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La máxima utilizada por Obama como lema de su propia vida, “la gente ordinaria puede hacer cosas extraordinarias”, está más vigente que nunca. El nuevo presidente de los Estados Unidos llegó a la casa blanca siendo un hombre del común. Hijo del economista keniano Barack Hussein Obama Sr., y de la antropóloga de Kansas Ann Dunham, Barack nació y creció en Honolulu, Hawaii, un lugar situado a miles de kilómetros de Washington. Su papá se separó de su mamá cuando él tenía dos años. Sólo lo vio una vez más en 1971, a la edad de diez. Su niñez y juventud fueron similares a las de cualquier joven de clase media del mundo. Barack incluso admite haber consumido mariguana, cocaína y alcohol en el colegio. Estudió en la universidad de Columbia y se graduó como abogado en Harvard, antes de hacer trabajo comunitario y decidirse por la política, donde tuvo un ascenso rutilante que lo llevó a convertirse en el nuevo presidente de los Estados Unidos. ¿Pero es Barack Obama un hombre tan ordinario como él mismo dice ser?

 

Su niñez y juventud son determinantes para contestar esta pregunta. Barack creció en la ausencia de su padre y con las limitaciones que surgen de vivir en una casa donde la madre trabaja para traer comida a la mesa. Su inclinación por las drogas da para pensar que pudo haberse perdido en ellas para siempre, terminado en un reformatorio, o en el peor de los casos, en una cárcel sindicado de algún delito. Eso ocurre con muchos jóvenes norteamericanos. Pero no vayamos tan lejos. Obama pudo quedarse siendo un hombre común, alguien que trabaja para disfrutar de la vida y satisfacer sus necesidades profesionales y afectivas, así como de hecho lo hizo, hasta que se dio cuenta de que a través de la política podía cambiar el mundo.

 

Recién graduado, declinó la oportunidad de irse a Nueva York a ganar miles de dólares en Wallstreet, por irse a Chicago a trabajar en servicio social por diez mil dólares al año, porque se identifica con las millones de familias en los Estados Unidos y el mundo entero, que pasan dificultades para pagar las cuentas, alimentar a sus hijos y costear su educación. Su experiencia de vida y los apuros que su familia pasó, lo hacen una persona compasiva con los más necesitados. Eso lo ubica más cerca de ellos, que de los jóvenes ejecutivos de WallStreet.

 

Supo desde el principio, que su misión en la vida era ayudar a las personas. Trabajando en servicio social, se dio cuenta de que los múltiples problemas y necesidades de tantas familias, no pueden ser resueltos con acciones individuales y sectorizadas, sino que se necesitan políticas de Estado que incidan en un grado mayor. Su paso a la política significó seguir trabajando en servicio social, pero no en una escala micro sino en una macro.

 

En ese momento el hombre común y corriente se volvió un visionario. Una persona sola no cambia al mundo, pero un grupo de personas sí. Ya había ido dando demostraciones de que no era ordinario, su paso por Columbia y Harvard, de donde se graduó con una magna cum laude, daban fe de su inteligencia y tenacidad, pero es su decisión de perseguir una carrera política, la que abre le abre el camino de hacer cosas extraordinarias.

Si bien tuvo un traspié inicial al perder contra Bobby Rush las elecciones primarias del partido demócrata para la Casa de Representantes de los Estados Unidos en el 2000, esta derrota le demostró que si quería aspirar a altos cargos, debía adentrarse en un mundo que le era ajeno en muchos sentidos. Mucho más descarnado y terrenal de lo que su altruismo le hubiera podido indicar. Empezó a jugar póker con otros políticos y a relacionarse en un universo que no compartía pero que necesitaba dominar para lograr su objetivo. No hay que olvidar que él es un idealista. De ahí su gran ascendencia entre los jóvenes, quienes ven en su imagen el reflejo de ellos mismos.

 

Obama entendió que gran parte de su éxito dependía de la forma en se relacionaba con otras personas. Su inteligencia emocional, lo llevó a hacer alianzas y conexiones que fortalecieron su imagen y lo llevaron a salir elegido como senador de los Estados Unidos. Eso le demostró que todo era posible. Algo que él ya intuía. Si había llegado hasta ahí sobrepasando los obstáculos étnicos que su raza le imponía, podía optar por la presidencia y así brindarle su ayuda a los más necesitados. A diferencia de muchos idealistas, él actúa, es metódico y sabe que todo es posible. Su lema “la gente ordinaria puede hacer cosas extraordinarias”, tiene tanta resonancia en la personas, porque detrás de cada individuo hay un ser común y corriente con la expectativa de hacer cosas extraordinarias.

 

Su mayor atributo es la humildad. No es soberbio aunque trata a los soberbios con soberbia y a los humildes con humildad. Es incluyente, reacciona con calma y siempre mantiene el control. Se tiene una gran confianza y es consciente de que el cielo es el límite. En su discurso del cuatro de noviembre en Chicago, luego de haber sido electo presidente, manifestó que vendrán momentos difíciles y que algunas de sus decisiones podrán llegar a ser impopulares, pero que en cualquier caso estará abierto a escuchar otros puntos de vista, sobre todo cuando se trata de opiniones contrarias.

 

Resaltó palabras como democracia, libertad, oportunidad y esperanza. Dijo que la tierra prometida volvía a ser la tierra prometida, y que el sueño americano está vivo. Es evidente que su era marcará un nuevo orden mundial. Con el resultado de las elecciones se le manda un mensaje al mundo. Su ejemplo, el de un hombre del común que llegó a la presidencia de los Estados Unidos sin pertenecer a una familia de castas políticas, venciendo el estigma de ser negro en un país en donde el racismo es aún evidente, lo ponen en un sitio privilegiado en la historia del mundo. El cambio que tanto profesó está en camino. Muchos creen que estará a la altura de las expectativas y tendrá un gobierno en el que le siga demostrando al mundo que la gente ordinaria puede hacer cosas extraordinarias. Su capacidad de trabajar con inteligencia emocional, rodearse de profesionales brillantes, ser abierto y escuchar consejos así lo hacen presagiar.

 

www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com

 

www.eltiempo.com/participacion/escarabajomayor

 

escarabajomayor@gmail.com

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Mi nombre es Eduardo Bechara Navratilova. Escribo como acto liberador que me ayuda a escapar del mundo, así termine volviendo a él. Me sirve para entender mis propios actos, aunque admito que acabo con más preguntas que respuestas. Tengo defectos despreciables, que dejaré al lector descubrir por si mismo. Detesto los trancones, las modelos y hacer fila en los bancos. Me gusta el fútbol y la rumba, me gusta la gente que persiste. Tengo los títulos de derecho (1999) y literatura (2005) en la Universidad de los Andes. La novia del torero, Editorial La Serpiente Emplumada (2002) y Unos duermen, otros no, Editorial Escarabajo (2006), son mis dos novelas publicadas. No tengo un peso en el banco, pero me he recorrido medio mundo en viajes. El ser humano y su comportamiento son mi tema de fondo.

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