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Los bólidos dan la primera vuelta de las cuatrocientas pactadas. Pasan frente a ‘pits’ produciendo un rugido endemoniado. Es tan intenso, que lo sientes como si te estuvieran taladrando los oídos. Aumenta y disminuye a medida en que los carros vienen y van. Montoya pierde un puesto con el número 39 de Ryan Newman y desciende al tercer lugar.
 
Jimmie Johnson se aleja un poco de Newman y el piloto colombiano se estabiliza adelante de Kurt Bush. Se le ve sólido. Toma las curvas con propiedad y sale a las rectas bien parado. El cielo se va despejando por completo y las nubes se alejan por el horizonte.
 
– ¿Eres periodista? -, me pregunta en español un hombre de mediana estatura. – Te vi tomándole fotos a Juan Pablo.
 
– Soy escritor. Escribo crónicas para El Tiempo en Colombia y Al Día en Filadelfia -, le digo apuntando la cámara hacia el grupo de carros que se acerca a la recta por la curva número cuatro.
 
– Mira, ésta es nuestra revista -. Me entrega una tarjeta que dice: ‘Aceleración Extrema’. Su nombre es Jimmy Rojas. – Nosotros somos la primera publicación de la Nascar en español -, añade con orgullo. Me cuenta que tienen las oficinas en Nueva York. Hablamos hasta que se va rumbo al centro de periodistas. Le tomo un par de fotos a los punteros, hasta que un agente de seguridad me saca del lugar aduciendo que no tengo el chaleco anaranjado que distingue a los camarógrafos de ESPN.
 
Me corro al borde de una ruta por las que transitan periodistas, ingenieros y mecánicos empujando diablos cargados de llantas. Escalo una pendiente detrás de los ‘pits’, donde algunas personas ven la carrera sentadas sobre el pasto. Un oficial con uniforme camuflado se acomoda en una silla plegable, al lado de un fanático que luce la camiseta 24 de Jeff Gordon. Me siento sobre un plástico que una norteamericana me ofrece, alternando la mirada entre la panorámica que tengo sobre la recta principal y la pantalla que me muestra el resto de la carrera. Johnson sigue distanciado aunque no ha ampliado su ventaja sobre Newman ni Montoya.
 
Las primeras veinticinco vueltas se van en un soplido hasta que sacan una bandera amarilla prevista por la lluvia previa. El ‘pace car’ se pone por delante de Johnson y le dan un giro a la pista.
 
Los mecánicos del Earnhardt Ganassi Racing Team se ponen sus cascos rojos. Un cobertor de tela les cubre el cuello. Bajan sus viseras cuando el carro se aproxima y se alistan levantando las llantas. Los bomberos ajustan su traje de asbesto y suben los tanques de combustible con la boquilla hacia abajo. Se acercan a la barda que separa al centro de operaciones de la línea de ‘pits’. Los cambiadores de neumáticos se paran sobre ella en sus marcas, las rodillas dobladas en posición de salto. Esperan, esperan. Se lanzan cuando el vehículo frena delante de ellos.
 
Corren a cambiar las llantas de afuera. La pistola neumática afloja los pernos y luego los aprieta produciendo un sonido escandaloso. Le dan la vuelta al bólido y cambian las de adentro, al tiempo en que el par de bomberos con el tanque al hombro terminan de poner el combustible. Montoya acelera dejando una estela de humo a su paso. Sale de tercero en los ‘pits’ pero algunos carros no entran y el tablero lo señala en la octava posición.
 
La carrera se relanza y el piloto colombiano supera un par de carros. Se estabiliza el en sexto puesto. La tribuna exclama y la imagen del bólido de Joey Logano dando vueltas aparece en la pantalla. Gira sobre un costado, sobre el techo, el piso de su carro es visible, gira de nuevo, una y otra vez – casi en cámara lenta -, hasta que se le acaba la inercia y su bólido queda maltrecho sobre la pista. El techo hundido, el capó levantado contra el panorámico. Algunas personas se toman la cara en señal de lo peor. La tribuna entera aguarda en silencio. Los oficiales de competencia corren a socorrerlo ante la expectativa general.
 
– ¿Tu crees que está bien? -, le pregunta a su marido la señora que me regaló el plástico.
 
– Hay que esperar -, responde él.
 
El joven piloto sale del carro aboyado. La alegría se toma las tribunas que chiflan y aplauden cuando Logano levanta su mano saludando. Se embarca en la ambulancia y es llevado a un chequeo médico.
 
– Lo estrello Stewart, viste -, me dice la señora. – Pobre chico, su carro alcanzó a dar siete vueltas. Repiten la imagen del accidente. Joey derrapó, se dio contra el muro de contención y Reed Sorenson lo chocó de lado desestabilizándolo.
 
La bandera roja ondea señalando la detención de la carrera. El ruido endemoniado nos da una tregua mientras retiran los carros estrellados. Los mecánicos de Joey desmontan el centro de operaciones en sus ‘pits’. Guardan los computadores, retiran el cobertor superior, varillas estructurales y pliegan partes. Antes de que la carrera se reinicie ya tienen todo empacado. Se van carilargos cargando estuches en sus manos.
 
– Eres periodista -, me pregunta la señora al verme haciendo anotaciones. Es de pelo corto y rostro redondeado. Veo mi reflejo en sus gafas de sol.
 
– Sí, de Colombia.
 
– Has ido a Charlotte, esa pista es legendaria -, dice levantando su espalda. – Nosotros somos de allá. La casa de la Nascar. Noventa por ciento de los equipos tienen su domicilio allá -. Se llama Lynette. Me da una tarjeta que la identifica como ‘realtor’.
 
– Montoya se demoró un par de años en encontrar la forma, pero ahora su progreso ha sido vertiginoso -, comenta el esposo. Un hombre de pelo claro y bigote que luce unos audífonos sobre una gorra con el número 3. El águila de Harley Davidson sobresale en su camiseta naranja. Su nombre es Jason.
 
– Ahora tiene un buen carro -, le digo. – La historia hubiera sido distinta de haber corrido en un ‘Chevy’ desde el principio.
 
La carrera se relanza y el colombiano sobrepasa a Johnson escalando al puesto quinto. – Creo que va a ganar. Se le nota el hambre -, comenta Jason destapando sus orejas. – El Montoya agresivo del primer año ha vuelto -, añade. Les tomo una foto contra el cielo azul. La bandera de los Estados Unidos ondea en lo alto de un asta.
 
Montoya pasa a Kasey Kahne por el cuarto lugar. Su carro se ve bien parado en la pista. Con el paso de las vueltas algunos de los bólidos que no entraron a ‘pits’ empiezan a hacerlo. Montoya supera al carro 3M de Greg Biffle por el tercer lugar, y poco después le arrebata el segundo a Newman. Geff Gordon también viene sobrepasando carros detrás del colombiano. Kurt Bush va en el primer puesto pero no entró por combustible en la primera amarilla. Sus mecánicos empiezan a hacer calistenia estirando los brazos. Uno de ellos alista el tanque de combustible.
 
La amarilla ondea por suciedad en la pista y todos los equipos se alistan para recibir a sus pilotos. Montoya llega. Le cambian los cuatro neumáticos y le ponen combustible. El colombiano sale detrás de algunos carros que lo sobrepasan. El tablero lo anuncia de sexto.
 
– Siempre pierde puestos de forma sistemática en los ‘pits’ -, le digo a Lynette. – Así se pierden carreras.
 
– Éste es un deporte de equipo -. Levanta los hombros al decirlo.
 
– Cuando corría en la Cart siempre ganaba puestos en los ‘pits’ -. Sus mecánicos lucen pensativos. Uno de ellos ve pasar al colombiano, sus manos dentro de los bolsillos. Otro sube su pie sobre la barda apoyando el codo en la rodilla. Su mano en la quijada y los ojos en el piso como el pensador de Rodin.
 
Logano aparece dando declaraciones en la pantalla y la tribuna aplaude. En apariencia no tiene un rasguño. – Joey siempre luce sonriente, ¿has visto? -, indica Lynette.
 
– Le tomé un par de fotos antes de empezar la carrera.
 
Bush defiende el liderato cuando la competencia se relanza. Montoya libra un duelo con Gordon y lo pasa por el quinto lugar. Pasa a Biffle por el cuarto. En la vuelta 114 supera al bólido verde de Kyle Bush por el tercero. La carrera se estabiliza con Kurt en el primer lugar, Johnson en el segundo y Montoya en el tercero. Mark Martin viene desde atrás ganando puestos. En la vuelta 133 sube al cuarto lugar. Kyle pincha y hay una nueva bandera amarilla.
 
Montoya llega, los mecánicos se apuran para ganar éste duelo pero cuando el bombero saca la boquilla del combustible y el bólido número 42 acelera, Kurt ya ha alcanzado a pasar por delante de él, junto con Johnson y Gordon. Martin lo hace un instante después.
 
– Estuvieron hablando en la radio de lo mucho que Montoya ha progresado -, me dice Lynette señalando sus audífonos con el dedo.
 
– ¿No han dicho nada de cómo gana puestos en la pista pero los pierde en ´pits’?
 
 
Vea fotos en: www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com
 
Espere mañana la crónica: Dover, desde los ‘pits’ – Parte IV
 
escarabajomayor@gmail.com

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Mi nombre es Eduardo Bechara Navratilova. Escribo como acto liberador que me ayuda a escapar del mundo, así termine volviendo a él. Me sirve para entender mis propios actos, aunque admito que acabo con más preguntas que respuestas. Tengo defectos despreciables, que dejaré al lector descubrir por si mismo. Detesto los trancones, las modelos y hacer fila en los bancos. Me gusta el fútbol y la rumba, me gusta la gente que persiste. Tengo los títulos de derecho (1999) y literatura (2005) en la Universidad de los Andes. La novia del torero, Editorial La Serpiente Emplumada (2002) y Unos duermen, otros no, Editorial Escarabajo (2006), son mis dos novelas publicadas. No tengo un peso en el banco, pero me he recorrido medio mundo en viajes. El ser humano y su comportamiento son mi tema de fondo.

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