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Salimos del estadio a una calle atiborrada de personas. Hay un atasco brutal y los hinchas caminan como hormigas entre los carros. Esperamos un rato hasta que vemos un bus que nos sirve. Nos montamos. Atravesamos parte de la ciudad hasta que Tania se alista para bajarse.

 

– Buen viaje y cuídate mucho. Acuérdate de mirar a tu alrededor cuando camines sólo por la calle – dice. Me da un abrazo rápido, pulsa un botón rojo y se baja. Agita su mano hasta que la pierdo de vista. El bus recorre la avenida Borges de Medeiros hasta llegar a la plaza del mercado público. Unas personas duermen en el piso contra la pared del edificio. Me bajo con cierto temor detrás de unos hinchas de Inter que caminan en dirección al hotel. Al poco tiempo desvían el rumbo. Sólo uno sigue conmigo. Me mira pero no me atrevo a hablarle. Me pregunta algo a través de la máscara macabra del personaje de “Scary movie”. No entiendo lo que dice pero respondo que sí. Luce una camiseta roja del Inter sobre el siniestro disfraz negro de lino que cubre todo su cuerpo, incluyendo sus manos forradas. Bajamos por un callejón en el que a lo lejos hay dos personas que nos miran.

 

– ¿Puedo tomarle una foto? – le pregunto en un acto de valor sin saber quién está detrás de la máscara. Podría ser un asesino. Estira frente a si un cartel blanco de letras rojas que dice: “Colorado nem a morte vai nos separar”. Tomo la foto rápido y guardo la cámara en mi bolsillo. Caminamos juntos hasta el final de la cuadra.

 

– A los partidos de Gremio también voy. A mi esas maricadas de fanatismos no me importan. Lo único que me interesa es la plata – dice con una voz juvenil por entre la mascara, antes de virar por una callejuela y perderse de vista. Acelero el paso cuidando la retaguardia hasta que llego al hotel.

 

A los cinco minutos llama Tatiana llorando. – Me haces demasiada falta – dice. Su desconsuelo atraviesa mi cuerpo. Me duermo con un hueco en el estómago. Al día siguiente publico la crónica número VI y escribo la del Campeón del mundo. Vuelve a llamar. – ¡Yo jamás te di luz verde! – grita por el teléfono. – ¿Sabes una cosa? leí tu crónica y me dieron ganas de vomitar con el cuento ese de la brasilera en el hostal de Buenos Aires. Eres un egoísta, un ególatra, ya te lo dije, yo no soy un personaje de tus crónicas. ¡Y tengo sentimientos! Sácame de ahí y sigue tú adelante con tu vida que yo sigo con la mía.

 

– ¿En serio?

 

– No.

 

– No puedo sacarte de las crónicas. Tú haces parte de mi viaje, mira que estoy aquí hablando contigo.

 

Cuelga con rabia. Me quedo viendo la pared del simple cuarto de hotel. Su frase se repite en mi cabeza: “Eres un egoísta un ególatra…”. Tengo hambre pero no salgo a comer. Me tiendo en la cama desinflado a esperar que la noche pase. Me despierto temprano pero no puedo levantarme. Lo hago cuando faltan 5 minutos para que cierren el desayuno. Vuelvo al cuarto, entro a Internet, chequeo mi coreo electrónico y encuentro un mensaje de un colombiano llamado Luis Evelio García que me escribe desde Florianópolis diciendo que leyó mi crónica del partido Gremio Vs Cúcuta, que hace parte de la gran colonia cucuteña en la isla y que le pareció inusitado que nombrara la barra del Turco, porque esa barra es de sus amigos que estuvieron en el estadio con la hinchada que llegó de Colombia a ver el partido. Termina diciendo que está interesado en hacer contacto conmigo cuando pase por allá.

 

Me baño, empaco la mochila, descanso un poco y a las 12:00 a.m. bajo al lobby en donde empiezo a leer la introducción de un libro llamado “Las grandes entrevistas de la historia”, que Cristian Valencia me dio en un taller de crónica en Luvina Libros en Bogotá, enterándome que Lewis Carroll nunca consintió en ser entrevistado ya que tenía un “legítimo horror” a ser devorado por el entrevistador. Leo la tarde entera esperando a que anochezca. A las 8:00 p.m. camino hasta la Terminal en la que al poco tiempo parto en un bus hacia Laguna. La noche pasa de largo en la oscura carretera BR – 101. Todo el mundo duerme en el bus menos yo. En mi cabeza resuena una frase que se repite como un eco: “Eres un egoísta un ególatra…un egoísta, un ególatra… un egoísta, un ególatra…”. Intento dormir sin lograrlo. A las 3:30 a.m. el bus llega a Laguna. Me bajo en la mitad de la noche, cuelgo la mochila en mi espalda y camino hacia un taxi que me lleva por entre una ciudad desolada a la puerta del albergue del “Hostel International”. Timbro por fuera de una reja que protege un antejardín pero nadie parece abrir. Vuelo a timbrar. Nadie parece abrir.

 

– Golpea desde adentro – dice el taxista. Escalo la reja y ya arriba caigo en cuenta de la altura. No tengo forma de dar vuelta. Me lanzo al vacío aterrizando con brusquedad en el piso. Un corrientazo atraviesa mi pierna de arriba abajo. ¡Miiiierdaaaa! Grito en mi interior. ¿Cómo es posible tanta estupidez?

 

– ¿Qué te pasó? Fue sólo un salto – dice el taxista desde afuera al ver mi cara.

 

– Nada, olvídalo.

 

Golpeo en la puerta hasta el cansancio. Nadie abre.

 

– Deben llegar por la mañana – dice pasándome la mochila con esfuerzo por encima de la reja. Se marcha. Me quedo sólo ante la presencia de la noche. Me siento en un escalón de cemento que da contra la puerta de entrada pero el dolor de la hernia me perturba. El agotamiento me lleva a desenrollar mi sleeping bag sobre el pasto y acostarme sobre él. Podría llegar cualquier malandro y huir con mis cosas, pienso al tiempo en que mis ojos se van cerrando solos. A las 6:30 a.m. me despierto contrariado por las picaduras de mosquitos y hormigas que caminan en mi cara. Ya es de día. Espero un poco pero es evidente que el maldito hostal cerró al terminar la temporada. No sé a que clase de idiota se le ocurre ir a un sitio sin antes averiguar nada al respecto, pienso, mientras levito mi mochila con esfuerzo por encima de la reja. Por fortuna hay un jardín de flores que la hace menos alta. Camino hacia un viejo hotel desabitado en el que me informan que una noche cuesta 70 reales. Cruzo la calle y tomo el primer bus que vuelve a la Terminal de buses. Compro un pasaje a Praia do Rosa y me siento a leer, descubriendo que Pulitzer le daba una gran importancia en su periódico a los detalles físicos de un entrevistado, ya que según él: “…es extremadamente importante ofrecer un relato llamativo y vívido del sujeto, así como de su entorno doméstico, esposa, sus hijos, mascota, etc”. Según él, estos detalles son los que crean una imagen del personaje ante el lector medio, por encima de sus pensamientos, declaraciones y objetivos.

 

Al poco tiempo una joven mujer se sienta a mi lado. La miro. Sonríe. Es morena, tiene la nariz recta y su piel parece brillar contra la luz que viene de la calle. Luce una ajustada camiseta naranja y una corta pantaloneta azul que deja ver sus delgadas piernas canela. Sus manos entrelazadas se esconden en medio de sus muslos.

 

– ¿Cómo te llamas?

 

-Elenise.

 

– Eres muy linda.

 

– Gracias – responde sonrojada. – ¿Vas para Tubarão?

 

– No, voy a Praia do Rosa -. Vuelvo a la lectura. Levanto los ojos. – ¿Cuántos años tienes?

 

– 17… voy a Tubarão a sacar mis cosas de la casa de mi esposo. Nos separamos hace unos días.

 

– ¿Tienes esposo a los 17?

 

– Sí, bueno, no duramos mucho. Sólo un año y medio. Pero ya es suficiente… preguntaba si ibas a Tubarão porque tal vez podrías ayudarme a sacar mis cosas de su casa.

 

– Voy a Praia do Rosa.

 

Al poco tiempo llega el bus y se va. Saco un papel y escribo lo que me dijo pensado en que sólo ando narrando lo que veo y escucho. Retomo la lectura justo en la parte en la que se cita la siguiente frase de Truman Capote: “A nadie le gusta descubrirse como es, ni le agrada ver exactamente lo que ha dicho o hecho por escrito. Yo mismo no me gusto cuando soy el modelo y no el pintor. Cuanto más precisas son las pinceladas, mayor es el resentimiento”.

 

A las 12:30 a.m. llega el bus y salgo vía Praía do Rosa. El paisaje colindante de praderas y montes verdes que el bus recorre por la carretera se dibuja hasta que el sueño me vence. Hacia las 3:00 p.m. llego al trébol de Araçatuba. La última vez que estuve ahí fue con Tatiana hace alrededor de un mes. A los 10 minutos pasa un bus que me deja en la entrada del pueblo. Las calles están desoladas y el paradisíaco balneario lleno de color y vida aparece ahora como un pueblo fantasma. Camino por una calle de arena cargando la mochila. Siento que el cielo abierto me cae encima aplastándome. – Eres un egoísta un ególatra… un egoísta, un ególatra… un egoísta, un ególatra… – oigo que me gritan las paredes.

 

Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje. Espere los jueves reportajes gráficos). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com y www.brasilendosruedas.blogspot.com Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.

 

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Mi nombre es Eduardo Bechara Navratilova. Escribo como acto liberador que me ayuda a escapar del mundo, así termine volviendo a él. Me sirve para entender mis propios actos, aunque admito que acabo con más preguntas que respuestas. Tengo defectos despreciables, que dejaré al lector descubrir por si mismo. Detesto los trancones, las modelos y hacer fila en los bancos. Me gusta el fútbol y la rumba, me gusta la gente que persiste. Tengo los títulos de derecho (1999) y literatura (2005) en la Universidad de los Andes. La novia del torero, Editorial La Serpiente Emplumada (2002) y Unos duermen, otros no, Editorial Escarabajo (2006), son mis dos novelas publicadas. No tengo un peso en el banco, pero me he recorrido medio mundo en viajes. El ser humano y su comportamiento son mi tema de fondo.

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