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Fernando Olaya no es un tipo de fiesta, es más tranquilo y aplomado. Pero cuando se trata de encender la rumba, su música, que lo ha llevado a grandes escenarios del género electrónico internacional, es una completa catarsis llena de sonidos progresivos que elevan el ánimo o lo apaciguan. Lo presentamos hace un par de meses en Distractor y tuvimos la oportunidad de entrevistarlo para aproximarnos a su trabajo de una manera más personal, conocer sus percepciones sobre el género en la actualidad y su futuro como creador en la industria. Apartes del podcast que podrán escuchar completo al final del mismo. El próximo 1 de junio estará en la ciudad de Pereira haciendo un Live Act en el Tunnel Pereira.

Juancho Parada: ¿Cómo inicia esa pasión por el género electrónico?

Fernando Olaya: Soy un melómano, amante de la música, desde muy pequeño estudié música. Todo esto comenzó por mi padre que coleccionaba vinilos. En esa época mi hermana organizaba fiestas de colegio con las minitecas, yo tendría más o menos 8 o 9 años, y empecé a escuchar la música dance de los 90. Habían sacado algo llamado Lo Más Disco en una serie de volúmenes y empezaron a llegar muchas bandas nuevas europeas. Era raro, pues a esa edad y esa música era totalmente extraña para mí. Me llamó la atención y me pegué a mi hermana para ver cómo grababa los casetes y llevarlos a las fiestas.

Fernando Olaya - Foto Facebook Fernando Olaya

Fernando Olaya – Foto Facebook Fernando Olaya

J.P: Y los primeros pasos en la experimentación con esos sonidos, ¿cómo se dieron? ¿Cuáles fueron sus primeros referentes?

F.O: Hacia los 13 años me dio hepatitis y tuve que ausentarme como unos tres meses del colegio. En ese entonces mi papá tenía un tecladito pequeño, como una especie de sintetizador, que le habían regalado y nunca lo habían usado. Empecé a experimentar con los sonidos electrónicos y ahí me atrajo más. Después de eso llega a Colombia una colección llamada Positiva 2000 y entra el tema del after party, que era una selección de música electrónica nueva, traída de Estados Unidos y de Europa, y empiezo a coleccionar ese estilo de música. Ahí me empiezo a involucrar mucho más con eso. A los 15 años conozco un sello disquero llamado Perfecto Récords de un artista inglés llamado Paul Oakenfold y escucho las colecciones que saca con Sasha y John Digweed y nada, me dije “yo quiero empezar a tocar como este señor”. También me involucro con el rock progresivo: conozco lo que es Kraftwerk, Pink Floyd, todo esto fue para mí nuevo y me llevó por los sonidos de la música progresiva electrónica.

J.P: Cuando empieza a tocar en fiestas en la capital ¿cómo fue conciliar ese mundo con los mitos que existían alrededor de la movida nocturna, agitada y clandestina asociada comúnmente a la fiesta electrónica?

F.O: Al encontrarme con este estilo de vida nocturno y pesado no me gustó. Vengo de una familia muy tradicional, eso lo hacía más por el amor a la música, por el arte, no porque fuera un tema de moda, por las fiestas o por las drogas. Ahí empecé a crear un estilo algo más tecno, que llamé Ferti, pero me salí de eso por un par de años precisamente por ese ambiente.

J.P: Después de haber terminado su formación como músico e ingeniero de sonido, ¿cómo fue su incursión en el escenario internacional?

F.O Salgo de ese cambio de Ferti, que era una producción más de house, me alejo y decido volver a incursionar con la música electrónica pero más con lo que yo era, con los sonidos progresivos. Decido crear mi nombre artístico, Fernando Olaya, y empiezo a enviar mi música a sellos alemanes, ingleses y holandeses, la música empieza a entrar en diferentes tops como Beatport, varios artistas empiezan a tocar mis canciones y empiezan a invitarme para tocar en diferentes fiestas en Bogotá con Paul Van Dyke, con Sasha acá en Piso 30. Luego me invitan a un festival en Holanda, el Amsterdam Dance Event, allí comienzo a conectarme con otros productores y entendí el mundo de la música electrónica real, que hay charlas, talleres, que hay una industria alrededor y empecé a fascinarme más por esa música.

J.P: ¿Qué caracteriza su show actualmente?

F.O: Empecé a incursionar con el Live Act  o creación de música en vivo, no mezclar dos canciones, sino empezar a crear con secuenciadores, sintetizadores, con software. Es más llamativo para la gente, pero es un reto para uno, pues pasa de ser un DJ a ser un artista electrónico en vivo. De hecho, tenemos un proyecto nuevo para este año llamado Melódica que es con música clásica y música electrónica, pero de cámara.

Escuchen la entrevista completa a Fernando Olaya acá

John Wick: Parabellum: la suerte de Keanu Reeves

Si John Wick regresó más invencible, lo de Keanu Reeves es de locura. Desde sus tímidos inicios como adolescente gañán ya apuntaba maneras como héroe de acción en los clásicos Point Break (1991) y la sempiterna Speed (1994), amén de su aspecto de galán con aire de tristeza que fascinó en los videos clips de Paula Abdul o en la versión de Drácula de Coppola (1992). Su consagración en el prime ramo llegó con la fábula futurista de The Matrix (1999), que de cierta manera lo inmortalizó. El nuevo milenio lo sorprendió con altibajos en su vida personal y en su carrera, que parecía condenada a películas mediocres hasta John Wick. De nuevo la acción es la redentora en su calvario artístico y ahora vive una brillante resurrección que no solo lo trae de vuelta con la ahora trilogía de un hombre con el que comparte varias similitudes. John Wick es un curioso alter ego con el que se le ve cómodo, renegado y desafiante.

No estaba muy convencido de este regreso, pero esta tercera película eleva las expectativas, por lo que veremos a un anti héroe de acción que aún padece la desaparición de su mujer, es perseguido por la misma cofradía a la que pertenecía y solo busca aplacar un poco el aullido de su conciencia. Las espectaculares secuencias de acción se alternan con un desenfadado humor negro en medio de las ceremoniosas pugnas por el honor y la lealtad a un sistema que ya no tiene sentido para él. Esa idea la ha comprado bien el público con su taquilla norteamericana, rebasando a los mismos Avengers desde su estreno el pasado 16 de mayo. John Wick llegó para afirmar el mito de Reeves, otro pez fuera del agua, uno taciturno pero letal, que ahora espero disfrute sabiamente de este nuevo aire con su pronta aparición en la cuarta parte de Toy Story (con su voz) y en el spin-off de Rápidos y Furiosos. En un Hollywood que desconcierta por su manera de mantener o acabar carreras, la de Keanu Reeves bien puede ser una excepción: solo esperó el mejor momento para renacer y lograr resultados como si no hubiera pasado 1999.

juanchopara@gmail.com

Twitter @juanchoparada

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Periodista y filósofo. Máster en Dirección de Marketing Digital y Comunicación Web 2.0. Social Media Manager. Escritor cine, cultura, televisión, entretenimiento, sexualidad y tecnología.

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Me encantan, estos avances. Me encantan.

The interpreter (para nosotros, La intérprete, y como cosa rara, el título en español significa lo mismo que en el idioma original) es un filme dirigido por el estadounidense Sydney Pollack, estrenado en cines en dos mil cinco. El guión condujo a Pollack a grabar en las propias instalaciones de la ONU (localizadas en territorio internacional dentro de Nueva York), una historia con tintes políticos que recuerdan la situación más o menos reciente del actual presidente de Zimbabwe.

Estaba viendo hace unas horas cierta película francesa realizada exclusivamente para televisión hace unos años, no muy conocida por cierto, y me asaltó una duda que tenía desde hace un tiempo y que se avivó luego de ver La intérprete. La duda es la siguiente:

Lo más seguro es que todos conozcamos el aviso que aparece, usualmente escondido al final de los créditos de algunas películas, que dice lo siguiente, palabras más, palabras menos: "Los hechos relatados en esta película son puramente ficticios y no deben relacionarse con eventos pasados, actuales o futuros. (...) Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia."
Yo me pregunto: luego de ver una película que parece un documental acerca de una situación actual, ya sea ésta una realidad o no, ¿qué sentido tiene recurrir a este mensaje, si de cualquier manera los espectadores van a hacer la relación?

Es claro, hay que decir, que no todo el mundo tiene por qué captar estos parecidos. Pero los que sí los captan, lo comunican a los demás, y al final la película pasa a verse como lo que realmente es: una crítica por parte del realizador hacia una situación en particular. Punto. No importa qué tan imparcial se pretenda ser, haciendo uso del mencionado avisito.

En fin, no entiendo esta actitud, si de verdad algunos pretenden protegerse bajo dicho mensaje. Quisiera creer que lo colocan no porque no pretendan dar la cara luego de dar la opinión, sino porque es una especie de requisito, un asunto legal de obligatoria aparición al final de todos los créditos de todas las películas de todos los géneros. Aunque al final, sólo quien tuvo la idea de escribir la historia como quedó escrita es quien sabe qué opinión tiene.

Él y sólo él.

-

Sobre la película, hay un dato lingüístico interesante; se creó un lenguaje nuevo (lo llamaron "Ku"), con sus propias palabras, conjugaciones, reglas... es decir, un lenguaje aparte, sostenible por sí solo, basado en lenguajes existentes en el sur de África, pero que "aunque sería reconocido por habitantes de la zona (...), los confundiría", debido a su estructura gramatical, leo por aquí. En todas partes encuentro que el creador de este lenguaje es Said el-Gheithy, director del Centre for African Language Learning en Londres. En general, no encuentro muchas críticas positivas para la película, pero a mí me gustó.

Me encanta leer la columna Contravía, escrita por Eduardo Escobar. Y la de hoy termina con una reflexión que encuentro parecida a cierto diálogo de La intérprete. Aquí va el diálogo, para terminar y dejar de ocupar su tiempo, estimado lector. Lo traduzco burdamente, pero espero que se mantenga la idea.

Silvia Broome: (...) Siempre que alguien pierde a un ser querido, quiere vengarse de alguien más, o de Dios, a falta de alguien. Pero en África, en Matobo, los Ku creen que la única manera de poner fin al dolor es salvando una vida. Si alguien es asesinado, luego de un año de duelo se realiza un ritual llamado "la fiesta del ahogado". Se hace una fiesta durante toda la noche, junto al río. Al amanecer, el asesino es montado en un bote. Se lleva al agua y se le tira allí, amarrado, para que no pueda nadar. Entonces la familia doliente debe tomar una decisión; pueden dejar que se ahogue, o pueden lanzarse a salvarlo. Los Ku creen que si la familia deja que el asesino se ahogue, se hará justicia, pero pasarán el resto de sus vidas de duelo. Pero si lo salvan, entonces admitirán que la vida no siempre es es justa, y a cambio ese acto los liberará del dolor.


dancastell89@gmail.com

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