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Hace unos cuantos años, en época preelectoral, escribí de la llegada del circo a un pueblo macondiano en unos periodos similares a aquellos tiempos del Coronel Aureliano Buendía. Era un escrito metafórico que recogía las similitudes de lo que acontecía en la realidad de un país tan suigéneris como Colombia con aquello que se presentan en la funciones circenses: las mismas retahílas y discursos para llamar al público y enamorar a los incautos para que asistan a sus funciones; frases que se envolvían en papel brillante y esperanzador de mejores oportunidades.

Expresaba en aquel entonces que “Para nadie era un secreto que el periplo circense se cumplía cada cuatro o tres años, llegaba recargado con publicidad y con música estridente, pregonando lo más gaseoso e inasible que pudiera construirse con las palabras”.

También escribí de que siempre aparecían las mismas ideas y de que “la anestesia general ya la habían puesto con los consabidos jingles radiales y las pautas publicitarias en la prensa hablada y escrita. Publicidad mentirosa que muchos aceptan como realidades que se materializarán en un futuro, pero que solo lo harán en las mentes débiles de algunos espectadores.
Esa era la forma masoquista para dominar a un pueblo adormecido, sin iniciativa ni aprecio, que inmerso en el jolgorio, el ron y la rumba, esperaba la menor oportunidad para aprovecharse del circo y hacer de las suyas.

El circo, el gran circo cuatrienal aparecía con su música y colorines arrastrando tras de sí un montón de advenedizos y oportunistas aprovechadores para el beneficio personal. No es para menos, detrás de este derroche de inocuas ideas y propuestas un caudal de dinero se precipita como creciente de río desbocado sin que nada ni nadie pueda contenerlo. Así es este circo.

Sin embargo, hoy pareciera que algunos, en una complicidad soterrada, lanzando sonrisas socarronas, ven a estos payasos, volatineros, contorsionistas e ilusionistas con escepticismo, pues ya se cansaron de escuchar y ver los mismos números. ¿Será verdad lo que pregonan? Pregunta que se hacen con la llegada a los representantes del circo, que con maletines llenos de dinero e ilusiones, comienzan a endulzar almas, corazones y consciencias. Ellos están muy seguros que los números en esta oportunidad serán la transmutación de billetes en nada y el juego del “mete-manos”. Verdaderos expertos del engaño, la ilusión y la prestidigitación, son los integrantes del gran circo.

Los más ilusionados y crédulos se empeñan en volver a creerse el cuento de lo que dicen los magos, los payasos y malabaristas del circo. Pero hay otros, los lame zuelas que en, en cada una de las funciones cuatrienal, ven la oportunidad de seguir amangualados con los dueños mayores del circo para sacarle provecho a los incautos. Esos también hacen parte del gran circo.

Cabe destacar que, aunque en sus orígenes, el circo estuvo ligado a la expresión corporal, ahora está más cerca del engañoso verbo de púlpito sacrílego, adornado con frases que combinan palabras, hipérbaton y retruécanos retóricos que dicen mucho, pero no significan nada. Un circo que intenta mantenerse a pesar de los años. En él se ha detenido el tiempo. Los payasos más viejos salen con sus estupideces chistosas y, creyéndose escuchados atentamente, creen que los han comprendido. Pero, la gente que no como cuento ni carne durante largos meses, ni se preocupa por escucharlos, se ríe únicamente para hacerles creer que aún los recuerdan. ¡Pobres payasos!

En este circo los malabaristas, acróbatas y saltimbanquis van con disfraces multicolores; colores difíciles de identificar, colores camaleónicos. Algunos, ya conocidos por sus reiteradas funciones circenses, se cambian de disfraz, creyéndose los centros de atención. Son pobres payasos que vienen con la ilusión de convertirse en los salvadores de la función central. Hoy se visten de rojo, mañana de azul o al siguiente día combinan los colores, haciendo que, cuando el espectáculo comience, sea difícil identificarlos. Para mí, el circo cuatrienal, no es más que uno de los tantos espectáculos que vivimos en esta amnésica sociedad.

En este circo de hoy se reúnen algunos rostros lozanos aparentemente inofensivos, llenos de inocencia sacerdotal; otros, con disfraces de ovejas y sonrisas desabrochadas llegan con sus cuentacuentos y, como artistas de habilidades infinitas en el ilusionismo, empiezan a decir las estupideces más descriteriadas, queriendo engatusar con sus charadas y expresiones.

Algunos payasos han hecho sus funciones en presentaciones similares y, sin embargo, insisten en no retirarse, piensan jubilarse en el circo. Regresan con los mismos numeritos de siempre. Están quemados y de tanto verlos, algunos no desmemoriados, se han cansado de ellos y los recuerdan como pésimos payasos. Pero, hay otros payasos muy especiales: los disfrazados de delfines, los que se aventuraron a lanzarse a la palestra sin saber que nada pueden aportar en la función. Son los hazmerreír. Quizás intentan meterse a la arena central, porque ven en ella la oportunidad de mantener un legado o una infame tradición.

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Soy maestro por convicción y devoción, licenciado en educación con énfasis en español y francés, egresado de la Universidad del Atlántico; especialista en Metodología para la enseñanza del español y la literatura de la Universidad de Pamplona, y magister en Neuropedagogia de la Universidad del Atlántico.

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