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Si los padres de Superman hubieran investigado cómo era la tierra antes de enviar a su hijo, seguro lo habrían pensado dos veces. Lo habrían enviado mejor a Marte o a Júpiter para que empezara desde cero y creara un planeta mucho más civilizado.
Y  lo mandaron a la tierra. Aquí llegó con sus superpoderes para ayudar a esta pobre humanidad a salir adelante. Y Superman decidió, a pesar de todos los poderes que tenía, hacer el bien y ayudar a construir una sociedad mejor. Pudo haber sido dictador, presidente, senador, magistrado o criminal de cuello blanco con total éxito pues ningún humano lo vencería.
Pudo manejar borracho, corromper policías, violar niños o maltratar mujeres. Hacerse reelegir presidente o procurador violando todas las leyes posibles. Perseguir a las minorías. Mandar matar a quien no pensara como él. Nada ni nadie se lo impediría.
No fue así.  Él decidió usar su poder para construir. Para ayudar a los demás. Y así pasó con muchos superhéroes.
Lamentablemente esto es ficción y sólo se ve en las películas y los comics.
Hablemos entonces del poder. Escojamos un país. ¿Qué tal Colombia? Sí, hablemos del poder en Colombia. A diferencia de Superman, aquí se suele usar el poder para destruir.  Nada más peligroso que un colombiano con poder.
No sabemos administrar el poder que se nos da. Creemos que es una droga que nos vuelve inmunes ante la ley y ante la sociedad. Si un borracho no es consciente de sus actos por la acción del licor en su cerebro, imaginen un cerebro embriagado de poder. Funestos humanos  con mucho poder asumen que para ellos no hay ley, no hay normas morales ni sociales. No hay justicia. O si hay justicia, es sólo para su beneficio.
En algún momento todos nos hemos cruzado con estos personajes. Fuimos víctimas en forma directa o indirecta de su abuso con el poder.  En el colegio, en la universidad, en las empresas, en todas partes.
Hay cientos de casos.  Escoltas armados y con supercamionetas que imponen su ley en la calle violando las normas de tránsito; parejas que maltratan física y psicológicamente a sus cónyuges; grandes almacenes de cadena que pagan a 90 días o más a los pequeños proveedores. Incluso el celador de hospital que no deja ingresar el paciente sin carné. Todos abusan de su poder. TODOS.
El poder pareciera ser un afrodisiaco. Envalentona y enceguece a quien lo tiene.
Tener mucho poder es que siendo magistrado se abuse de permisos para viajar en crucero y nada pase. Tener mucho poder es ayudar a colegas a que se pensionen con sumas exageradas, así  importe muy poco que la justicia tenga una de las peores imágenes frente a los colombianos, si es que ha tenido alguna vez una buena imagen.
O presionar, presuntamente, con tráfico de influencias para que personas manipulables sean los interventores de EPS cuestionadas, como lo hicieron los senadores Roy Barreras y Karime Mota en el caso de Solsalud. Uso de poder para beneficiarse ellos y destruir aún más el país.
O tener mucho poder como multinacional, para evadir la justicia y no acatar fallos en su contra. Aquí la empresa Claro hace lo que se le da la gana con el gobierno, y peor aún, con sus usuarios. Miles de quejas por mal servicio, por caídas de llamadas, por abuso de tarifas y monopolio. Y nada pasa. Tiene poder. Y mucho.
O el poder de las EPS privadas para decir NO frente a procedimientos médicos urgentes y necesarios. Y las personas mueren.
Pasa con políticos, artistas, criminales, modelos de pasarela, fuerza pública y con mucha ‘gente de bien’. No hay sector que no esté infectado.
El poder es la peor de las drogas. Un adicto a la cocaína tal vez se hace daño a él mismo, y a su círculo familiar más cercano. Pero un adicto al poder  puede sencillamente destruir un país o una generación.
En repúblicas plataneras como Colombia y casi todos los países latinoamericanos la adicción al poder es una enfermedad peligrosa. Y la cura no se ve a corto plazo.
Frases reconocidas que escuchamos todos los días de los adictos al poder destructor:
¡50 mil votos!
¿Es que usted no sabe quién soy yo?
¿Es que mi plata no vale?
¡Es una persecución de mis enemigos políticos!
¡No sabía que era narco!
¿Cómo voy yo ahí?
Llámeme a su superior y arreglamos.
Mayoritariamente, el que sabe usa su poder destructor contra el que no sabe. Lo ideal sería que el que sabe usara su poder para enseñar al que no sabe. Y seguramente así la nación avanzaría. Pero no, esto no pasa en Colombia.
Y quienes ostentan el poder político (El peor de todos)  dicen que son solo ‘unas manzanas podridas’  las que le están haciendo daño al país. Al parecer, la caja de manzanas se está pudriendo completamente.
¡Qué lejos estamos!

Sobre el autor de este blog:

LuisÉ Quintero
En Twitter @donluiseduardo 
En Facebook http://www.facebook.com/luiseduardoquintero

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