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Leonardo UrreaPor: Leornardo Urrea

Existe sólo un riesgo real de que Colombia se convierta en una “Venezuela”, tal riesgo consiste en que el sentido del mérito se deteriore entre la población colombiana. Me explico: los colombianos tenemos arraigado en el imaginario que somos personas trabajadoras, echadas para adelante y que pocas cosas nos quedan grandes. De igual forma, y como contrapeso (tal vez producto del narcotráfico) existe la fuerza opuesta: La “Ley del menor esfuerzo”, no hablo de la eficiencia de hacer más con menos, hablo la mediocridad generalizada en las distintas esferas, el esperar a la divina providencia para lograr metas y no hacerlo con trabajo, foco y estrategia. El triunfo de la cultura del “no esfuerzo” sobre el sentido del mérito, es la única vía factible en la cual Colombia se vería inmersa en una tragedia económica y social de la magnitud vecina.

Según Adam Smith, el merecer gratitud o reconocimiento (social, político o económico) tiene su fundamento en la simpatía que la gente tenga en dos sentidos; el primero, en cuanto la gente comparta la motivación de los actos en cuestión, y segundo, en cuanto a los efectos de tales actos. De esta forma, un padre, que se quita el pan de su boca para dárselo a su hijo en un momento de escasez, tendría todo el reconocimiento por parte de sus semejantes, pues estos simpatizan tanto con el motivo de su acción, como con el efecto de bienestar en el hijo. De igual forma, un profesor que le regale una nota a un alumno sólo por su apellido, por su aspecto físico, o por simple conveniencia, le da un beneficio al estudiante, sin embargo, es difícil compartir un sentimiento de merecimiento hacia el alumno, principalmente por la no simpatía con la motivación del profesor.

Dadas las leyes de equilibrio en la naturaleza, el sentimiento de gratitud y reconocimiento también tiene su contraparte en el sentimiento de rencor y el merecimiento de castigo ante un daño causado. Uno podría sentir simpatía con una persona que castigue con olvido a quien le hizo un daño inmenso, o sentir repudio hacia quien golpea a otra brutalmente por el simple hecho de haber tumbado su café sin culpa. En el primer caso uno simpatiza con la motivación del acto, en el segundo no, porque no ameritaba tal reacción. Esta dimensión produce la necesidad de un sistema de justicia que funcione.

El trabajo es la reacción de los seres vivos ante la necesidad. En un sentido puramente económico un bebé llora (trabaja) para satisfacer su necesidad de alimento. Salvaguardar y fortalecer el satisfacer las necesidades con esfuerzo propio y no esperando la benevolencia del Estado o de alguien más, es la clave para no caer en la pérdida de la “cultura del trabajo” que causa desgracias económicas. No hay almuerzo gratis, alguien debe trabajar para que haya alimentos en la mesa. Una sociedad que olvide este principio elemental de economía política está condenada a sufrir escasez cuando la fuente que reemplaza al trabajo se desaparece (véase la caída de precios del petróleo y la situación venezolana).

Teniendo esto en cuenta, hay un elemento que diferencia las personas que necesita el país, y aquellas que sólo lo deterioran económica y socialmente. Las primeras se sienten orgullosas de ganarse el pan con el sudor de la frente, esto es, merecen lo que tienen por esfuerzo propio. Las segundas, esperan a que los otros satisfagan sus necesidades, o en el peor de los casos, satisfacerlas mediante la trampa, el robo o el saqueo a los demás (y aun así se vanaglorian de sus comodidades). No es lo mismo darle la universidad a un hijo mediante el trabajo de largos años, que dársela con recursos de una estafa o un robo a los demás.

En este sentido, observamos que el saqueo y el robo es contrario al sentido del mérito. ¿Por qué robar es malo? Porque es apropiarse del producto del trabajo ajeno, pareciese que las leyes de la economía dispusieran que no es justo robarle a alguien lo que se ha procurado con su propio trabajo. Esto me permite decir que una mayor consciencia del sentido del mérito en nuestra sociedad, no sólo evitaría una tragedia económica en el mediano plazo, sino que soportaría la lucha profunda contra la corrupción en todas las esferas, lo cual desearíamos la gran mayoría.

Quisiera finalizar dando razones por las cuales es poco probable que en Colombia suceda una tragedia económica como en Venezuela. Es cierto que las condiciones de corrupción y de hastío político generalizado se parecen a la Venezuela de  finales del siglo XX, sin embargo, los siguientes hechos pueden contrarrestar una solución dictatorial y populista: 1) el imaginario de “cultura de trabajo” pareciese imponerse sobre la “Ley del menor esfuerzo”; 2) No tenemos una tradición golpista en nuestras fuerzas militares; 3) Existe una heterogeneidad regional y gremial que puede generar contrapesos importantes al deseo de una dictadura populista; 4) Colombia ha sido mucho más clientelista que populista (lo cual tampoco es bueno).

Espero no estar equivocado, y que los colombianos seamos tan trabajadores como aquí supongo. De no ser así, el camino está trazado en dos sentidos para evitar un caos económico y social:

1) Fomentar una formación en todos los hogares, escuelas y universidades, enfocada en enseñar a nuestros niños, y jóvenes que el pan se gana con el sudor de la frente, no robándoselo al vecino (esto no solo se logra con discursos, sino con el ejemplo);

2) Fortalecer un Estado que alivie situaciones temporales de miseria y pobreza extrema, pero cuyo fin sea darle elementos a la población para que pueda suplir sus necesidades con trabajo propio y no dependa de alguien más para ello, lo cual, dicho sea de paso, es la base del clientelismo.

Twitter: @iurrea91

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Son un grupo de jóvenes que dan su visión particular sobre el acontecer político, cultural y social ante todo tratando de generar una reflexión critica.

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1 Comentarios
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  1. Muy buen artículo. El problema con el mérito surge cuando desde el gobierno se auspicia y estimula el camino fácil ofreciendo educación, salud, vivienda… gratis!

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