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El aislamiento preventivo obligatorio (y el desmadre que se ha armado por quebrar las normas para tener aventuras) nos hizo pensar hace unas semanas sobre qué tanto cambiará el valor que le damos al sexo en la vida individual y en pareja tras la crisis del coronavirus. (Ver el artículo Sexo en la Cuarentena)

Lo curioso de esta situación es que el confinamiento, en la mayoría de los casos, ha encendido la llama de la pasión. Un ejemplo es el segmento de los ‘sexshops’ tanto a nivel global como en nuestro país. Solo en Colombia durante el mes de abril vieron aumentar sus ingresos entre un 27 % y un 140 %, como informó en su momento Reuters  ¿Cómo lo consiguieron?

La primera pregunta que surge es ¿se puede pensar en el sexo en medio del alud de noticias diarias, con su dosis de incertidumbre y desespero? Desde luego que sí, no amerita otra respuesta, acabamos de leer una evidencia al respecto.

Ahora, descartando de momento experimentaciones grupales de todo tipo por obvias razones, ¿qué tanta confianza depositamos en nuestras parejas para sugerir otras maneras de disfrutar mutuamente? O, para no ir muy lejos ¿hemos contemplado en solitario la posibilidad de autocomplacernos con ayuda de un producto obtenido en una tienda erótica?

Sexshops-Imagen Joshuatkd en Pixabay

En ese momento saltan a la lona todos los prejuicios heredados de nuestra cultura acerca de qué partes del cuerpo son intocables, qué sensaciones son tolerables o si quedará en tela de juicio mi efectividad como amante al involucrar vibradores o geles por encima de besos o demostraciones de macho cabrío. Aquí la lucha es consigo mismo y/o en la franqueza con que se aborde el tema en pareja. Lo real es que cualquier novedad debe ser fruto de un consenso y no de una imposición.

Vemos entonces que los ‘sexshops’ tienen trabajo por hacer si desean que su experiencia trascienda el afán de vender. Su triunfo en medio de otros sectores de la economía se explica no solo por la implementación de canales virtuales. Hay un factor que también hace la diferencia entre una tienda y otra: la confidencialidad.

Imaginen a un vendedor o vendedora escuchando a diario las picardías de sus clientes hasta tremendos dramas rebosantes de veneno o angustia por encontrar satisfacción en otras prácticas o personas lejos de la pareja que tengan al lado.

Trasladen esa experiencia a la virtualidad. Final Feliz, un ‘sexshop’ en Bogotáse lanzó al agua ofreciendo una experiencia de personalización de su servicio al reconocer los públicos a quienes desean llegar con su catálogo de productos. Hombres, mujeres, solteros, solteras, adultos mayores, LGBTI, entre otros. Entonces no hablamos de una simple vitrina. Promover un negocio de esta naturaleza también consiste en identificar qué buscan y cómo piensan los posibles compradores para ofrecerles inicialmente asesoría efectiva y discreta mediante canales como chats o redes sociales.

Me sorprendió encontrar que dedican tiempo a crear contenidos de valor especialmente para esos cautelosos compradores. Esa estrategia de contenido se basa en la desmitificación. ¿Quién había oído sobre el petting, sexo sin penetración? ¿Se puede alcanzar el orgasmo sin coito? Entre amigos todos darían versiones de esa experiencia, pero que te lo sugiera una tienda erótica con conocimiento y un toque de creatividad resulta innovador. “Se trata de hacer que las parejas tengan un final feliz mediante educación y una sexualidad sana”, comentan los creadores de Final Feliz, quienes exponen varios de los temas junto con la descripción de sus productos apoyados en narraciones explícitas que no son indiferentes a la imaginación. Acá pueden leer uno de ellos en la sección de blog del sexshop. 

Mientras los negocios afianzan su camino en este ámbito, es indudable que la apertura sobre estos temas ya no son motivo de vergüenza o señal de algún problema mental. Nada de eso.  El reto consiste en admitir si estamos dispuestos a descubrir nuevas sensaciones, siendo honestos con nosotros mismos o en el marco de una relación sentimental. El que prueba de todo no se muere de hambre, reza el dicho popular.

Control Z, ¿nueva fiebre?

El mes que acaba de finalizar vi el estreno de esta serie mexicana, diametralmente opuesta en cuanto a calidad a la colombiana ‘Chichipatos’. De hecho se alzó como lo más visto en Netflix. ¿Qué vi? La verdad tampoco se desgasta en inventar la rueda: otra historia de instituto, con otro acento, una protagonista con un don especial y villanos que buscan confundir con su mezcla de atractivo y maldad. Le debe mucho a historias americanas tan millenials como denota su estampa, tipo ‘Pretty Little Liars’ o ‘Gossip Girls’, donde un personaje anónimo amenaza con revelar los secretos de los demás en una extraña venganza que alimentará las teorías conspirativas sobre su identidad y motivaciones así como el alcance de sus actos. Como dije, en calidad se notan los recursos y la puesta en escena de una trama que tampoco desea ser ‘Élite’, pero su decidida incursión en el thriller la hermanan irremediablemente, por lo que no sé si la intención de la plataforma radicará en estimular versiones locales de historias de colegios ‘play’ en una era pre confinamiento saturada de hipocresía y egocentrismo. La novedad no debe ser solo el acento sino jugar con los elementos para sorprender sin abusar de la fórmula. Definitivamente están más apasionantes los documentales, que superan de lejos toda ficción.

@juanchoparada

juanchopara@gmail.com

Encuentra más temas de interés en www.juanchoparada.com 


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Periodista y filósofo. Máster en Dirección de Marketing Digital y Comunicación Web 2.0. Social Media Manager. Escritor cine, cultura, televisión, entretenimiento, sexualidad y tecnología.

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