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Al conocer la noticia cerré los ojos y pensé: el momento había llegado. No más falsas suposiciones ni eternos consuelos. Gustavo Adrián Cerati Clark emprendió el más largo viaje hace justamente una semana.

El 7 de septiembre de 2006, lo vi por última vez en vivo en un gaseoso concierto en la Plaza de Toros de la Santamaría, y me despedí de ese escenario con la promesa de encontrármelo en cada oportunidad que me regalara la vida. Sin embargo no fue así. Cuando se reagrupó con Soda Stéreo en el 2007 la plata de la boleta la tuve que destinar a una emergencia familiar, casi un eclipse total. Tres años después, antes de sufrir el ataque que lo llevó a un sueño profundo, brindó un show “alucinante” –como me lo contaron algunos colegas- mientras yo me encontraba mirando al techo envuelto en depresión por uno de esos tropiezos que solía llamar amor.

Como ven, sus canciones describen muchas clases de momentos que uno atraviesa en este camino diario: desde la desazón a la euforia. Del silencio a la ironía. Cuando cruzaba el antiguo puente de la Nacional frente a la calle 26. Al llegar al aeropuerto El Dorado, después de un alentador suspiro por llegar sano y salvo. Cuántas mesas de cuatro puestos en todos los sitios donde viví, todas escasamente iluminadas por fríos domingos capitalinos…

No soy precisamente un adicto fundamentalista en la religión ceratiana. Existirán otros fanáticos, mucho mejores, con colecciones invaluables de vinilos, fotografías con peinados “grossos”, afiches, videos, autógrafos, prendas y anécdotas que retratan sus neurosis creativas o la forma como ya no disimulaba su ancha frente, todas contadas como si fueran sus asistentes personales. Nada de eso. Lo mío es tan simple que parecería cursi, pero lo diré como es: Cerati fue un padre, sin necesidad de llevar su sangre, me emocionaba escucharlo. En mis peores tormentas tuvo la banda sonora exacta para acompañarlas. Fue la voz para celebraciones apoteósicas, para antes de dormir y deleitar fracasos amorosos o estruendosas adicciones. Si ampliara mi visión, Cerati fue un destino ¿Cómo fue esa historia de veinte años? Acá les presento diez momentos en mi vida donde Cerati fue una conexión con el mundo que me rodeaba.


1. En 1994 había cambiado de colegio. Durante los primeros meses fui el extraño en un salón reducido con 36 personas. En una clase de español nos pidieron llevar nuestra canción favorita y tras una sucesión interminable de baladas para planchar alguien puso esta canción. ¿Qué era eso? Solo se me había ocurrido llevar mal grabada una canción de Jon Secada que era de mi hermana. Por fortuna nunca tuve que exponerla. Ahí nació el mito.

2. Septiembre es un mes que me une irremediablemente a Cerati. Una compañera que recuerdo con cariño cumplía 15 años el 3 de septiembre de 1995. Ya más integrado al grupo, acepté la invitación a una fiesta casera organizada por las amigas de la homenajeada. Camisa dentro del pantalón, cabello (sí, lo tuve) peinado hacia el lado izquierdo y un vino Cariñoso estuve puntual en la cita. Resultó que fui el único hombre en la fiesta. Mis compañeros le sacaron el cuerpo a la cita, así que el origen de mi primera borrachera en mi primera fiesta adolescente llevó los compases de “De Música Ligera” rockeando con ocho mujeres más expertas en el licor que yo.

 

3. 1996 fue un año bisiesto, y desde luego cumplió a cabalidad su estigma. Oía en una emisora venezolana (La Mega de San Cristóbal) un especial de Cerati y me detuve en una canción: Pulsar. Inmediatamente después el dj habló del Unplugged Comfort y Música para volar. Empezaba el rumor de una inminente separación del grupo. Días después mi medio hermano se quitó la vida. La noche de su funeral solo se me ocurrió ir a cine (recuerdo ir a ver El Protector) Al llegar a casa puse la emisora justo antes del cierre de emisión (11 de la noche hora colombiana) y fue cuando escuché “Me verás volar…” en la voz de Andrea Echeverry. Siempre tengo presente esa canción desde entonces.

 

4. Trabajé duro para tenerlo. En 1997 compré el cassette de Comfort y Música para volar. Me costó un mes de vacaciones, antes de empezar el año escolar, ayudando a un excéntrico señor que componía máquinas de escribir eléctricas para la rama judicial. Un misil en mi placard y Planeador, de mis favoritas.

 

5. Ese mismo año llevé un cuaderno, una especie de “diario literario” Como no me gustaba como me salían los poemas decidí empezar a dibujar y nació mi breve pasión por el collage. Le dediqué a Soda Stéreo varios de ellos. Aún se conservan muy buen después de 17 años.

 

6. 1998 fue un año de cambios. Contra la voluntad de mis padres separados (para evitar que me fuera a Bogotá sí resultaron unidos) logré aplazar mi cupo de ingreso en la Universidad Nacional para el segundo semestre de ese año. Como no querían dejarme ir decidí marcharme por mi propia cuenta. Mientras lo preparaba todo, con la complicidad de mis entonces compañeros de primer semestre de Lengua Castellana, escuchaba El Último Concierto. Tuve los dos casetes pero el azul se lo robaron. El primero sufrió una avería en la cinta por culpa de una grabadora de celador. El caso es que a punto de conseguir mi objetivo ocurrió algo singular: una de mis amigas del colegio fue internada de emergencia en el hospital. Una aparente conjuntivitis fue el síntoma de algo más grave: cáncer en el cerebro. Murió días después echando mis planes al traste. Ella con Corazón Partío de Alejandro Sanz y yo con la versión en concierto de Trátame Suavemente. De estar viva celebraría su cumpleaños cuatro días antes que el de Cerati.

 

7. Iniciaba (en cierto modo era así) el nuevo milenio. Instalado en Bogotá, ya asomaba lentamente la que ahora se llama calvicie permanente. Un pollo hervido en coca cola fue la receta de Lillyam, una gran amiga que compartió conmigo aquel 28 de mayo del 2000. Compartíamos un almuerzo del día de las madres (que en Norte de Santander aún se celebra a fin de ese mes, como un extraño acto de rebeldía comercial) En la noche iría a mi primer concierto de Gustavo Cerati. ¿Lo fascinante? Aunque fui solo, me divertí como idiota viéndolo tocar la guitarra con la nariz o improvisar un set como d.j. profesional en medio de un show de luces. Tenía que conocerlo y es así que al final de concierto fui a buscarlo a la parte trasera del Palacio de los Deportes, Los fans que se dieron cuenta corrieron conmigo hacia una de las salidas. Valió la pena: recuerdo su chaqueta de un color metálico y esas gafas oscuras. Me dio la mano. Atención a la frase de cajón: Le dije que “era lo mejor que me ha pasado en la vida”. La magia del instante la rompió una enana que lo tomó fuertemente del brazo y obligó a su cuerpo de seguridad a resguardarlo hasta su vehículo para subirlo precipitadamente. No recuerdo a cuántas personas empujé para ganar la carrera por alcanzarlo y volverlo a ver.

 

8. Si contara todas las veces que pedía canciones de Soda Stéreo y Cerati en este bar. Fue la versión reducida del Central Perk de Friends. El primer bar de rock al que acudía frecuentemente y punto de encuentro con grandes amigos que aún conservo. En su lugar queda un Preicfes (las ironías)

 

9. Desde que escribía en esta revista y luego la tuve en mis manos en su versión digital, era más que obvia la relación: Camaleón por todos lados, aún hasta hoy. Inmensas satisfacciones tanto con la canción como con este proyecto.

 

10. 7 de septiembre de 2006. La última vez que lo vi. “Se va fijando en mi retina”….

 

Ni que decir que al enterarme de su muerte, por Twitter, salí de mi trabajo en silencio. Era mediodía. Caminé hasta encontrar un parque. Me senté en la primera banca solitaria que encontré y busqué desesperadamente en las estaciones de radio del celular quién confirmaba semejante noticia. Acá mi reconocimiento a Alejandro Marín, director de La X de Todelar. No solo leyeron al aire mis mensajes: con su esfuerzo de enlazar dos emisoras no solo transmitieron un sentimiento. Me arrancaron lágrimas. En un año particularmente lleno de despedidas y pérdidas esta ha sido significativa. Aprender a dejar atrás, a pasar la página.

 

Al principio me invadió el sentimiento egoísta de que estuviera más tiempo en este mundo, moderando mi esperanza por verlo de pie y hablando. Con el paso de las horas lo aprecié de otro modo. Cerati hizo su trabajo conmigo, como lo haría un padre que enseña a tocar guitarra o nadar en la parte honda de las piscinas. Ahora me toca continuar llevando su mensaje, recordando cada lección. No es fácil empezar, pero ya he dado los primeros pasos. De nuevo cierro los ojos.
A su familia, amigos, al pueblo argentino y a fanáticos de corazón y casuales en el mundo que lo han llorado, solo quiero decirles que #ConCeratiSiempre Siempre es hoy y hoy es para siempre.

 

Este 11 de septiembre a partir de las 6:00 p.m. oigan el especial dedicado al Cerati de 80’s y 90’s con Soda Stereo, en Radio Distractor. Solo en Stereo Joint Radio http://stereojointradio.caster.fm/

 

@juanchoparada
juanchopara@gmail.com

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Periodista y filósofo. Máster en Dirección de Marketing Digital y Comunicación Web 2.0. Social Media Manager. Escritor cine, cultura, televisión, entretenimiento, sexualidad y tecnología.

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