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Preferimos, por enésima vez, intentar arreglar las cosas, aún cuando somos conscientes de que no hay caso, de que con esa persona jamás nos vamos a entender; todo, con tal de no caer en el cruel, oscuro y frio abismo de la soledad. “No la entiendo, ni siquiera la soporto…” – Y ¿por qué no te alejas de ella? – No quiero estar solo. No me gusta la soledad.
Y qué es la soledad sino el tiempo que pasamos únicamente con nosotros mismos. Nos tememos, nos evitamos, muchas veces ni siquiera nos toleramos. Si tuviéramos diálogos, ratos más amenos con nuestros “yo” tal vez no le rehuiríamos tanto a la soledad. Me pasa, de todos con los que hablo cuando callo no sé con cuál me aburro más, con cuál me entiendo menos.
El yo chocho, amargado y renegón: Las tardes a su lado, sólo escuchándolo quejarse, son eternas. Que man tan jarto. No me deja ver la televisión, no le gusta ni La voz, ni Rafael, el ídolo, ni el Umaña… Nada le parece, todo lo critica, por todo se lamenta. Aunque debo reconocer que es el que más me colabora con estos blogs, igual lo hacía con los ensayos en el colegio y la universidad, cuando el profesor pedía dar una opinión crítica…
El soñador: El empresario, el emprendedor, idéntico al chavo del ocho cuando Quico, Ñoño, Godínez, o algún otro miembro de la vecindad le planteaba un juego divertido o simplemente lo convidaban a una torta de jamón. ¡Y zas!, y vamos a montar un negocio, y muchas ventas, y franquicias y… y… le vamos a meter la ficha… y… y…y… ¡zas! Al final de cuentas nunca sale con ni mierda.
El inconforme: No le gusta nada de lo que hago, ni lo que digo, ni lo que soy, ni el trabajo que tengo… Eterno compadre del de arriba, del yo amargado. Cuando me cogen por su cuenta son cosa seria, no les importa herirme, en nada les afecta deshilacharme el alma, verme llorar. Nada peor que quedarse a solas, mirar a los ojos y en silencio a un yo mismo que todo lo reprocha.
“¿Qué hubiera sido de tu vida si…?” “¿cómo se te fue a ocurrir…” No me reconoce media. Un yo para el que todo lo que he hecho ha estado mal. Nuestras alegrías, nuestros momentos de risa, no son más que una sombra, un pálido reflejo de eso que algún día simplemente no fue.
El yo entusado: El peor de todos, una pesadilla. Prefiero salir corriendo y encontrarme con mi yo ebrio antes que tener que aguantármelo o pasar siquiera un rato junto a él.
El yo muerto del miedo, el fatalista: La antítesis del soñador “¿dejar el trabajo y emprender un proyecto?, ¿estás loco?, ¿cómo se te ocurre?, ni de riesgos… Yo sé que el sueldito es más bien poquito, bueno, sí, está bien, tú ganas, es miserable, pero es fijo… qué tal si nos aguantamos un poquito y esperamos a la pensión”.
“Vamos a sufrir, si te atreves a dejarla, vamos a sufrir, y mucho. La última vez fue terrible, recuerda el desgano, las noches de insomnio, la falta de apetito”. – Pero es que ya no la quiero. “Eso mismo pensabas la vez pasada, y bastó una semana para darte cuenta de lo contrario. Ay mijo, la soledad es cruel, y ni hablar de la vejez. Te vas a quedar solo, el alma de nadie notará tu ausencia, la soledad es el óxido del alma”.
El nostálgico: Noches enteras acariciando el tiempo ya usado, la etapa de locura, los años de la infancia. Todo un artista en retocar recuerdos, en impedir que naufraguen y se pierdan en el cruento e inmenso mar del olvido. Son las tenues luces de un pasado un algo más alegre las que aún pretende que alumbren nuestro presente sombrío.
Por estos y por otros muchos más no me gusta estar solo. Que frustrante descubrir dentro de mí lo que tanto odio y critico en los demás. Que feo es quedarse a solas con uno mismo cuando no me gusto, cuando discrepo en todo, cuando todos mis yo opinan y gritamos al tiempo, cuando no me entiendo, cuando me caigo mal.