art. Ese tipo de vandalismo se extiende por toda la ciudad y se hace presente en edificaciones emblemáticas como el Museo de arte. Es posible ver algunas personas sin hogar durmiendo en la calle. Hay uno que incluso duerme de manera profunda sobre el soporte de cemento de una ventana de edificio. El bus recorre muchos sectores que ya conozco, como el de la plaza de la matriz y el mercado público.

 

– ¿Cómo te pareció? – me pregunta Tania al regreso.

 

– Me confirmó que la ciudad es muy linda pero que está muy descuidada.

 

– Y eso que no conociste el norte que es el sector pobre. Mañana cuando vayamos al sambódromo lo vas a ver -. Me indica cómo llegar al hotel caminando desde ahí por toda la avenida Borges de Medeiros, pasando por debajo un viaducto que me lleva directo al mercado que ya es zona conocida.

 

Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com y www.brasilendosruedas.blogspot.com Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.

 

——–

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Mi nombre es Eduardo Bechara Navratilova. Escribo como acto liberador que me ayuda a escapar del mundo, así termine volviendo a él. Me sirve para entender mis propios actos, aunque admito que acabo con más preguntas que respuestas. Tengo defectos despreciables, que dejaré al lector descubrir por si mismo. Detesto los trancones, las modelos y hacer fila en los bancos. Me gusta el fútbol y la rumba, me gusta la gente que persiste. Tengo los títulos de derecho (1999) y literatura (2005) en la Universidad de los Andes. La novia del torero, Editorial La Serpiente Emplumada (2002) y Unos duermen, otros no, Editorial Escarabajo (2006), son mis dos novelas publicadas. No tengo un peso en el banco, pero me he recorrido medio mundo en viajes. El ser humano y su comportamiento son mi tema de fondo.

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