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fernando vegaPor: Fernando Vega Lugo

En cualquier democracia decente, Andrés Felipe Arias habría renunciado ante el escándalo de Agro Ingreso Seguro, lo propio habría hecho Santos, en su momento, con el escándalo de los ‘falsos positivos’. Ejemplos sobran en este gobierno y en los precedentes, pero queda claro que en Colombia, tristemente, no tiene una democracia decente.

Lo corrobora la actitud pusilánime del ministro Juan Carlos Pinzón ante el escándalo de las Fuerzas Militares y, cómo no, la cobardía cómplice de Santos para tomar decisiones al respecto. Lo que se ha venido revelando en los últimos días no es nuevo, aunque no por ello, menos grave.

El escándalo de “Andrómeda” alertó sobre una desconexión clara entre el presidente y la cúpula militar. Especulación al margen, advirtió sobre las grandes trabas que tiene que enfrentar la paz en Colombia. Luego, el escándalo por “contratación irregular” o lo que se conoce en castizo como corrupción en la adjudicación de más de 900 contratos, supuso apenas la salida de seis generales del Ejército. A todo ello se sumó, en menos de un mes, el testimonio del capitán Pinzón en “Las 2 Orillas” sobre falsos positivos y otras “perlas” de altos mandos militares.

En cualquier democracia decente, Pinzón habría renunciado, pero no es este el caso. Santos está metido en una camisa de once varas y no sabe qué hacer, no con Pinzón, sino con todo lo que éste representa, es decir, una facción más enquistada en el belicismo que, aunque se piense, no solo está en el uribismo, sino incluso también dentro del mismo santismo.

Es claro que Santos ha intentado desligarse, precisamente, de ese sector más guerrerista de su clase, es decir, consciente de su imposibilidad de ganar la guerra, ha intentado llevar a buen término la necesidad del capital financiero por colonizar territorios estratégicos hoy inaccesibles debido a la dinámica de la confrontación bélica; pero también es claro que sigue indisolublemente atado a los intereses de los perdedores de esta guerra de 50 años, esos mismos que hoy lo chuzan y con quienes ha compartido cocteles, copas y falsos positivos. Por ahí se puede explicar, no solo la continuidad de Pinzón, sino también ese guiño que representa la elección de Vargas Lleras como fórmula vicepresidencial.

Así, en 2010 Santos necesitaba desmarcarse de la ultraderecha que le dio su voto de confianza, nombrando al otrora sindicalista Angelino Garzón, quien aunque ya distante de la izquierda, trató de significar un mensaje conciliador. Ahora, con la ultraderecha chuzándolo a él y a sus delegados en La Habana, no le queda de otra que enviarle mensajes y hacerle guiños. Para eso están Pinzón y Vargas Lleras.

Por ahora, las Fuerzas Militares serán su nuevo dolor de cabeza y allí deberá tratar de ganar mayor incidencia, para evitar, al menos, que lo chucen. Sin embargo, el ministro de los falsos positivos poco o nada puede hacer para fungir como autoridad moral en medio de este escándalo y su única posibilidad es poner pañitos de agua tibia ante los escándalos que apenas se le tapan con los titulares sobre Venezuela.

De fondo allí, hay una discusión sobre la doctrina militar, que será central para medir los avances reales del proceso de paz. Por lo pronto, seguirán las chuzadas, los falsos positivos, la “contratación irregular” y Santos, en sus encrucijadas, se seguirá lavando las manos. ¿Y Pinzón? ¿Bien gracias? No: ¡Qué renuncie!

@FernandoVeLu

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Me encantan, estos avances. Me encantan.

The interpreter (para nosotros, La intérprete, y como cosa rara, el título en español significa lo mismo que en el idioma original) es un filme dirigido por el estadounidense Sydney Pollack, estrenado en cines en dos mil cinco. El guión condujo a Pollack a grabar en las propias instalaciones de la ONU (localizadas en territorio internacional dentro de Nueva York), una historia con tintes políticos que recuerdan la situación más o menos reciente del actual presidente de Zimbabwe.

Estaba viendo hace unas horas cierta película francesa realizada exclusivamente para televisión hace unos años, no muy conocida por cierto, y me asaltó una duda que tenía desde hace un tiempo y que se avivó luego de ver La intérprete. La duda es la siguiente:

Lo más seguro es que todos conozcamos el aviso que aparece, usualmente escondido al final de los créditos de algunas películas, que dice lo siguiente, palabras más, palabras menos: "Los hechos relatados en esta película son puramente ficticios y no deben relacionarse con eventos pasados, actuales o futuros. (...) Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia."
Yo me pregunto: luego de ver una película que parece un documental acerca de una situación actual, ya sea ésta una realidad o no, ¿qué sentido tiene recurrir a este mensaje, si de cualquier manera los espectadores van a hacer la relación?

Es claro, hay que decir, que no todo el mundo tiene por qué captar estos parecidos. Pero los que sí los captan, lo comunican a los demás, y al final la película pasa a verse como lo que realmente es: una crítica por parte del realizador hacia una situación en particular. Punto. No importa qué tan imparcial se pretenda ser, haciendo uso del mencionado avisito.

En fin, no entiendo esta actitud, si de verdad algunos pretenden protegerse bajo dicho mensaje. Quisiera creer que lo colocan no porque no pretendan dar la cara luego de dar la opinión, sino porque es una especie de requisito, un asunto legal de obligatoria aparición al final de todos los créditos de todas las películas de todos los géneros. Aunque al final, sólo quien tuvo la idea de escribir la historia como quedó escrita es quien sabe qué opinión tiene.

Él y sólo él.

-

Sobre la película, hay un dato lingüístico interesante; se creó un lenguaje nuevo (lo llamaron "Ku"), con sus propias palabras, conjugaciones, reglas... es decir, un lenguaje aparte, sostenible por sí solo, basado en lenguajes existentes en el sur de África, pero que "aunque sería reconocido por habitantes de la zona (...), los confundiría", debido a su estructura gramatical, leo por aquí. En todas partes encuentro que el creador de este lenguaje es Said el-Gheithy, director del Centre for African Language Learning en Londres. En general, no encuentro muchas críticas positivas para la película, pero a mí me gustó.

Me encanta leer la columna Contravía, escrita por Eduardo Escobar. Y la de hoy termina con una reflexión que encuentro parecida a cierto diálogo de La intérprete. Aquí va el diálogo, para terminar y dejar de ocupar su tiempo, estimado lector. Lo traduzco burdamente, pero espero que se mantenga la idea.

Silvia Broome: (...) Siempre que alguien pierde a un ser querido, quiere vengarse de alguien más, o de Dios, a falta de alguien. Pero en África, en Matobo, los Ku creen que la única manera de poner fin al dolor es salvando una vida. Si alguien es asesinado, luego de un año de duelo se realiza un ritual llamado "la fiesta del ahogado". Se hace una fiesta durante toda la noche, junto al río. Al amanecer, el asesino es montado en un bote. Se lleva al agua y se le tira allí, amarrado, para que no pueda nadar. Entonces la familia doliente debe tomar una decisión; pueden dejar que se ahogue, o pueden lanzarse a salvarlo. Los Ku creen que si la familia deja que el asesino se ahogue, se hará justicia, pero pasarán el resto de sus vidas de duelo. Pero si lo salvan, entonces admitirán que la vida no siempre es es justa, y a cambio ese acto los liberará del dolor.


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