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En mi trabajo como taxista siempre se van a dar muchas historias por contar; la vez pasada seleccioné las que me parecían jocosas y de pronto, más llamativas para los lectores. Hoy prefiero contarles las que a mi me han gustado, las que me han marcado y sobre todo las que me han dejado una enseñanza de vida. La fuente será siempre inagotable y cuando algo fuera de lo común me suceda, trataré de siempre compartirlo con ustedes esperando sea de su agrado.

 Las apariencias engañan 
Era un 24 de diciembre como a las 4 pm, me encontraba en el sector donde estaban construyendo en ese entonces el Centro Comercial Santafé y un hombre de muy mal aspecto me hizo la parada, yo dudé un poco pues desconfié bastante de él, pero finalmente accedí a recogerlo. Cuando me informó el destino (Bosa Laureles) pensé que mis sospechas no eran infundadas y traté de sacar una excusa para no llevarlo, pues el tono de su voz era terrible. Él tal vez se dio cuenta de que yo no estaba muy cómodo y me dijo: “Señor, por favor lléveme, he parado 5 taxis y todos se han negado, usted se ve que es una buena persona, mire que hoy estoy feliz porque me pagaron muy bien mi trabajo”. 
 Y así se fue, contándome toda su historia, en un largo camino que teníamos que recorrer mientras atravesábamos la ciudad. Era maestro de obra y se desempeñaba como capataz en la construcción del nuevo centro comercial, ese día les habían pagado la prima. La Navidad pasada él no estaba trabajando y su afán de llegar a casa era porque esta vez no le llegaría a sus hijos con las manos vacías. 

Esta vez sí cenarían a medianoche. Esta vez le podría comprar un vestido nuevo a su esposa y él también tendría la posibilidad de estrenar siquiera una camisa.

Obviamente cuando me contó eso yo bajé la guardia, le pedí excusas y lo invité para que se fuera adelante conmigo. Este gesto que tuve le hizo cambiar los planes y me dijo que él no había hecho las compras de los juguetes para sus hijos. Me pidió que le aconsejara dónde comprar bueno pero también barato y quería contratarme por horas, pues en una fecha como esa era muy difícil conseguir taxi. Pues bien, lo llevé a San Victorino, compró ropa y juguetes para sus hijos. Luego me invitó a almorzar, entré a su casa porque quería que conociera a su familia, su esposa me regaló un vino y unas galletas para que yo le llevara a mi familia y me pagó mejor que cualquier pasajero en toda mi vida como conductor de servicio público. Me dieron las 11 pm con él y casi se me hace tarde para llegar a cenar con mis seres queridos.

 Obviamente, durante la cena les conté la historia que hoy comparto con ustedes porque fue una lección de vida. Definitivamente las apariencias engañan.
 

taxi.historias.jpgCredito foto: MartinRottle 

Juzgar sin conocer

Los colombianos somos muy dados a ser injustos con los famosos que trabajan en medios de comunicación. O los alabamos o los odiamos sin tener realmente razones de peso para hacerlo, nos dejamos llevar por lo que dicen los demás o por los programas de chismes.

 Pero detrás de cada personaje público hay un ser humano que vive y siente como todos nosotros, con virtudes y defectos. Pues bien, yo también me dejé llevar por esos comentarios malintencionados y juzgué a uno de esos personajes súper reconocidos, sin saber que algún día se iba a subir a mi taxi.
Ella tenía fama de ser sólo una cara bonita en la televisión, decían que era hueca, bruta y que no se explicaban cómo había logrado triunfar. Pues esa persona es hoy en día una de mis mejores clientas. He transportado y conocido a toda su familia. Es muy sencilla y trabajadora, todos los días se prepara para dar lo mejor de sí a los televidentes que la critican. Ella sabe muchas cosas de mí que ni siquiera sabe mi familia, porque tiene una virtud que yo admiro mucho en los seres humanos: la lealtad. Yo jamás pensé encontrar lealtad en un personaje público al que yo injustamente criticaba.
 ¿Quieren saber quién es? de pronto más adelante les cuento. Solo quería que supieran esta historia para que no caigan en el mismo error. A las personas hay que primero conocerlas para no ser injustos. Mientras tanto, ella si sabrá que esta es mi forma de decirle: perdón.
 Cuarenta y veinte 
Me considero bueno para dar consejos, lo hago a menudo en mi trabajo pero una vez no me salió tan bien. Era una verdadera encrucijada y yo tenía que tomar partido. Se subieron al taxi madre e hija en una clínica del norte de Bogotá. Ambas iban llorando porque en sus manos tenían una prueba de embarazo que había salido positiva, la madre reprochaba vehementemente a la muchacha (que a propósito, era absolutamente preciosa, era perfecta… cabello, ojos, cuerpo, dentadura, ¡todo!).
Le decía que se había desgraciado su vida, que todos los planes que tenían sus padres para ella los había echado al bote de la basura, que ellos no iban a permitir que el padre de esa criatura perteneciera a la familia. Pues imagínense que el padre de ese niño era veinte años mayor que ella y era nada más y nada menos que el médico de la familia. 
Un poco complicada la situación, ¿verdad? 
 Yo solo escuchaba y trataba de evitar el espejo retrovisor para no quedar como el metido que no debe opinar, hasta que a la mamá de la niña se le ocurrió la genial idea de preguntarme mi opinión como padre de familia. Y ahí fue Troya, pues yo trataba de pensar rápidamente una respuesta diplomática que las dejara satisfechas a las dos y que yo quedara como un príncipe. Pero me pudo más la mirada triste de la mujer recién embarazada y entonces contesté: “Vea señora, yo soy padre de familia pero también fui joven y lo prohibido es lo más deseado, hagan lo que hagan ustedes si ellos se aman, no los van a poder separar”. 
 Enseguida le pregunté a ella: “sus padres la amenazan con quitarle todo el apoyo, ¿él está en capacidad de solventar su estudio y su embarazo?”- Y ella respondió que si. “Entonces hágale mija, pero dígale al doctor ese que ni se le ocurra escurrir el bulto a mitad de camino, para que después usted tenga que volver a su casa, como se dice popularmente, con el rabo entre las piernas”. 
Cuando terminé de responder ella sonrió pero yo me preocupé, por dentro pensé: ¿marica qué fue lo que dijiste? La mamá estaba como un tote y me gritó pidiendo que parara el carro, me tiró la plata de la carrera por la cara y se bajó del taxi increpándome por ser alcahueta. Jamás volví a saber de ellas. Finalmente no supe que pasó.

Después, analizando bien mi respuesta concluí que a pesar de que a mi no me gustan las mujeres menores, si esa niña se hubiese enamorado de mí, yo hubiera asumido el riesgo. No sé si hice bien o mal pero la sonrisa de ella valió la pena.

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Bogotano, santafereño y defensor de la changua. Cuento lo que veo a diario en mi ciudad.

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