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Las redes sociales de los colombianos están que arden. Todos andamos susceptibles, muy próximos a ofender y a sentirnos ofendidos por cualquier comentario. Mea culpa, yo también he dicho cosas que no debí haber dicho y también reaccioné a la defensiva.

Aún sin haber contado cual fue mi voto en el plebiscito me han llovido agresiones de ambos lados. ¿Pero por qué estamos en dos lados? Es como haber vuelto a la época de la violencia de la que hablaban los abuelos, en la que todos tenían que declararse públicamente liberales o conservadores.

De niño, al oír todos esos crueles relatos de cortes de franela y robos de fincas con desplazamientos forzados (que aún no se llamaban así), yo preguntaba ¿pero por qué le hicieron eso a tanta gente? “Por ser liberales” me contestaban la mayoría de las veces, pero también oí algunas cosas equivalentes de conservadores.

Curiosamente siempre las historias eran contadas desde el lado de las víctimas, y siempre con mucho odio hacia la contraparte, que era la malvada y equivocada en la historia. Una sola contraparte, como si no existiera en el universo probable nada distinto a amigos y enemigos.

Esa división perversa de todo el país en sólo dos bandos posibles ha sido nuestra realidad cercana también esta semana. Parecemos condenados a ser sólo uribistas o castrochavistas, sin derecho a ser nosotros mismos. Y en ambas opciones nos tratan como si fuéramos títeres sin cerebro propio. Claro, atacados siempre por alguien que logró “ver la luz” y está iluminado con la razón que privilegia sólo a uno de los bandos.

He recibido ofensas tanto de los que Sí como de los que No. Todos hemos estado asumiendo que cada comentario publicado es una agresión porque estamos en guerra, ya no es entre grupos armados (con ley o sin ella), sino entre ciudadanos dotados de Facebook, de Twitter y de un teléfono celular que es nuestra arma cargada más de datos para ofendernos que de minutos para escucharnos.

Todos hemos estado tan enfrascados en demostrar que somos los poseedores de la única verdad y la razón justa que nos olvidamos de ver el mundo como decía el refrán de “para gustos los colores” y hemos estado viendo todo en los más radicales y maniqueos blanco y negro absolutos.

 

 

¿Y si yo estuviera equivocado?

¿Y si lo que propone otra persona me trajera bienestar?

Ante esa opción hemos estado cerrados intentando a toda costa humillar a los que piensan en cualquier manera diferente a nosotros mismos. Decimos desear la paz mientras la alejamos a patadas en nuestros muros de redes sociales.

Algunos hemos intentado permanecer neutrales sin éxito, porque aunque hablemos de temas diferentes somos juzgados y tratados como parte de un bando en contienda. ¿Y qué si mi tema de podcast es sobre tecnología y celulares? Pues me llamaron “verdugo de la paz” por mi entrada anterior al podcast sobre el lujo de tener un teléfono celular. Para mí no existe relación entre una cosa y la otra, pero las ofensas llegan con frecuencia de gente que no lee ni oye el contenido de la publicación y juzga sólo por el título.

Ofender a otra persona no me va a hacer mejor que ella ni me va a dar la razón verdadera. El placer fugaz de ganar una discusión no va a traer la paz ni a mi cabeza ni a mi país. Entonces ¿de qué me podría servir tener la razón?

Perdimos de vista la posibilidad de hacer las cosas mejor que como las hicieron nuestros abuelos en tiempos de la violencia bipartidista.

Yo hoy renuncio a tener más o mejor razón que otra persona y quiero ponerme en búsqueda de mi propia paz interior, porque sin ella poco tengo por aportar a mi sociedad. Y en este propósito le presento disculpas y le pido perdón a todos quienes en todo su derecho piensan diferente a mí y que pude haber ofendido con mis irresponsables opiniones. En mi defensa sólo puedo citar la canción que habla de “defender mi ideología, buena o mala pero mía, tan humana como la contradicción“.

Ando francamente deprimido con la situación de mi país, así que no seré tan optimista como para prodigar afectuosos abrazos y e-brazos a quienes me hostigan, pero sí creo que en mi país no se le niega un tinto a nadie. ☕️  Podemos actuar como personas lo suficientemente serenas como para sentarnos a compartir un café. Aún sin ser amigos, tomémonos un tinto.

No puedo estar de acuerdo con todo el mundo, pero puedo respetar sus opiniones y aprender de ellas.

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Soy Félix Riaño, podcaster por vocación desde 2007. Hago varios podcasts y el que más quiero es este, "El Siglo 21 es Hoy".

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3 Comentarios
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  1. El gran problema es no tener visión espiritual de las cosas. En el origen del conflicto colombiano subyace siempre la necesidad de una renovación interior, la cual no se da sin un mínimo de fe espiritual

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