Almuerzo en Conceição – Crónica XXIX – Por: Eduardo Bechara Navratilova
(Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Blast Premium y Hanna Estetics, Bogotá)
Favor hacer las donaciones para los niños con cáncer en la cuenta de ahorro exclusiva para Brasil en dos ruedas, número 0483124605-2 de Bancolombia a nombre de OPNICER (Organización de padres de niños con cáncer, Nit: 830091601-7). Con estas donaciones usted está ayudando a un niño enfermo de cáncer a tener una posibilidad de vivir.
Nota al lector: Esto no es ni una guía turística ni un manual de viajero.
El agua crispaba ante los rayos que caían perpendiculares. Tenía hambre, aunque la vista de aquel hermoso y apacible lugar, lleno de bañistas en la orilla, kayaks, tablas de ´windsurf´ y bicicletas marinas de grandes y coloridas ruedas de plástico girando, lograba pasmarla. Estabas tensa, mirabas el entorno sin mucho interés pensando en alguna cosa. Yo creía que seguías molesta porque me había demorado tomando algunas fotos del arenal en el mirador, pero no era eso lo que te preocupaba.
Buscábamos un sitio en el cual comer; en días anteriores habíamos almorzando ahí mismo en un restaurante de barra libre de mariscos por solo 15 reales, pero esta vez queríamos cambiar y procurábamos, sin lograrlo, una nueva alternativa que satisficiera nuestros gustos de acuerdo a nuestros bolsillos.
– Tengo que pagar cuatro millones de pesos – dijiste luego de bajarnos del carro – el plazo se vence hoy.
– ¿Tu papá no te los presta?
– Préstame tu celular.
Así lo hice. Marcó unos números y al cabo de un momento la vi esperando con la mirada perdida sobre el panorama turquesa de la laguna.
– ¿No te contesta?
– Llamé a un ´call center´, voy a ver si puedo hacer una transferencia desde acá.
– ¿Y te tienen esperando?
– Sí, una computadora contestó.
Permanecí callado, aunque la idea de llamar al ´call center´ de un banco en Colombia desde un celular con ´Roaming International´ de tarifa millonaria no me gustaba. Entramos a un restaurante de pastas que se veía bien, las mesas tenían mantel, los asientos eran cómodos y la pared sostenía algunos cuadros de un paraje mediterráneo, pero cuando vimos la carta salimos del lugar. Entramos a otro mientras hablabas con algún funcionario del banco que finalmente había contestado. Nos sentamos al tiempo en que explicabas la situación e intentabas convencer a la persona de que podías demostrar que en efecto eras tu quien hablaba. Intenté no mirarte, el mesero no traía la carta y en ese instante empecé a contar cada minuto que pasaba mientras dictabas de un papel algunos números por el teléfono y luego continuabas hablando.
– ¿No nos vas a traer la carta?
– Pensé que estaban ocupados – respondió él.
La trajo y me di cuenta de que los precios eran peores que los del restaurante pasado. Te hice señas, nos levantamos y salimos de nuevo. No sabía bien a donde ir, no querías volver al restaurante de mariscos pero cualquier otra opción era inmanejable. Cruzamos la calle y caminamos hacia el carro, el maravilloso panorama de bañistas, kayaks y demás deportes acuáticos contrastando con el paisaje ahora lucía distinto. Intentaba comerme las manos para no decir nada, podían haber pasado unos quince minutos desde que habías marcado. Llegamos al carro y no tuve otra opción que seguir viendo el paisaje que ahora se planteaba como algo obligatorio; me tuviste ahí unos cinco o diez minutos más, lo recuerdo bien, unos jóvenes saltaban desde una plataforma ensayando clavados, hasta que finalmente colgaste.
– En cinco minutos me van a llamar para confirmar que estoy en Brasil.
Para ese momento ya no podía disimularlo, el minuto de la llamada entrante costaba el doble y el sólo hecho de pensar en ello quemaba la pared de mi estómago. Tomé mi celular, lo puse en el bolsillo de la mochila y me monté al carro sin decir nada.
– ¡Qué! ¿Me vas a hacer el reclamo?
– Mi papá es quien tiene que pagarlo en Colombia, no yo. Si fuera yo no me importaría.
– Eres un miserable, eres un miserable… un miserable, un miserable; eres un miserable, me dejas morir por cien pesos. Miserable, qué miserable… – mirabas por la ventana repitiendo aquella palabra que salía de tu boca para herirme una y otra vez como una daga que se clavaba en el centro de mi entraña. No respondí nada, aunque el dolor de oírte repetir eso mataba algo de mí por dentro, porque si bien podía resistir tus actitudes cuando me dejabas tirado en la playa al tomar muchas fotos o comentabas lo aburrido que me había vuelto, lo que salía de tu boca laceraba lo más íntimo de mi esencia convirtiéndome en una cucaracha. Supongo que ese es el precio que tengo que pagar por ser escritor. Mis papás lo cuestionaron cuando tomé la decisión de dejar el derecho: – ¿De qué vas a vivir?
Supongo también que la línea de acontecimientos es un resultado de los eventos del pasado, pero que me lo dijeras de esa manera, con aquel tono lacerante que usabas como si tú también estuvieras viviendo una pesadilla al estar ahí en esa isla paradisíaca conmigo, aparte de convertirnos a los dos en mártires, planteaba una división insuperable en nuestras vidas.
– Mucho miserable. ¡Increíble! Me deja morir por cien pesos – continuó diciendo cuando nos bajamos del carro en ´Praia Mole´ y caminó por un callejón desconocido. Había mucha gente; el lugar era muy lindo aunque eso no importaba. Cerré con rapidez y no tuve otra opción que seguirla hasta un local de llamadas internacionales del que hizo una por otros veinte minutos. No me atreví a decirle que en efecto había una llamada perdida en mi celular.
Cuando salió siguió caminando por ahí hasta que llegó a un almacén de vestidos de baño en el que compró dos. No hablábamos. Sólo la seguía aunque para ese momento tenía claro que era la última vez que me ponía en una situación parecida. Manejé en la desolación absoluta, bordeando el océano hasta ´Santino´. Cuando llegamos ya era de noche. No habíamos comido nada en todo el día pero no tenía hambre. Una vez más nos acostamos sin decirnos nada, ella se fue a su lado y yo al mío.
Levanto la cara de las manos, me paro y salgo de la cabaña. Aún hay luz aunque la tarde está muriendo. Camino por la carretera de tierra hasta la calle principal de Praia do Rosa llegando a un local de Internet en el que me conecto y entro a mi correo. Al poco tiempo me encuentra y recibo un mensaje.
“¿En dónde estás? Me tienes abandonada” – escribe // Ando en Praia do Rosa // ¡¿Qué haces allá?! – pregunta impactada.
Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje. Espere los jueves reportajes gráficos). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com y www.brasilendosruedas.blogspot.com Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Jugos Blast, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.
No hermano! Que triste, con tantas cosas interesantes que tiene para hablar del Sur de Brasil, ud. habla sobre transferencias millonarias… Siga paseando!
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