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Advertencia: para entender el significado de la frase del título, lea hasta el final.
¿Qué deseas ser cuando seas grande?, pregunté a mi primo de 6 años, días atrás. “Quiero salir en Google, quiero aparecer en el noticiero, ¡quiero ser famoso! como Pablo Escobar”. En una frase despreció los tiempos inocentes en que los niños deseaban ser policías o bomberos, quizá astronautas, quizá soldados. En una frase me estremeció. 
Desea ser famoso, famoso al margen de la ética y la moral. ¿Qué más da si se es famoso como Pablo Escobar? En todo caso, se es famoso. Aquella es la estremecedora lógica de una sociedad sin valores.
 
Deseamos escuchar el eco de nuestras voces, contemplar nuestro perfil en los pasquines, en las pantallas, en los tabloides, en los cines, en el universo. 
Toda vida sin cabida a la trascendencia (mediática, si es posible) es vacía. La fama se transformó en un fin máximo. Nuestro anhelo primordial es perpetuar la imagen individual, saciar nuestros deseos de riqueza, convertirnos en paradigmas de la belleza y en cazadores de placer sin tregua.
A los ideales de fama se une el afán de nuestros tiempos sin tiempo. Las expectativas de vida se extienden gracias a la ciencia, pero los años productivos -o útiles- se han reducido. Debemos vivir como si fuésemos a morir hoy; con suerte, mañana. Es una prioridad ser famosos y, cuán más rápido, mejor. 
¿Cómo alcanzar la fama prematura si no eres un genio o un privilegiado? Algunos dementes han optado por la atrocidad, por la maldad, por la locura. 
Los actos asesinos irrumpen como una explosión, un frenesí, una ruptura fugaz y atroz a la cotidianidad, un sismo en el espíritu social. Transforman al villano en figura histórica en unos cuantos minutos, gracias a la sociedad enferma que otorga el mismo despliegue a los héroes y a los antihéroes. 
Analicemos el caso de los asesinos en masa. Tanto James Holmes como Anders Behring (el asesino de Noruega) actuaron con la intención de maximizar el número de fallecidos. Sin embargo, contrario a lo acontecido en casos anteriores, protegieron su vida. Las masacres no antecedieron su suicidio. Probablemente buscaron perpetuarse como villanos y ser testigos de ello.
 
Más allá de su locura, fueron seducidos por la creciente fama de la maldad. Cuando Holmes fue presa de la frustración, un pequeño demonio, de seguro, le susurró al oído: James, si sigues por el camino correcto, tal vez jamás se conozca tu nombre. ¿De qué sirve una vida de esfuerzos? enloquece, di que eres El Guasón. Pinta tu cabello de color naranja. Ya verás cómo coparás las portadas de los diarios. Ya verás como recordarán tu nombre. 
Y así ocurrió.
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Y así seguirá ocurriendo, si la fama y el impacto continúan siendo la prioridad de una sociedad convulsa, incapaz de encontrar un sentido sustancial a la vida. 
Y así ocurrirá, si seguimos idolatrando a las estrellas, a los locos, a los genios y a los villanos por igual. 

Y así ocurrirá. si para los medios de comunicación, y para nosotros, sigue valiendo más Hitler conocido que monjita sin gloria.

En Twitter: @EdgarMed


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Escritor, huraño, egocéntrico sin remedio y mordaz. Amante de la literatura, la tecnología y el automovilismo, entre otros menesteres. Ha escrito para El Tiempo, Tecnósfera, Donjuán, Portafolio, Semana, Legis, la Fundación Gabo y otras publicaciones más. Docente de redes sociales de la Universidad Externado y asesor en temas digitales de emprendimientos y otras organizaciones, entre ellas la Alcaldía de Bogotá.

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