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Y yo tampoco, lo cual me asusta, me genera ocasionales cargos de conciencia laboral y a la vez una increíble tranquilidad para salir día a día a dar la batalla política que estamos dando.
Me explico mejor: cuando mi jefe abraza a un niño que desea saludarlo en alguna región humilde de Colombia, no predetermina el número de cámaras fotográficas que hay a su alrededor y el ángulo perfecto para que su sonrisa trascienda al electorado. Abraza y ya, no busca votos, por más de que los vaya a necesitar en unos meses.
Las fotografías habitualmente son un desastre. Los momentos, siempre, son únicos y llenos de valor. “Juan Carlos, nuestros votos no se van a contar. Nuestros votos deben es pesarse”, me dijo un día en que le manifesté mis preocupaciones por aspirar a la Presidencia de la República sin más maquinaria que la fe en la causa.
Y no se hace el joven si está con jóvenes, no se pretende el patriarca de la tribu si su público es maduro. Se conecta con la gente según el contexto, el día, las personas, según él mismo. Él mismo, de hecho, es el gran capital de todo este proyecto que carece de todo lo demás.
Me explico aún mejor: Alejandro Ordóñez es un político terrible, pero es un gran tipo. La adenda a confesar es que soy el peor jefe de Prensa en la historia de las campañas (razón tiene quien pida mi insubsistencia), pero día a día informo sobre un hombre real y agradecido con todos. Eso es un privilegio.
Hace unos días Alejandro Ordóñez visitó nueve poblaciones del departamento del Atlántico, viajando en un autobús modelo 88. Conversó con más de 1.500 personas. Hubo vítores, fanfarria, abrazos, afanes, un calor inclemente.
En Santo Tomás, frente a la tienda más grande del municipio, tomó asiento junto a él un niño de unos 12 años. Conversaron casi 15 minutos. ¿De qué hablaron? No tengo idea, los malos jefes de Prensa no nos metemos en esas cosas. Cerraron con apretón de manos y mi jefe le colocó el sombrero vueltiao que lo protegía del sol.
¿Cómo estás?, pregunté al niño cuando Ordóñez ya hablaba con otras personas.
-Ojalá gane, tiene que volver pronto por acá, respondió.
No pudo ser más claro el mensaje. La fotografía no pudo ser peor. Subí al bus con una fe en la causa repotenciada. Vale la pena andar con gente buena, con esa que no sabe nada de política… El niño que no va a votar en 2018 y el precandidato buena onda no pudieron explicármelo mejor.