Nos han instruido para escoger entre lo intelectual y la apariencia física/la estética, de ahí a que se piense que una mujer bonita no puede ser inteligente o viceversa.
Inmiscuidos en una concepción misógina donde es fácil categorizar, terminamos observando con prejuicios las características que nos enseñaron como referente de masculinidad y los atributos conferidos a lo femenino. No solo sucede en los hombres, también en mujeres -tristemente- y en la forma cómo nos concebimos. Por lo tanto, es fundamental ser mujeres conscientes y auto reflexivas para distinguir esas misoginias que hemos adoptado y asimilado como propias.
Quiero seguir honrando a mis sueños de niña y una manera de hacerlo es reconocerme como la mujer que soy, viva en plenitud, libre y autónoma, por eso, me niego a encarcelarme bajo la aprobación de la sociedad que nos piensa como seres unidireccionales. Es cierto que la feminidad histórica, social y culturalmente se ha construido bajo la sumisión de la mirada, «un proceso histórico que se inicia en el Antiguo Régimen y que llega a nuestros días: las mujeres de la corte tienen que mostrar su feminidad a los ojos del Rey (verdadero baluarte de la norma), pero las victorianas tienen que interiorizar esta vigilancia, apareciendo una concepción dual de su imagen (la mujer frente al espejo contrapone la imagen real con la ficticia que crea por medio del maqueo, pero esta imagen creada ha de ser, a su vez, la portadora de su verdadera identidad) [1]«. Virginia woolf expresó que: «Los ojos de los demás son nuestras prisiones; sus pensamientos nuestras jaulas.» Por esta razón, ser observadas y vigiladas -generalmente por hombres- constituye uno de los paradigmas que debe ser modificado.
Ahora bien, una mujer libre incomoda, sobre todo cuando cuestionamos, cuando nos expresamos a través de la escritura, cuando leemos, cuando levantamos la voz, cuando no somos complacientes, entonces resultamos «engreídas», «altaneras», «arrogantes», relacionando erróneamente la femineidad con aprobación.
No obstante, si hay alguien a quien debemos agradar es a nosotras mismas, siendo auténticas, fieles a nuestras convicciones y aún más importante con criterio suficiente para decantar con inteligencia las opiniones que valen la pena escuchar y las que no. Libertad es poder ser sin que ello signifique necesitar validación de los otros.
«Que nada nos limite, que nada nos defina, que nada nos sujete. Que la libertad sea nuestra propia sustancia” – Simone de Beauvoir.
[1] García García, A. A. (2002). Medias miradas. Un análisis cultural de la imagen femenina. Enrique Gil Calvo, Ed. Anagrama, 2000. Política Y Sociedad, 39(2), 497 – 499.
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