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Tiene 1.485 esmeraldas, 13 rubíes de Ceylán, 28 diamantes de Suráfrica, 62 perlas de Curazao, 168 amatistas y un zafiro del reino de Siam. En una noticia publicada en El Tiempo se asegura que “son 1.759 piedras preciosas de la mayor calidad, engastadas en un tabernáculo móvil hecho con nueve kilogramos de oro de 18 quilates, de estilo barroco y morisco. Mide 80 centímetros de alto y el diámetro de su base es de 20 centímetros”.

Informa el Banco de la República que desde el 20 de junio se exhibe en el Museo Nacional de Arte Antiguo, en la bella e infortunadamente ardiente capital de Portugal, la Custodia de la Iglesia de San Ignacio, más conocida como “La Lechuga”.

Su paso por Lisboa es la segunda salida internacional de este tesoro del arte barroco que pudo ser mío.

En 2015 estuvo en el Museo del Prado, en Madrid. El 19 de septiembre estará en la Sala Murillo del Museo del Louvre, en París, y allí permanecerá hasta el 3 de enero de 2018, cuando volverá a Colombia, a su lugar en el Museo de Arte Miguel Urrutia, en Bogotá.

Escribí que pudo ser mía. Es una verdad incompleta. En realidad pudo ser nuestra. Es decir, de un grupo de amigos que estudiamos en el Colegio Mayor de San Bartolomé a finales de los años 60 y comienzos de los 70. Es un pasado tan lejano como inolvidable, amalgama de partidos de “pelota de pie”, comida en la “Cooperativa”, lectura de cuentos y embolada selecta en el universo del Padre Ángel, atisbos de dicha que hoy la memoria identifica con la más pura felicidad.

SAN BARTOLOME

La obra le tomó al orfebre José Galaz siete años de su vida para terminarla (1700 – 1707). Tiene 1.485 esmeraldas, 13 rubíes de Ceylán, 28 diamantes de Suráfrica, 62 perlas de Curazao, 168 amatistas y un zafiro del reino de Siam. En una noticia publicada en El Tiempo se asegura que “son 1.759 piedras preciosas de la mayor calidad, engastadas en un tabernáculo móvil hecho con nueve kilogramos de oro de 18 quilates, de estilo barroco y morisco. Mide 80 centímetros de alto y el diámetro de su base es de 20 centímetros”.

Y son la refulgencia inevitable del verde y el carácter solar de su corona  los elementos que permiten identificarla con la herbácea que hace tanto bulto en las ensaladas.

Dos siglos en secreto

Era propiedad de los padres jesuitas, regentes afortunados del colegio que formó algunos de los grandes hombres que se dieron alguna vez en este país. La exhibieron en su Iglesia de San Ignacio de Bogotá hasta 1767,  cuando el rey Carlos III los echó de aquí y de todas las posesiones españolas. “La Lechuga” permaneció 220 años escondida, y uno de sus paraderos míticos era el subsuelo del colegio en el que un grupo de compañeros y yo la pasábamos tan rico.

Que semejante tesoro se hallara justamente debajo de nuestros jóvenes pies, era una tentación irresistible. A esa edad de alba ya teníamos marcado el espíritu nacional de buscadores de guacas, de El Dorado inmediato que adorna nuestra idiosincrasia de riqueza…

No teníamos tiempo qué perder. La incursión al fantástico mundo del subterráneo bartolino debía hacerse en los 15 o 30 minutos que duraba el recreo, que siempre era cortico para todo lo que había qué disfrutar. No recuerdo en qué patio quedaba la puerta. Tal vez en el primero, y seguramente cerca del gimnasio de un padre que creo era de apellido Linares, en todo caso lejos del laboratorio del Padre Montoya.

Por allí accedimos, recuerdo mal con Muñoz y Bulla, y nos encontramos en medio de una oscuridad estremecedora. Avanzábamos a tientas y topándonos con las bancas de lo que pensábamos era una iglesia o una catatumba. El fundamento era sencillo: “La Lechuga” era tan fulgurante, que iba a irradiar en medio de esa negrura. Y misión cumplida. Hasta yo, que era el acólito del grupo y madrugaba a acompañar al padre Héctor López a oficiar en la Iglesia de San Ignacio, estuve dispuesto a cambiar la santidad por el oro.

JHS

Sobra decir que nunca apareció, en ninguna de las muchas escaramuzas que interrumpía un timbre poderoso que se escuchaba hasta en la Plaza de Bolívar. Hasta hoy, sigo preguntándome cómo lográbamos salir de esa gruta. Leo que “el Banco de la República pagó 413 millones de pesos (3.5 millones de dólares) por la supuestamente auténtica Lechuga en 1987”.

Definitivamente, lo que no es para uno…

VER

http://www.banrepcultural.org/la-lechuga/explore/

 

www.carlosgustavoalvarez.com

 

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PERFIL
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Carlos Gustavo Álvarez G. es periodista y escritor. Ha dirigido y editado diferentes medios de comunicación --Revista Elenco, Edición Dominical EL TIEMPO, Revistas Credencial y Cromos-- y publicado 14 libros sobre diversos temas. En 2017 cumple 35 años como columnista de prensa, labor que ejerce actualmente en Portafolio y en el blog Motor de Búsqueda de EL TIEMPO. www.carlosgustavoalvarez.com

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No soy el mayor de los fanáticos de la salsa, pero luego de leer ¡Que viva la música!, del caleño Andrés Caicedo, queda uno con unas ganas de escuchar salsa...

Una completa discografía aparece al final de mi edición, lo que me permite escribir las referencias completas de las canciones que vienen a continuación. Esta música suena muy bien justo ahora que se está acabando el año.

Me voy sólo a lo seguro, porque yo no sé de salsa. Para comenzar, la más conocida de esta pareja; qué orquesta... y qué piano...

Sonido bestial, Richie Ray y Bobby Cruz (VAYA)




Ésta que viene también me gusta, aunque no sea exactamente la versión original. Recomiendo adelantar el primer minuto.

Agúzate, Richie Ray y Bobby Cruz (Alegre)




La novela está llena, completamente plagada, de versos tomados de las canciones. Es que está escrita de una forma tan particular... seguro que a muchas personas no les gustó. De aquí sale "Vente con Richie, Vente pa' ca...":

Richie's jala jala, Richie Ray y Bobby Cruz (Alegre)




Y de ésta, "Te conozco bacalao, aunque vengas disfrazao...". Aquí canta Willie Colón, aunque por ahí vi algunos videos en los que canta Lavoe.

Te conozco bacalao, Willie Colón (Fania)




¿Por qué no hay música de Los Graduados? Porque la protagonista detesta a Los Graduados. En cambio, ésta parece gustarle bastante: (el video está algo incompleto)

Anacaona, Cheo Feliciano, Fania 73 en vivo (Fania)




También hay mucho rock en la novela, especialmente al inicio, pero eso quizás dé para otra entrada.

En fin.

Mientras se lee el texto es claro que éste tiene un trasfondo más bien trágico. Este hombre, Caicedo, creía (y muy en serio) que era un desperdicio vivir más de veinticinco años, lo que en cierto sentido tiene su lógica, si se lleva el tipo de vida de la protagonista del texto. En fin, dicen que Caicedo se suicidó el mismo día que recibió la copia impresa de ésta, la última novela que terminó.

Nadie podría acusarlo de incoherente.

Feliz año nuevo.


dancastell89@gmail.com

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