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Estas últimas semanas, gracias a dos columnas de Daniel Coronell («La herencia del nazi» y «La huella nazi«) que revelan el contacto de Armando Valenzuela (un líder político de extrema derecha y escritor de libros revisionistas) con personajes como Alejandro Ordóñez, Fernando Vargas (autoproclamado representante de las víctimas de la guerrilla) y Ernesto Báez, la opinión pública ha volteado su mirada a los grupúsculos de neonazis como Tercera Fuerza (ya reseñados por Semana y DonJuan) que pululan por las ciudades colombianas (sobre todo Bogotá). Hoy, RCN Radio publicó un escalofriante informe de Jorge Espinosa sobre estos grupos, que revela la conexión de los grupos neonazis con el paramilitarismo y -más escalofriante aún- con una reconocida figura del conservatismo colombiano y dueño de un canal de televisión católico.
Antes de que editaran las páginas del «movimiento» (gracias a la indagación provocada por las columnas de Coronell), se planteaba este punto como parte del «decálogo ideológico» de Tercera Fuerza:
Reconocemos que Colombia es un país donde su suelo lo comparten distintas culturas y etnias, en el cual la raza blanca es minoría. Por ende es función primordial establecer un programa de eugenesia y conservación racial, para que dicha población se desarrolle y consolide, dando así a nuestras generaciones futuras un lugar apto y seguro para vivir, y así poder conservar su identidad como pueblo. Exigimos ser respetados como comunidad. Aunque no compartimos un espacio geográfico en común somos parte del ramaje de pueblos blancos que desde Europa se extendió por el mundo.
Decir esto en un país como Colombia no es extraño, paradójicamente. La cruz celta o «cruz de Odín», usada como símbolo del white pride por grupos neonazis alrededor del mundo (en especial por el portal StormFront que aglutina a estos y por el grupo de RAC Skrewdriver) aparece en la bandera del movimiento Morena (fundado por Fernando Vargas, Ernesto Báez y Armando Valenzuela) y hoy en dia es el símbolo de Restauración Nacional, un grupo de ultraderecha que busca «una Colombia católica, grande, libre y en paz» (nótese el tributo a Francisco Franco y su «una, grande, libre»). Pero ver esa explosión de movimientos responde no sólo a un «orgullo racial». Como las barras bravas, son pandillas disfrazadas unidas por el odio a un Otro al que, en el caso de estos morenazis, responsabilizan de los males de la humanidad. Apoyados con una serie de autores revisionistas (desde los que vivieron la II Guerra Mundial hasta los ideólogos contemporáneos) disponibles con pasmosa facilidad en una librería de la 19 con Séptima y en la librería del aeropuerto internacional El Dorado, plantean que la historia documentada de la Shoah fue una forma de buscar réditos por parte de los judíos que «se hacen las víctimas». Gracias a otros acontecimientos históricos (en especial el conflicto entre Israel y Palestina) ha habido un antisemitismo cada vez más fuerte en la extrema izquierda, que se une a la extrema derecha como una cinta de Moebius
Pero esto no es nuevo. Hace veinte años, Semana publicó un artículo sobre el «Grupo Rapados Antiextranjeros» y sus correrías en busca de indigentes y prostitutas.
«Nosotros aplicamos las ideas fascistas alemanas en nuestra sociedad -afirma uno de los integrantes-. No somos una copia alemana. Somos nacionalistas que no necesitamos de pensamientos extranjeros para amar a nuestro país. Sin embargo seguimos las ideas de Hitler, pues es el mayor nacionalista que ha existido». La simpatía por el líder alemán no la pueden esconder. Llevan consigo la bandera nazi, hacen el saludo igual que los militares alemanes de la Segunda Guerra Mundial y tienen, como ellos, un brazo ideológico y otro violento para defender su ideología. Y en esto son muy radicales. Para los GRAE todo lo que pueda producir el degeneramiento de la sociedad debe exterminarse. «¿Para que nos sirven los indigentes, los drogadictos, las prostitutas? Esa gente no produce nada. Lo único que hacen es dañar la imágen de nuestro país. Por eso es que hay que atacarlos, y entre más se les pegue mejor».
Sin embargo, ese tipo de actitudes no extrañan en Colombia. Así se niegue y se publicite la imagen del país de muchas razas en armonía, este es un país racista. No es casual que el término «indio» sea equivalente a un «torpe» o, mejor aún, a «bestia». Tampoco que el afrocolombiano sólo sea bien visto en la música, el deporte o en los servicios domésticos (como bien lo puede comprobar Blanquita). Mucho menos, que casi cien años después de D.W. Griffith y Al Jolson, una pareja de humoristas se presente en el programa de variedades más importante de Colombia y uno de ellos (llamado «Micolta») tenga la cara pintada de negro, en un clásico blackface que evoca las peores épocas del racismo en los medios. En últimas, muchos colombianos son parecidos a Micky Vainilla, el cantante de Peter Capusotto y sus videos que hace «pop, pop para divertirse» pero revela el profundo racismo de la sociedad argentina. Y ese racismo envuelto en sintetizadores es el mismo que está metido en nuestra sociedad, un racismo que sólo es visto por el país cuando una persona mira el fenómeno más extremo. Los neonazis serán extraños, pero su forma de ver el mundo no lo es.
Voyeur nr. 1: Se anunció la condena de 30 años a César Pérez García, expresidente de la Cámara y dueño de la Universidad Cooperativa de Colombia, por su participación como autor intelectual de la masacre de Segovia en 1988. Qué bueno que se comiencen a destapar esos nexos política-violencia (no sólo con los paramilitares, sino con las guerrillas). Qué bueno sería que la Universidad Cooperativa, en aras de simple justicia con las víctimas de la violencia en Colombia, tuviera un gesto de desagravio a los muertos que provocó su dueño.

Voyeur nr. 2: No celebro una muerte, pero gente como Jorge Rafael Videla me hacen desearlo.
En los oídos: Lourinha Bombril (Os Paralamas do Sucesso)
@tropicalia115

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