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La tarde cae sobre el autódromo internacional de Richmond formando claro-oscuros en el cielo. Bordeo las tribunas del ovalo siguiendo las indicaciones de los comisarios y parqueo en la zona asignada. Aún es primavera, pero la temperatura ha estado veraniega. El tablero marca 95º Fahrenheit. Salgo al día más caluroso del 2010 y camino entre aficionados que lucen esqueletos y pantalonetas.
 
Tomo el ómnibus que atraviesa la pista por debajo y desciendo en el ‘infield’ del óvalo de 0.75 millas de distancia. Una tribuna de tres niveles yace a medio llenar bajo las nubes entrantes. Sus reflectores blancos encendidos a lo alto. Militares, periodistas y algunos otros invitados caminan sobre la línea de ‘pits’ viendo los bólidos ordenados por puesto de largada. El de Montoya sobresale con su color rojo, el número 42, la diana blanca de Target pintada sobre su capó y los neumáticos ‘Eagle’ de Good Year.
 
Algunos ingenieros le hacen los últimos ajustes y chequeos con cables que conectan del tablero a una caja anaranjada dispuesta sobre el techo. Otros cables llevan a un generador dispuesto tras el carro. Tomo algunas fotos retratando el Chevrolet Impala con el que Montoya ha mejorado su rendimiento desde la temporada 2009 en la Nascar. El Chevrolet 14 de Tony Stewart yace adelante con la publicidad de Old Spice.
 
Me doy una vuelta retratando al Chevrolet 88 de Dale Earnhardt Jr., hijo del legendario Dale Earnhardt, Sr., el Toyota 20 de Joey Logano, con los colores naranja y negro que acompañan la publicidad de Home Depot, tal vez uno de los corredores más queridos por su juventud y carisma, el Chevrolet 5 del veterano Mark Martin, actual subcampeón de la categoría, el Chevrolet 1 de Jamie McMurray, el compañero de Montoya que llegó pisando duro éste año al equipo Earnhardt Ganassi Racing, tras ganar las 500 millas de Daytona y estar a punto de ganar las 500 millas de Talladega.
 
Sigo hacia el inicio de la fila y me topo con el Chevrolet 24 de Jeff Gordon, una de las leyendas viviente con cuatro títulos de la categoría. Llamas negras sobre el cromo rojo de la pintura de su bólido. Adelante suyo yace el Chevrolet 48 de Jimmy Johnson, uno de los carros más míticos de toda la historia, campeón cuatro años seguidos de la categoría. Me tomo una foto con el bólido gris, sus latas aún brillantes ante los últimos rayos de la tarde.
 
Una fila de convertibles descapotados espera a los pilotos en la recta principal. Me aproximo a un técnico de Montoya sentado en la escalerilla del centro de operaciones de sus ‘pits’, botella de agua en mano. Luce camiseta roja de mangas cortas con la diana de Target y una gorra negra que sostiene sus gafas de sol.
 
– ¿En qué puesto larga? -, le pregunto.
 
– Diecinueve.
 
– ¿Hoy van a ganar?
 
– No sé. A él no le gusta tanto éste óvalo -, responde levantando los hombros.
 
– ¿Qué está faltando?
 
– Nada está faltando. El carro es bueno, el piloto es bueno, el equipo es bueno. Ya llevamos juntos cuatro años. No hemos tenido suerte; eso es lo que está faltando.
 
Le tomo una foto. – ¿Cómo es su nombre?
 
– Eric -, responde con cierta desconfianza.
 
Me alejo pensando en su última frase con relación al artículo “Montoya Struggling to make finishes match effort”, de Dave Rodman, publicado en la página de la Nascar, en el que habla de la frustración que debe sentir el colombiano después de un inicio en el 2010 “lleno de mala suerte”. Montoya está en el puesto veinte, corridas nueve carreras de la temporada, a ciento veintitrés puntos del último corredor clasificado al ‘Chase’.
 
Camino entre el tumulto de asistentes que fotografían los bólidos. Una joven de falda blanca ceñida a sus glúteos y pañoleta sobre su cabellera castaña, filma el vehículo de Denny Hamlin. Me ve tomándole una foto y frunce el ceño bajo sus gafas oscuras.
 
Montoya comenzó el año con un ‘top ten’ en Daytona, quedó tercero en Atlanta, tercero en Talladega y quinto en Phoenix, pero en cinco carreras ha terminado en los últimos puestos. En Fontana quebró el motor y sufrió accidentes en las Vegas, Bristol y Texas. Él mismo ha dicho que es duro porque han tratado de correr de forma inteligente, pero se sale de sus manos cuando alguien se accidenta en frente suyo y le bloquea la pista, el motor se rompe o lo chocan por detrás.
 
Vuelvo a su bólido y paro a un hombre con una cámara de largo alcance colgada al cuello. – Puedes tomarme una foto -, le digo pasándole la mía. Tomo la mochila y poso con mi camiseta naranja exhibiendo una leve sonrisa tras las gafas de sol. Le doy las gracias y me responde un “thank you” con acento latino.
 
– ¿De dónde eres?
 
– Argentina -, dice subiendo los pómulos.
 
– ¿Qué hace un argentino en la Nascar?
 
– Ché, me gusta. La sigo por Speed Channel. Esta es la segunda carrera a la que vengo.
 
– Qué simpático -, digo sonriendo. – En Colombia soy criticado por ser un intelectual al que le gustan las carreras que siguen los ‘rednecks’. “Todos aquellos conservadores que apoyaron a George W. Bush en la invasión a Irak”.
 
Los técnicos de los equipos hacen los últimos ajustes revisando neumáticos, gatos y tanques de combustible. Un mecánico acciona un saca-tuercas eléctrico que produce un chillido.
 
La suerte es un factor en todo lo que haces en la vida, aunque en muchos casos uno atrae su propia suerte. Si las cosas se te dan, andas haciendo algo bien. Si nunca se te dan, andas haciendo algo mal. Puedes intentar sembrar una semilla en tierra árida y no va a germinar en mil años. Si eres organizado planeas las cosas y trabajas de forma persistente en sacar adelante una meta, tendrás muchas mejores posibilidades que alguien que es desordenado, procrastina y no le mete el esfuerzo y trabajo necesarios. El verdadero ganador es aquel que tiene un plan y es obstinado en su intensión de sacarlo adelante, así vaya en contra del querer de la gente, algo que parece aplicar Montoya en su intensión de triunfar en la Nascar.
 
– ¿En cuanto tiempo crees que llegue Tony Stewart a la punta arrancando del puesto dieciocho? -, le pregunta el presentador a una niña frente al bólido 14. La cámara de T.V. los enfoca ante reflectores poderosos. La imagen en la pantalla, su voz en los parlantes del autódromo.
 
– Siete vueltas -, responde ella.
 
– Había pensado en algo así como cien o ciento cincuenta -, responde el presentador.
 
Una joven de jeans apretados exhibe sus nalgas firmes en los ‘pits’ de Joey Logano. Otra con una camisa negra ceñida al busto, toma una Pepsi contra las llantas apiladas de Kasey Kahne.
 
Los pilotos empiezan a salir y se dirigen al escenario donde son presentados. Los que clasificaron de último van primero. Se montan en la parte de atrás de los carros deportivos y salen a dar la vuelta saludando a las tribunas. Gregg Biffle camina hacia la pista luciendo su overol blanco con el aviso de 3M. Le tomo una foto en la que aparece en primer plano con su rostro serio tras las gafas. Tony Stewart sale en compañía de una joven afroamericana. Un hincha con papel y esfero en mano le pide un autógrafo. – Ahora no puedo -, responde el piloto siguiendo derecho.
 
Las tribunas abuchean a Montoya cuando es presentado. El colombiano aborda uno de los convertibles y sale a dar su vuelta. Jimmie Johnson y Kyle Bush también son abucheados.
 
El sol poniente forma sombras azuladas contra las nubes. ‘Gonzo’ y algunos otros técnicos del equipo Earnhardt Ganassi Racing le hacen los últimos preparativos al carro. Montoya llega al bólido luciendo gafas blancas subidas sobre su cabeza. Se ríe dejando ver sus dientes. Otros colombianos lo acompañan. Posan junto a él sosteniendo audífonos en sus manos. El corredor se aleja a la parte posterior del bólido, habla con unos hombres de camisa que parecen explicarle algo, vuelve al bólido, se recuesta contra él, cruza los brazos y habla de nuevo con uno de los señores.
 
Escuchamos el inicio de ‘God Bless America’ interpretada en la voz de una joven. La jefe de prensa del Earnhardt Ganassi Racing le indica a los acompañantes posar a la derecha de Montoya.
 
Los mecánicos se quitan sus gorras, entrecruzan sus manos y bajan la cabeza ante el acto solemne. Termina la canción y un par de paracaidistas se aproximan desde el cielo. El primero despliega bajo sus pies un pendón del autódromo de Richmond, hace la aproximación al lugar de aterrizaje y da en el blanco. El segundo desciende con una bandera de los Estados Unidos desplegada ante el azul del cielo. El paracaidista parece reducir su velocidad, mide el punto de aterrizaje y se lanza en caída libre cayendo de forma estrepitosa. Montoya se ríe y lo comenta con sus amigos.
 
– Lo hizo de forma poco ortodoxa, pero cayó en el blanco -, dice un hombre a mi lado.
 
Montoya habla de nuevo con sus acompañantes, se ríe. Luce tranquilo. Ha repetido mil veces que él corre para si mismo y que lo más importante es que la pasa bien compitiendo en la Nascar, lo que hace presumir que no disfrutaba el ambiente acartonado de la Formula Uno, ni la monotonía de sus carreras.
 
El presentador introduce al reverendo Joe Ellison de la iglesia comunitaria de ‘Essex Village’. Inicia una oración y todo mundo vuelve a su postura solemne. Una banda percusioncita del la Marina de los Estados Unidos interpreta el himno nacional. Tony Stewart forma junto a una rubia, la mano derecha sobre su corazón, la izquierda sobre el soporte de la ventana de su bólido. La banda interpreta las notas finales y dos F-15 se enfilan sobrevolando a mach 2. Sus turbinas supersónicas generan un estruendo a su paso.
 
Montoya ultima los detalles finales con los técnicos, entra a su bólido por la ventana y se pone el casco ayudado por ‘Gonzo’.
 
– Señoras y señores, con ustedes Heath Calhoun, el esquiador norteamericano que tiene las piernas amputadas a causa de la herida que recibió en la guerra de Irak.
 
– ‘Gentlemen start your engines’ -, indica el veterano de guerra. Rugen los motores de los cuarenta y cuatro bólidos que toman la largada. Uno a uno, van iniciando su marcha y saliendo de la línea de ‘pits’. Siguen al ‘pace car’ en su vuelta de reconocimiento. Abandono los ‘pits’ que para éste momento se consideran “calientes” y camino por el ‘infield’ hacia la recta de atrás.
 
Voy pensando que uno debe que hacer las cosas para uno mismo. Así como el corredor que corre en la categoría que quiere, el escritor escribe lo que quiere escribir, no lo que otros le piden. Claro, la Nascar no tiene la presunción y el esnobismo de la Formula Uno, ¿pero no son acaso las carreras de la Formula Uno poco emotivas y aburridas? El que larga en la punta por lo general gana la carrera. Las de la Nascar están abiertas para el mejor postor hasta el último centímetro de distancia.
 
Los motores rugen por la curva dos tras el ‘pace car’. Me pregunto qué dirían mis detractores si escribiera crónicas de la Formula Uno. En ese caso sería considerado un esnob. Con seguridad me tildarían de oligarca o algo por el estilo. Si supieran que no tengo un peso en el banco. ¡Maldita sea! Por eso escribo lo que quiero. Me da igual lo que digan.
 
 
Espere pronto: Richmond desde el ‘infield’ – Parte II.
 
Vea fotos en: www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com
 
escarabajomayor@gmail.com

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Mi nombre es Eduardo Bechara Navratilova. Escribo como acto liberador que me ayuda a escapar del mundo, así termine volviendo a él. Me sirve para entender mis propios actos, aunque admito que acabo con más preguntas que respuestas. Tengo defectos despreciables, que dejaré al lector descubrir por si mismo. Detesto los trancones, las modelos y hacer fila en los bancos. Me gusta el fútbol y la rumba, me gusta la gente que persiste. Tengo los títulos de derecho (1999) y literatura (2005) en la Universidad de los Andes. La novia del torero, Editorial La Serpiente Emplumada (2002) y Unos duermen, otros no, Editorial Escarabajo (2006), son mis dos novelas publicadas. No tengo un peso en el banco, pero me he recorrido medio mundo en viajes. El ser humano y su comportamiento son mi tema de fondo.

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