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*Por Carlos Olaya

Los cultivos de arroz huelen parecido a una mezcla de tierra mojada y clorofila. Desde que comenzó la cuarentena nacional por la pandemia de covid-19, rastros de ese aroma me acompañan aquí en Bogotá, donde nos tocó aislarnos junto con mi pareja. En estas tierras frías no crecen los arrozales, el olor está en mi cabeza. Es el recuerdo de mi abuelo que se pasea por el apartamento. Murió el pasado 24 de marzo en el Huila, horas antes de que comenzara la cuarentena.

3 de junio de 2009,hacienda pajonales en el tolima, cultivos de arroz. foto Juan Manuel Vargas, Tolima 7 dias El Tiempo

Algunos no hemos podido volver al Huila para pasar el duelo con la familia. El trabajo y el estudio nos encerraron en La Capital y queremos cuidar del contagio a nuestra abuela, a nuestras madres, padres, tías y tíos. Ha sido muy duro como podrán imaginarse. Allá nos extrañan y acá les extrañamos. Tuvieron que hacer conmemoraciones pequeñas y ahora asisten a misas virtuales para rezar el novenario. Yo me restrinjo a las llamadas sin video; así puedo mantener el contacto y consolarnos con mi mamá, sin perder la cordura que requiere el aislamiento. Me queman las ganas de abrazar.

Entre todo esto, el recuerdo de los arrozales es un regalo de mi abuelo. Se quedó en mi memoria porque junto a mis primos lo acompañábamos al campo desde muy pequeños. Los últimos años pude pasear junto a él y a mi abuela entre las fincas, antes de que dejara de ir al campo porque su cuerpo ya no soportaba los caminos rurales. Intentó dejarme algunos secretos y frustraciones de la vida entre las plantaciones de arroz. No sé si fui buen aprendiz, pero al menos me quedó ese aroma de cosecha, que me ayuda a pasar la cuarentena y me mantiene vivas las ganas de volver.

Maldita sea esta sociedad hiperconectada y desigual. Nos obliga a quedarnos en un sólo sitio, a no volver… justo después de dispersarnos por el mundo, con la promesa de una vida mejor, en una tonta carrera por escalar puestos. Una vida alejada del terruño y de la gente que nos vio crecer.

Mi abuelo junto a mi abuela

Mi abuelo junto a mi abuela

Mi abuelo se llamaba Álvaro Díaz. Su padre fue un antiguo hacendado del Huila, de quien no quiso recibir ni apellido ni fortuna; su madre, Salomé Díaz, fue una trabajadora incansable que lo crió a pulso. Le decían Lleras porque se parecía al expresidente Alberto Lleras (el de la reforma agraria). Entre los arrozales de Campoalegre (Huila) comenzó como jornalero, se volvió campesino y luego propietario empleador. Fue un entusiasta miembro de la Federación Nacional de Arroceros: 15 veces hizo parte del Comité de Arroceros municipal, y una vez fue elegido en la Junta Directiva Nacional del gremio. Fue un trabajador muy disciplinado y, aunque no terminó la secundaria, superaba a muchos profesionales en mecánica, agronomía y economía. Dejó una enorme familia, llena de hijos, nietos y bisnietos que lo extrañan. Junto a mi abuela se esforzaron por mantenernos unidos, y lo han logrado.

También dejó un pueblo que se debate entre la prosperidad y la crisis. El alto precio del dólar frenó la importación de arroz, lo que ha beneficiado a los arroceros campoalegrunos. Las cosechas han sido buenas y nos mantienen abastecidos durante la cuarentena. Pero estos arrozales dependen mucho de los insumos químicos y los intermediarios aún tienen demasiado control sobre el precio del arroz. Por si fuera poco, la desmovilización de las Farc ha aumentado el crimen en Campoalegre: ya no se puede recorrer los arrozales sin el peligro de ser robados a mano armada. Cuando salgamos de la pandemia las cosas no pueden seguir como antes.

*Investigador en Dejusticia

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Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad / Center for the Study of Law, Justice and Society. We work to promote human rights in the Global South.

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Comienzo por lo que me trajo aquí:



Me encantan, estos avances. Me encantan.

The interpreter (para nosotros, La intérprete, y como cosa rara, el título en español significa lo mismo que en el idioma original) es un filme dirigido por el estadounidense Sydney Pollack, estrenado en cines en dos mil cinco. El guión condujo a Pollack a grabar en las propias instalaciones de la ONU (localizadas en territorio internacional dentro de Nueva York), una historia con tintes políticos que recuerdan la situación más o menos reciente del actual presidente de Zimbabwe.

Estaba viendo hace unas horas cierta película francesa realizada exclusivamente para televisión hace unos años, no muy conocida por cierto, y me asaltó una duda que tenía desde hace un tiempo y que se avivó luego de ver La intérprete. La duda es la siguiente:

Lo más seguro es que todos conozcamos el aviso que aparece, usualmente escondido al final de los créditos de algunas películas, que dice lo siguiente, palabras más, palabras menos: "Los hechos relatados en esta película son puramente ficticios y no deben relacionarse con eventos pasados, actuales o futuros. (...) Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia."
Yo me pregunto: luego de ver una película que parece un documental acerca de una situación actual, ya sea ésta una realidad o no, ¿qué sentido tiene recurrir a este mensaje, si de cualquier manera los espectadores van a hacer la relación?

Es claro, hay que decir, que no todo el mundo tiene por qué captar estos parecidos. Pero los que sí los captan, lo comunican a los demás, y al final la película pasa a verse como lo que realmente es: una crítica por parte del realizador hacia una situación en particular. Punto. No importa qué tan imparcial se pretenda ser, haciendo uso del mencionado avisito.

En fin, no entiendo esta actitud, si de verdad algunos pretenden protegerse bajo dicho mensaje. Quisiera creer que lo colocan no porque no pretendan dar la cara luego de dar la opinión, sino porque es una especie de requisito, un asunto legal de obligatoria aparición al final de todos los créditos de todas las películas de todos los géneros. Aunque al final, sólo quien tuvo la idea de escribir la historia como quedó escrita es quien sabe qué opinión tiene.

Él y sólo él.

-

Sobre la película, hay un dato lingüístico interesante; se creó un lenguaje nuevo (lo llamaron "Ku"), con sus propias palabras, conjugaciones, reglas... es decir, un lenguaje aparte, sostenible por sí solo, basado en lenguajes existentes en el sur de África, pero que "aunque sería reconocido por habitantes de la zona (...), los confundiría", debido a su estructura gramatical, leo por aquí. En todas partes encuentro que el creador de este lenguaje es Said el-Gheithy, director del Centre for African Language Learning en Londres. En general, no encuentro muchas críticas positivas para la película, pero a mí me gustó.

Me encanta leer la columna Contravía, escrita por Eduardo Escobar. Y la de hoy termina con una reflexión que encuentro parecida a cierto diálogo de La intérprete. Aquí va el diálogo, para terminar y dejar de ocupar su tiempo, estimado lector. Lo traduzco burdamente, pero espero que se mantenga la idea.

Silvia Broome: (...) Siempre que alguien pierde a un ser querido, quiere vengarse de alguien más, o de Dios, a falta de alguien. Pero en África, en Matobo, los Ku creen que la única manera de poner fin al dolor es salvando una vida. Si alguien es asesinado, luego de un año de duelo se realiza un ritual llamado "la fiesta del ahogado". Se hace una fiesta durante toda la noche, junto al río. Al amanecer, el asesino es montado en un bote. Se lleva al agua y se le tira allí, amarrado, para que no pueda nadar. Entonces la familia doliente debe tomar una decisión; pueden dejar que se ahogue, o pueden lanzarse a salvarlo. Los Ku creen que si la familia deja que el asesino se ahogue, se hará justicia, pero pasarán el resto de sus vidas de duelo. Pero si lo salvan, entonces admitirán que la vida no siempre es es justa, y a cambio ese acto los liberará del dolor.


dancastell89@gmail.com

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