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La Muerte (esa que milita en el Centro Democrático) ha tenido que disminuir en los últimos tiempos el número de sus operaciones rutinarias.

Por una razón simple: porque no dispone ya del número de colombianos de que antes disponía para hacer su trabajo, que, como bien se sabe, no es otro que facilitarles un descanso seguro y eterno. De manera que la Muerte se quedó sin su materia prima esencial, y esto se lo debemos, sin duda alguna, al acuerdo que el presidente Santos firmó con las Farc.

Y a Santos le debemos también que la Muerte colombiana pueda hoy disfrutar de un mayor número de ratos libres, y que ella haya decidido dedicarlos al saludable y benemérito ejercicio de la medicina preventiva.

La Parca comenzó su nueva labor dedicando su atención, sus cuidados y sus conocimientos a una enfermedad que se da silvestre en Colombia y se llama el Virus del salario mínimo.

Del cual se sabe que la Muerte lo prefiere a todos los demás, porque hace más fácil su tarea. Y porque es el único en el mundo que se adquiere por decreto gubernamental, y el único que se transmite de ricos a pobres por medio de ministro de hacienda.

Pero ¿qué tan mortal es el bicho ése? Quienes alguna vez cayeron en suicidio han podido afirmar luego que el salario mínimo es infinitamente más letal que el suicidio mismo. De modo que, agregan ellos, el suicidio es cosa que les sobra a quienes estén contagiados de salario mínimo.

¿Y cómo evitarlo?

La Muerte, siguiendo el dictamen de los economistas colombianos, lo ha declarado un mal totalmente inevitable y gratuito. Y cuya existencia, sin embargo, ha de ser conservada a toda costa, así sea conservando la vida de quien lo padece. De ahí los consejos siguientes para los asalariados mínimos:

Evite el derroche fácil. Recuerde siempre que la austeridad, la mesura y la pobreza son virtudes con las que el salario mínimo adorna el espíritu de quienes lo ganan. Practíquelas intensa y alegremente todos los días. Y algo más: no consuma alimentos costosos, que colman el corazón de resentimiento y colesterol.

Sea solidario: la desigualdad económica requiere su ayuda. No albergue pensamientos negativos. Piense, por el contrario, que usted, como asalariado mínimo que es, está contribuyendo de modo positivo a fortalecer ese ideal sobre el cual se fundó Colombia: el de la próspera desigualdad en la distribución de la riqueza.

Sugiérale recortes a su sistema digestivo. No sea iluso: deje de creer que algún día los empresarios y el gobierno van a acomodar el salario mínimo a sus necesidades digestivas. Sea más bien realista y ajuste todo su aparato intestinal al salario mínimo. Fácil: unos cuantos recortes a las tripas, y ya está.

Y en especial jamás olvide esto: que el salario mínimo es la paga que los empresarios renuevan cada año para procurarle a usted una dulce, enriquecedora y, sobre todo, larga agonía.

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En vida laboral, Hugo Molano Rojas hizo a veces de ingeniero industrial y a veces de periodista. Hoy en día es un ciudadano a sueldo de una de las pocas empresas que patrocinan el último ocio: Colpensiones.

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