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Cada carrera es diferente. Depende del trazado, el rendimiento del carro, la estrategia y el estado anímico de equipo y piloto. Montoya llega a Pocono luego de dos años sin ganar. Su primera y única conquista en la Nascar fue en Sonoma 2007, de forma que suma setenta carreras sin conocer las mieles del triunfo.
 
La tribuna del Autódromo se extiende frente a la recta del triangulo de 2.5 millas conocido como ‘The Tricky Triangle’, o triangulo de las Bermudas por su exclusivo diseño de tres curvas diferentes. La primera se trazó a semejanza del extinto autódromo de Trenton, la segunda al de Indianápolis y la tercera al de la Milla de Milwaukee. Un bosque de pinos lo rodea.
 
La voz de un comentarista sale de los parlantes inundando las gradas. Introduce a los corredores de atrás para adelante. La hora de la carrera se acerca y los espectadores la esperan ansiosos. El fuerte sol continúa calentando mi piel, aunque algunas nubes flotan sobre el aire. Ubico mi puesto y me siento de cara a la tercera curva que según Elliot Sadler “es la más engañosa”. El comentarista introduce a Clint Bowyer. El público aplaude.
 
Un destacamento militar forma en la línea de llegada de cara a una tribuna de estructura blanca al otro lado en ‘pits’. Un tablero vertical exhibe los números de los carros que parten en los ocho primeros puestos. El viernes llovió en la clasificación y los comisarios decidieron que se largue de acuerdo al orden de clasificación general. Montoya parte de 15. Tony Stewart sale de primero.
 
El presentador anuncia a Montoya por los parlantes y se escucha un abucheo general. Aparece en la pantalla estrechando la mano de algunas autoridades de Pensilvania. Poco después pasa hablando con Kasey Kahne sobre la parrilla de un Hammer del ejército. Los dos saludan sin entusiasmo.
 
Su estado anímico se distancia una galaxia del que lo acompañaba cuando se coronó campeón de la Cart y reto a Michael Schumacher en la F1. En esas épocas estaba acostumbrado a ganar, ahora está acostumbrado a no hacerlo. En los grandes premios de Cataluña, Nürburgring y Japón en 2001, Australia, Malasia, Cataluña, Hockenheim 2002 y ocho grandes premios más, subió al podio con cara de pocos amigos. Con su mirada le decía al mundo: “Esto no significa nada para mí. Llegar de segundo es perder”. Hace un par de semanas un comentarista le preguntó en Charlotte si estaba pensando en ganar y Montoya respondió que se daba por bien servido si quedaba entre los diez primeros. Al final terminó de octavo.
 
– Con ustedes Kyle Bush -, dice el comentarista.
 
– Buuuuuuuuuu -, se escucha un abucheo general. Un hombre caucásico con camiseta de Jimmy Johnson se sienta a mi lado. Se pone unos audífonos azules con el número 48 en amarillo y hace un paneo general con unos binóculos. Pasa Kyle Bush en el Hammer y lo abuchean de nuevo.
 
– ¿Por qué no cae bien Kyle? -, le pregunto.
 
– Es desagradable, no actúa de forma profesional.
 
Tonny Stewart, primero en la general, pasa en compañía de Jef Gordon y Jimmy Johnson segundo y tercero respectivamente. – ‘Lets go Jimmy; you’re the best’ -, grita el hombre.
 
– Me gusta Jimmy -, le digo asintiendo con la cabeza. – Siempre está en la punta cuando toca: al final de la carrera.
 
– Sí, para Jimmy terminar de segundo es perder -, responde Don. – ¿Tu a quién le vas?
 
– A Montoya, soy colombiano.
 
– ¿Eres colombiano? ¿Qué haces aquí?
 
– Acabo de terminar una Maestría en Escritura Creativa en la Universidad de Temple. Vine desde Filadelfia.
 
– Montoya hizo algunas cosas impopulares en su primer año y la gente no lo quiere -, comenta.
 
– ¿Cómo te llamas?
 
– Don Clark, mucho gusto -, dice estrechándome la mano.
 
Los mecánicos, técnicos y pilotos de los equipos forman de cara al centro del autódromo y un reverendo hace una oración. Se hace un minuto de silencio por un soldado de Pensilvania que murió en Irak y fue enterrado el jueves. El himno de los Estados Unidos está a cargo de Louis Clark. Cuando llega a las notas más altas salen disparados unos voladores que revientan en luces amarillas.
 
– Mira ahí viene -, me indica Don señalando un bombardero de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos que se enfila sobre la tribuna. Pasa a baja altitud con su amplio fuselaje y cuatro grandes turbinas silenciosas.
 
Papá era un ferviente hincha de Montoya. Le perdió interés con su paso a la Nascar aunque siguió viendo las carreras de la F1. De vez en cuando cambia de canal para ver cómo va el corredor colombiano.
 
– Va en el puesto de siempre, veinte -, dice sin entusiasmo. – Los carros de la Nascar parecen hipopótamos corriendo en una corraleja.
 
– Eso será el de Montoya. Los punteros pasan volando -, le respondí cuando fui a ver la primera carrera en Dover 2008.
 
Ryan Reynolds toma el micrófono y grita: ‘Gentleman, start your engines.’ Los bólidos prenden sus motores, salen de ‘pits’ y siguen al ‘pace car’ por la pista de asfalto. El olor a combustible impregna las tribunas cuando pasan frente a nosotros.
 
Para sus detractores fue el castigo perfecto. El colombiano ha estado lejos de ser una figura carismática. Más aún, ha sido acusado de ser antipático, prepotente, presumido y peor que eso, un bellaco, alguien que le niega su autógrafo a un niño que lo ve como un ídolo salido de otro planeta.
 
– No me vas a creer éste cuento de Montoya -, me dijo un amigo una vez. – Le tumbó el esfero de la mano a un niño en un avión de Avianca.
 
– Que Montoya casi saca de la carretera a un carro en la vía Bogotá- Melgar -, me comentó otra persona. Que Montoya esto o aquello. – ¿Cómo puedes seguir viendo a Montoya? Ese man es un perdedor -. O esta otra: – ¿Va ir a ver al ‘loser’ de Montoya correr en la Nascar? -. Y sí, supongo que uno se convierte en una especie de perdedor también por seguir viéndolo, mucho más cuando quedó de 31 en la última carrera en la que lo fui a ver a Dover.
 
Don me regala un paquete de combos que abro y empiezo a mascar mientras la fila de carros entra a una nueva vuelta detrás del ‘pace car’. – Mi esposa tuvo que trabajar y se está perdiendo la carrera -, comenta ajustándose las gafas de sol.
 
El ‘pace car’ apaga las luces y los carros se enfilan por la curva tres acelerando a toda velocidad. Un ruido insoportable invade las tribunas mientras el bólido 42 de Montoya intenta sobrepasar al 9 de Kasey Kahne. El último de los cuarenta y tres carros en pista pasa y se alejan por la recta tomando la primera curva. Los vemos en la lejanía recorrer la curva de Indianápolis y acercarse a la de la Milla de Milwaukee. El sonido ensordecedor llega de nuevo cuando los primeros carros alcanzan la recta y pasan raudos. Montoya ganó dos puestos y va de trece.
 
Las familias a mi alrededor vitorean el paso de los carros y una vez más el sonido se aminora, los bólidos entran en la curva del extinto autódromo de Trenton y los vemos alejarse en la lontananza. Denny Hamlin se queda en la mitad de la curva de Indianápolis y los comisarios sacan la primera bandera amarilla. Una grúa lo empuja hasta sus ‘pits’ y la carrera se lanza de nuevo.
 
Al poco tiempo Michael Waltrip entra a ‘pits’ – Hay un rumor de que es marica -, dice Don bajando los bordes del labio. Sus dientes inferiores se hacen visibles. – Menos mal éste es su último año en la Nascar – añade. Permanezco en silencio.
 
Los carros se alejan y el sonido se reduce. Incrementa y aminora a medida en que los vehículos pasan y se alejan. Montoya ha ido perdiendo puestos, lo pasó Kasey Kahne y el 00 de David Reutimann. Cada vez está más lejos del ritmo de la punta.
 
Jimmy Johnson pasa al primer lugar y Don me lo señala con el índice. Se quita su gorra con el símbolo de la Nascar y la sacude al aire. Denny Hamlin sale y el carro se le vuelve a apagar en la curva de Indianápolis. El ‘pace car’ se ubica frente a Jimmy Johnson y le dan una vuelta a la pista. La luz verde se enciende en la entrada a ‘pits’ y toda la fila de carros entra precedida por el bólido número 48 que tiene el primer espacio justo frente a nosotros. Le sueltan los pernos al sonido agudo de la maquina eléctrica. Le cambian las llantas con rapidez, aprietan los pernos y los mecánicos corren al otro lado a cambiar las otras. Le terminan de poner combustible al tiempo en que el gato baja el carro y le dan la indicación de salir. Chilla sus llantas y recorre la línea de ‘pits’ en la que los cuarenta y tres carros pasan por el mismo proceso e intentan salir presurosos para ganar puestos sobre sus contendores. Dan una nueva vuelta detrás del ‘pace car’. El piloto colombiano anda lejos de los líderes en el puesto diecinueve.
 
El Montoya del 2009, diez años después de ser campeón de la Cart, es un hombre que goza de impopularidad en Colombia, Europa y ahora en los Estados Unidos. Los hinchas de la Nascar lo abuchean no tanto porque sea un tipo osco y engreído que no pertenece a una serie del norteamericano común, sino porque llegó precedido de mucho prestigio y no ha demostrado nada. Es un corredor de mitad de tabla. Dista mucho del contendor avezado que no respetaba pinta. Pero hay algo bueno de todo esto. La adversidad y falta de resultados lo han vuelto humilde.
 
 
Espere pronto la crónica Pocono 500 – Parte III – Por: Eduardo Bechara Navratilova
 
Lea Pocono 500 – Parte I en: www.eltiempo.com/participacion/escarabajomayor
 
Vea fotos en: www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com
 
escarabajomayor@gmail.com

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Mi nombre es Eduardo Bechara Navratilova. Escribo como acto liberador que me ayuda a escapar del mundo, así termine volviendo a él. Me sirve para entender mis propios actos, aunque admito que acabo con más preguntas que respuestas. Tengo defectos despreciables, que dejaré al lector descubrir por si mismo. Detesto los trancones, las modelos y hacer fila en los bancos. Me gusta el fútbol y la rumba, me gusta la gente que persiste. Tengo los títulos de derecho (1999) y literatura (2005) en la Universidad de los Andes. La novia del torero, Editorial La Serpiente Emplumada (2002) y Unos duermen, otros no, Editorial Escarabajo (2006), son mis dos novelas publicadas. No tengo un peso en el banco, pero me he recorrido medio mundo en viajes. El ser humano y su comportamiento son mi tema de fondo.

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