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En Colombia existen poblaciones abandonadas donde ocurren hechos inexplicables según comentarios de los lugareños. Por esa razón se convirtieron en espacios prohibidos para unos y un reto para la curiosidad de otros. Esta historia me la inspiró la visita que hice a uno de esos lugares en las cercanías de Bogotá:

EL PUEBLO FANTASMA

La hora y el punto de encuentro quedaron concertados: siete de la noche en el parque situado a la salida de la ciudad por la carretera del oriente. A ese lugar debían llegar sin falta alguna los ocho jóvenes amigos que deseaban experimentar una aventura rica en adrenalina.

El objetivo que los convocaba era pasar juntos la noche en un pueblo abandonado situado a unos treinta minutos de camino por una carretera con muchas curvas.

Todos llegaron puntuales. Cada uno conducía una motocicleta HD de altísimo cilindraje. Integraban una fraternidad de amantes de la velocidad y las emociones fuertes. Esta vez, sin embargo, más que desafiar el peligro pretendían poner a prueba sus nervios. La mutua compañía los insuflaba de seguridad y valentía. Por eso estaban alegres y sentían que nada podría desequilibrar sus emociones.

Emprendieron el viaje en medio del ruido ensordecedor de sus máquinas. Todos sonreían. Uno de ellos se colocó al frente del grupo y levantó el brazo derecho. Después empuñó su mano enfundada en un guante de cuero y al cabo de un par de segundos la agitó. Esa era la señal para que los demás aceleraran sus vehículos. Así comenzaban la travesía hacia el misterio.

Al cabo de veinte minutos de camino se desviaron de la carretera principal y tomaron un camino estrecho y pedregoso. Avanzaron un par de kilómetros y se detuvieron al llegar al centro de una plaza de un poco menos de una hectárea. Apagaron sus motocicletas y quedaron sumidos en la oscuridad. Al desmontarse se quitaron el casco y las gafas protectoras. Entonces la luz de la luna les permitió observar el contorno. Estaban en el pueblo fantasma, el lugar del cual habían oído hablar a varios de sus amigos. Se contaban muchas historias de acontecimientos sobrenaturales que sucedían en ese sitio. Por eso se impusieron el reto de pasar una noche ahí. Querían comprobar por sí mismos qué había de cierto y de mentira en esos relatos.

Observaron las construcciones abandonadas y semiderruidas y se miraron entre sí. Varios sonreían nerviosamente esperando que alguno tomara la iniciativa y se encaminara hacia uno de esos lugares. Por fin, el que parecía liderar el grupo propuso que, para comenzar el recorrido, entraran a la que fue la inspección de policía. Se dirigieron hacia allá y entraron hablando en voz alta. Decían banalidades pero solo pretendían infundirse confianza unos a otros. Avanzaron en pareja con pasos cortos y vacilantes. Dos de ellos, los que marchaban a la cabeza del grupo, encendieron linternas de mano para iluminar el suelo y las paredes del inmueble. Era una construcción compuesta por una pequeña sala de recepción, un muro de media altura que la separaba de un salón más amplio, dos oficinas, un baño y tres calabozos. No había muebles ni puertas ni ventanas. Cuando llegaron a la mitad del salón, el líder del grupo preguntó a gritos “¿quién está ahí?” Los demás, sorprendidos, reaccionaron preguntando en coro “¿dónde?” El líder les dijo que había visto la silueta de una persona que salía de una de las oficinas. La luz de la linterna le permitió verla. Examinaron el sitio palmo a palmo  y no encontraron a nadie. Entonces se relajaron, se burlaron de su amigo y destaparon una botella de licor para templar los nervios.

Salieron de esa estancia y entraron al edificio donde había funcionado el sindicato de trabajadores de la fábrica metalúrgica del pueblo. Ingresaron con aire de suficiencia, pateando lo que encontraban a su paso. En el piso había latas de cerveza y botellas de licor vacías.  Para incrementar los ánimos y resistir la larga noche que los esperaba consumieron un poco de polvo de ángel entre trago y trago de aguardiente.

Con el fin de divertirse y retar a los fantasmas del lugar sacaron de sus morrales pintura en aerosol y empezaron a dibujar grafitis en las paredes: el número 666, una cruz invertida y otras figuras diabólicas engalanaron bajo las luces de las linternas el lienzo de cemento donde plasmaron su obra.

En momentos en que el cotarro estaba en su máximo alboroto, un hecho imprevisto les acabó el entusiasmo. Bajo la luz de las linternas un espectáculo macabro los dejó boquiabiertos. En el recinto flotaban, como bailando una danza fantasmagórica, el torso de un hombre sin cabeza, por un lado, y la otra mitad del mismo cuerpo por otro. Las risas y los chistes cesaron en el acto. El festejo se convirtió en pánico colectivo. Todos corrieron despavoridos y se agolparon en la puerta tratando de salir al mismo tiempo. A la salida, frente a ellos, se tropezaron con la presencia etérea de una mujer que lloraba desesperadamente. Uno de ellos, con voz desesperada, dijo que el único refugio seguro al que podían ir era la iglesia. Salieron disparados hacia allá. Entraron al templo y corrieron atropelladamente rumbo al altar. En el camino sintieron un frío intenso y la piel se les erizó. Era el signo evidente de presencias espirituales. Al llegar al sitio donde estaba el sagrario, a pesar de la penumbra, vieron la figura espectral de un sacerdote. El terror, entonces, se volvió insoportable. En ese instante estallaron los vitrales que aún se conservaban. Un remolino se formó en el interior del templo abandonado y el grupo de amigos creyó que el fin había llegado para todos. Sus gritos resonaban en la noche pero no había oídos que los escucharan.

Después de varios minutos retornó la calma. Uno a uno los inquietos visitantes salieron del templo. Una vez afuera emprendieron nuevamente una veloz carrera en dirección a la plaza. Tenían la sensación de ser perseguidos. Subieron a sus motocicletas y emprendieron el camino de regreso a la ciudad a toda velocidad. Hasta el día de hoy todos dicen que sienten, de vez en cuando, la presencia de alguien a sus espaldas. Por eso prometieron formalmente no volver al pueblo. Entendieron que debían respetar el descanso y el espacio de sus fantasmas.

El Portal de los Sueños

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PERFIL
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Nací en Barranquilla, Colombia, en 1949. Desde muy niña, a la edad de seis años, descubrí que poseía el don de interpretar los sueños. Al principio supuse que era una facultad natural que poseían todos los seres humanos. Sin embargo, con el transcurrir del tiempo observé que no era así. Entonces, al llegar a la adolescencia, decidí ocultarlo para evitarme problemas y malos entendidos con quienes suponían que lo mío era un arte adivinatorio. Después de haber educado a mis hijos, de verlos casados e independientes, y ya retirada de mis ocupaciones laborales, consideré que había llegado la hora de desempolvar el don y ponerlo al servicio de los demás.

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7 Comentarios
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  3. hortensia.sabino

    No se nesecita ser incredulo, pero muy cierto, con los espiritus no se juega, se de muchos casos parecidos y lo mejor es dejarlos que descansen en paz. En España escuche muchisimos cuentos reales sobre este tema y quede muy sorprendida.

  4. EXCELENTE CUENTO NO APTO PARA CARDIACOS , ME VINO A LA MEMORIA LOS CUENTOS QUE NARRABAN NUESTROS PADRES CUANDO CHICOS DESPUES DE LAS COMIDAS Y NO QIERIAMOS IRNOS A LA CAMA POR EL MIEDO QUE SENTIAMOS A LAS LEYENDAS CONTADAS.

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