Nunca pensé en decir lo que voy a escribir en este momento, pero ayer –en medio del zapping radial que hice en el camino de mis deberes como jurado electoral a mi casa– estuve de acuerdo con un planteamiento de Roy Barreras. El senador, (supuesto) escritor y blanco permanente de la magnífica sorna de Pedro González “Don Jediondo”, dijo ayer en La FM que el gran reto de la unidad nacional era, ante las elecciones regionales y la consolidación del Centro Democrático, convertir las distintas candidaturas en un frente unido alrededor de una serie de ideas clave, tal y como lo fue la paz en esta elección. Otros comentaristas hicieron comparaciones (algo exageradas, si me preguntan) entre la Unidad por la paz de Santos, la Concertación chilena y el Frente Amplio uruguayo.
Además, le nace otro problema al gobierno que empezará su segundo acto el 7 de agosto: ¿qué hacer ante el posconflicto que parece acercarse? ¿Cómo hacer que la gente crea en un país más allá de la polarización que tuvo esta campaña de 2014? Quiero remontarme a uno de los casos que más me ha impresionado en mis casi 30 años de vida. En 1997, el consultor canadiense Adam Kahane desarrolló una serie de talleres con una serie de personajes de la vida nacional. Fue, tal vez, uno de los primeros intentos de crear consensos desde la diferencia. ¿Quién imaginaría que saldrían de la reflexión conjunta de personajes tan disímiles como, para mencionar sólo algunos, Marcos Calarcá, Sabas Pretelt, Ana Mercedes Gómez, Francisco Galán, Paulo Laserna, Juan Salcedo Lora, Jaime Caycedo, Rodrigo Rivera y Ernesto Báez? Bajo el nombre de Destino Colombia, este grupo de personajes definió cuatro posibles escenarios para el futuro del país a corto plazo. Leer el reporte 17 años después es, posiblemente, una de las mejores maneras de leer lo que ha ocurrido en Colombia desde 1994 hasta hoy: cada uno de los cuatro escenarios refleja los cuatro presidentes que han pasado por nuestra historia: Samper, Pastrana, Uribe y Santos. Paradójicamente, como lo menciona Angelika Rettberg en su evaluación sobre este ejercicio (Un destino para Colombia [Bogotá: Ediciones Uniandes, 2006]), hubo tres grandes vacíos en este ejercicio: la falta de proyección política, la falta de continuidad y la baja representatividad de los participantes.
Hace unos años, tuve la suerte de toparme con un ejercicio muy interesante, Australia 2020, propuesto por el primer ministro Kevin Rudd en 2007. Rudd convocó a mil australianos para que, en una serie de debates, “ayudaran a formar una estrategia a largo plazo para el futuro de la nación”. De esas discusiones salieron conclusiones que, más allá de su seguimiento por parte de los gobiernos subsiguientes, dan una idea del país que querían los australianos. Un ejercicio similar fue hecho en un país opuesto, como pocos, a la plácida isla continente. Rwanda, recién salida de uno de los genocidios más horribles después de la Segunda Guerra Mundial, definió en 1998 qué país iba a surgir en medio de la horrorosa masacre de 1994 (por favor, vean este recorrido que hace el siempre recomendado Blog de Banderas en el Genocide Memorial de Kigali), y llegaron a una Vision 2020 que, en 2011, ya se cumplió en un 66%.
¿Por qué Colombia no ha podido hacer eso? ¿Por qué no aprovechar este consenso, momentáneo, para pensar en el país de un futuro? La Silla Vacía hizo un ejercicio interesante al comparar las propuestas de Juan Manuel Santos y Óscar Iván Zuluaga. Salvo en los ítems de reforma política, minorías, defensa y paz, las propuestas del presidente y de su contendor son prácticamente iguales. Al escuchar el tono conciliador de los discursos de Zuluaga y Marta Lucía Ramírez, así como el de Santos, no sería descabellado pensar en que la distancia –corta– entre las propuestas del Centro Democrático y la Unidad Nacional ampliada pueda zanjarse con este tipo de encuentros para plantear derroteros a seguir.
Desafortunadamente, 2020 está a la vuelta de la esquina. Resulta imposible e inviable tener un plan de acción que pueda ejecutarse a cabalidad para el 2020, mucho menos para celebrar el bicentenario de la Batalla de Boyacá en 2019. El 2030 podría ser una fecha ideal: Primero, marca el inicio de una década que verá el quinto centenario de las primeras ciudades colombianas (Mompox en 1530, Cartagena en 1533, Sincelejo en 1535, Cali y Popayán en 1536, Pasto en 1537, Bogotá en 1538, Buenaventura y Tunja en 1539; la única más antigua es Santa Marta, fundada en 1525). Segundo, marca el inicio de Colombia como nación independiente de Venezuela y Ecuador, con la separación de la Gran Colombia. Tercero, conmemora la muerte de Antonio José de Sucre y Simón Bolívar. Por último, una planeación estratégica a quince años es viable, sobre todo para los retos que afronta el país.
¿Qué educación queremos? ¿Cómo vamos a afrontar las amenazas provenientes del inevitable cambio climático? ¿Qué política tendrá el país con sus grupos indígenas, afrodescendientes, raizales y rom? ¿Cuál es el modelo de salud que tendrá el país? ¿Cómo controlar el crecimiento poblacional? ¿Cuáles son los modelos de ciudad que buscamos? ¿Quiénes son los profesionales que llevarán a Colombia al desarrollo? ¿Quiénes son los educadores, los creativos, los emprendedores, los investigadores que marcarán el camino? Esas son las preguntas que surgen. Las preguntas que 47 millones de personas, sin importar su cariz ideológico, deberían hacerse. Las preguntas que deberían reflexionarse por una representación adecuada de nuestro país. Es hora de buscar, más allá de eslogans, zorros y palomas, una verdadera política que salga del cortoplacismo (tan común en nuestro país y tan bien planteado por Antonio Caballero en su última columna) y busque pensar en una Colombia formada desde una estructura construida por todos.
Vengo de China. Allá, en 1942, en las cuevas de Yenán, fundaron la Universidad de Pekín. Estaban en medio de una guerra despiadada, no sabían si iban a salir vivos de ahí. Y esos tipos pensaron que necesitaban fundar una universidad… Porque en el futuro iban a necesitar gente formada.
Pepe Mujica
Voyeur: Una de las primeras tareas que debe cumplir el gobierno Santos es mejorar la calidad educativa nacional. Si bien Todos a Aprender y De cero a siempre son respuestas estructurales que tendrán su fruto en diez u once años, deben existir políticas de choque. Primero, hay que poner en cintura a las universidades de garaje, fortines politiqueros disfrazados de centros educativos donde, para añadir sal a la herida, se educan las personas que no pueden entrar a centros universitarios. Segundo, hay que contener a Fecode y a la MANE. ¿Cómo? Fácil: callar su discurso con acciones que hablen más fuerte. Tercero, hay que evitar que la universidad pública se vuelva una fortaleza, ya no de discursos políticos sino de grupos armados que no deberían estar en ningún centro educativo. Cuarto, evitar que los cantos de sirena de oportunistas de profesión disfrazados de doctores lleguen a las políticas de estado. Quinto, desideologizar la educación. Sexto, y el más importante, convertir la educación en columna vertebral de la nación.
En los oídos: Tom Sawyer (Rush)
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