Era 20 de julio y no había ningún motivo para celebrar. Las vías de mi país están bloqueadas. Campesinos de distintos sectores están dispuestos a recibir garrote, a cambiar la quejadera inmóvil, por sangre si es menester. Los infiltrados no son los que comen hierba y huelen plomo en un campo olvidado adrede para que el narcotráfico se mueva y el terror mande. Los infiltrados visten corbatas y presiden asociaciones que les da pase a negociar con tintos ministeriales en sofás importados. Los subsidios se varan en las rutas destapadas que encarecen los productos, asfixian al que rajó sus manos y enriquecen al lagarto que se le antoja más azúcar para un café que pagamos los colombianos que nadie atiende.
Era 20 de julio y el motivo para celebrar nos llega de Francia, por las piernas de quien podía estar sembrando papa y alistándose para un paro nacional. En otra forma de rebeldía hacia el destino y quizás por la misma contingencia de la altiplanicie cundiboyacense, Nairo pedaleaba para ir al colegio por no tener para el bus. La paradoja nos pone a pensar en la libertad que exigían los revolucionarios franceses. Este hombre de rasgos indígenas pone en nuestro pecho un inexplicable orgullo patrio como resucitando lo que una bandera el 20 de julio no puede. Nairo Quintana gana una etapa del Tour de Francia mientras otras madres oran para que sus hijos regresen con vida de esa echada a suerte que significa protestar en este país.
Camiones arden y muchos inocentes ven la injusticia en los ojos de quienes la defienden. Es que todo es un engaño, los mensajes los decodifica el poder y el poder nos encierra en la realidad coloreada por medios de comunicación a su servicio.
El invento viene del pasado. El 20 de julio se trama con el préstamo de un florero. 203 años después un político costeño utiliza el mismo florero de trayectoria centralista como estrategia mediática para «romper» con la dependencia que Santos y la oligarquía capitalina obliga.
A Santos le estalla el país en las manos. No puede entender al pueblo quien nunca se untó de él. Ad portas de una esquiva reelección, retoma el discurso que no es impostado: el guerrerista. No importan las víctimas, ni los derechos humanos. Busca votos en empresarios de la seguridad democrática, manchando de rojo palomas blancas y posicionando su característica forma de gobierno de reversar decisiones que afecten su imagen. Mil caras diseñadas para cada escenario, para cada interlocutor, falsas e hipócritas, que juntas revelan la gran contradicción de país que tenemos.
No hay garantías de libertad. Presos del hambre, somos esclavos de un horizonte aplastante. El futuro es pasar la noche sin morir.
En 203 años, todavía esclavos, llenos de prohibiciones y manipulaciones históricas y mediáticas, nos hace sonreír la supervivencia de Nairo, triunfador en el país que inspiró libertades e independencias.
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