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El 26 de agosto los soldados colombianos se apostaron en la frontera colombiana, frente a La Invasión, separados solo por el río Táchira de los soldados venezolanos (con boinas rojas). Foto Jean Carlo Estupiñán-Q´hubo Cúcuta.

El 26 de agosto los soldados colombianos se apostaron en la frontera colombiana, frente a La Invasión, separados solo por el río Táchira de los soldados venezolanos (con boinas rojas). Foto Jean Carlo Estupiñán-Q’hubo Cúcuta.

Karely Julio Cadena tiene 27 años. Un hombre con cara de bonachón, de la Cruz Roja Colombiana, me habló de ella en el albergue del coliseo del Colegio Municipal, en Cúcuta, y me ayudó a conseguirla. Allí estaba, justo a un lado, con su niña de dos meses y medio en brazos.

Había sido deportada por el gobierno de Venezuela en una tarde que quisiera nunca haber vivido. A su lado había otros tres niños suyos, de 4, 7 y 2 años y medio. Era una mujer de bien que vivía en lo que bautizaron ‘La Invasión’, que es un conjunto de barrios ilegales que por décadas fueron creando colombianos a un lado de la frontera, del lado venezolano.

El profesor de la institución educativa La Frontera, en Villa del Rosario, Colombia, Germán Eduardo Berbesí, dice que allí vivían 12.000 colombianos en 3.000 viviendas. 

Karely, con su pequeña en brazos, cuenta que vivían bien y su esposo tenía una carnicería en La Invasión, hasta aquel día en que a las 3 de la tarde llegaron los miembros de la Guardia Nacional, se llevaron a su esposo y luego le dijeron a ella que también se tenía que ir. ‘Recojan algo de ropa y salen. Colombiano sale’, les dijeron. 

Ella trató de coger otras cosas pero le dijeron que no podía llevarse nada. Solo los subieron a todos en un camión y horas después los deportaron a Colombia sin haberles dado siquiera un poco de agua.

“Se robaron la moto, la bombona, la planta, el congelador. A mi hermana también la robaron. Teníamos una Biblia y la partieron. También los escaparates y los bombillos”, dice con resignación. Ya no llora y ya al lado de su esposo y de sus hijos está tranquila, resignada. “Hay que echar para adelante, porque qué mas”, agrega, subiendo los hombros y levantando las cejas.

“No sé qué vamos a hacer”, dice su esposo, José Acosta, bastante preocupado. La carnicería se llamaba ‘Gran carnicería de la frontera’. Le pregunté si abriría una en Cúcuta y fue como si le inyectaran energía: ‘¡Uy! Si me ayudaran, si me dieran un plante, tendría la carnicería’, dijo con esas ganas de salir a trabajar de inmediato.

Una señora, Yenny Samantha Vargas, se me acercó en otro lugar solo a pedir “que los cucuteños no le creen odio hacia los venezolanos. Nosotros leemos y el que lee, sabe actuar. Hay muchos que vivimos allá”.

Partí hacia otro albergue que queda en el tristemente célebre corregimiento de Juan Frío, hasta donde dicen que los paramilitares llevaban a sus víctimas, las mataban y luego las incineraban en unos hornos.

Mucho antes de llegar a ese escalofriante sitio encontramos lo que algún día fue un motel y allí, más de un centenar de personas aguardaban a que les llegara alguna ayuda. Habían huido de Venezuela, desde Llano Jorge, por una trocha que los llevó a Juan Frío. “Qué vamos a esperar ¿a que nos planeen?”, dijo una señora que denunció que al otro lado se quedaron hijos venezolanos cuyos padres fueron sacados del país por la Guardia.

El Gobierno colombiano informó después que son 299 los niños y las niñas que quedaron en el lado venezolano, con sus padres o uno de ellos deportados a Colombia, sin poderse comunicar. 

En el albergue de Juan Frío había una abuela de 84 años que trató de explicar que fue desplazada de la violencia colombiana en 1949 y ahora, después de tantos años, tenía que volver a huir. No alcanzó a decir más. Con sus manos se cubrió el rostro y entró en un sentido llanto que no se detuvo ni siquiera con un fuerte abrazo.

“Me botaron al río porque exigí que me dejaran llevar a mi hijo de 6 años”, dice otra madre en el albergue El Morichal. “Le lloré al guardia y él me dijo que era colombiana y que los colombianos no tienen derechos”.

A Doiman Ballesteros, de 27 años, no lo sacó la Guardia Civil, sino el miedo a que le quitaran a su hijo venezolano de un año. Salió de Coloncito con el chiquillo, su otro hijo de 8 años y su esposa de 28. Por la vía a Guaramito encontraron unos lecheros solidarios que los llevaron a sitio seguro.

“Amanecimos en un cambuche en Guaramito y luego llegamos aquí”, dijo, sentado al lado de su familia en una escalinata del Centro Nacional de Atención en Frontera (Cenaf), en donde registran a los colombianos que se vinieron por su cuenta de Venezuela.

Allí, frente al Cenaf, Mary Rey de Niño nos alcanzó para denunciar que la Guardia Nacional “me robó todo lo valioso. Y para mí es valiosa hasta una puntilla. Es que los ladrones están allá. Están abandonados los animales. Estoy sufriendo por ocho gatos. Tocó dejarlos tirados. ¡Que se haga un estudio de la maldad tan grande que se está haciendo!”.

Historias como estas y otras mucho más dramáticas se encuentran al recorrer los 20 albergues y en el Cenaf. Son miles de dramas, todos con el mismo común denominador: el desarraigo total y la pérdida de la unión familiar por la acción del gobierno del presidente Nicolás Maduro contra los colombianos.

Hasta el jueves 3 de septiembre el gobierno colombiano tenía documentadas 797 denuncias de maltratos leves y graves por parte de las autoridades venezolanas.

Ataque a La Invasión

El 19 de agosto, el gobierno venezolano decidió declarar el estado de excepción y cerrar la frontera con Colombia, a la altura de cinco municipios venezolanos que colindan con Norte de Santander: Bolívar, Ureña, Junín, Capacho libertad y Capacho Independencia, incluyendo San Antonio. Luego amplió la medida a otros cuatro: Lobatera, Panamericano, García de Hevia y Ayacucho. Y posteriormente lo hizo en la frontera con Paraguachón, La Guajira.

Colombia tiene una frontera de 2.219 kilómetros con Venezuela, que abarca siete departamentos nuestros y de los cuales 421 kilómetros corresponden a Norte de Santander, según la Sociedad Geográfica de Colombia. Son 10 los municipios del departamento que están en la frontera, con 642.143 habitantes.

En lo que se refiere al comercio y al paso de personas y vehículos, las fronteras más importantes son las que unen a los municipios de Ureña y San Antonio; la de Riohacha y la de Arauca.

Así las cosas, la decisión de Maduro no abarcó muchos kilómetros de la frontera, pero perjudicó los principales pasos, que son los de Ureña y San Antonio; que son utilizados a diario por decenas de miles de colombianos y venezolanos para trasladarse a estudiar en Colombia o a trabajar en Venezuela, o para hacer negocios o para visitar familiares, entre muchas otras cosas; y ahora a Paraguchón.

Al lado del río Táchira, en San Antonio, se habían ubicado las familias que conformaron ‘La Invasión’. Y hacia ellos se dirigió la primera embestida de la Guardia Nacional, apoyada por el Ejército de ese país. El presidente Nicolás Maduro los acusó de ser paramilitares y ordenó sacarlos del país.

Desde ese momento empezó la tragedia para miles de inocentes colombianos, hombres, mujeres, ancianos y niños, que fueron separados por los uniformados de sus familiares venezolanos, llevados a una cancha y posteriormente enviados a Colombia sin siquiera dejarles sacar sus pertenencias. Sus viviendas fueron marcadas con una R de revisadas y una D de demolición. Y las demolieron. 

El maltrato siguió con más y más colombianos, mientras que otros decidieron lanzarse a las trochas y atravesar el río Táchira, para buscar refugio en Colombia y lograr, por lo menos, estar unidos en familia, sin el susto de que los fueran a separar por ser algunos de ellos venezolanos.

Y ahí se dieron las imágenes de colombianos que arriesgaban sus vidas para devolverse por las trochas a recuperar lo que más pudieran de sus enseres. La ayuda inmensa de la Policía Nacional, aún metida en la mitad del río, y del Ejército colombiano, que hizo guardia sobre la ribera, empezaron a generar un sentimiento de solidaridad y de hermandad mutua en la frontera.

Colombia, indignada, veía las imágenes por televisión y el Gobierno buscó el diálogo con Maduro, pero no lo logró, por lo que decidió llamar a consultas al embajador en Venezuela, lo que también hizo ese país luego. El conflicto estaba escalando a instancias mayores. 

Pero más que eso, la propia indignación, la defensa de la Patria y de sus compatriotas, hizo que todos los partidos políticos se unieran, los de izquierda, los de derecha, los de una y otra ideología, para rodear al Jefe del Estado y decirle a Venezuela al unísono que tiene que respetar a Colombia.

@VargasGalvis

 

Lea también

Venezuela: ¡Devuélvanos a nuestros niños! (1 de septiembre de 2015)

¡Miente Maduro! (21 de agosto de 2015)

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PERFIL
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Egresado de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de La Sabana. Hizo un curso de agencias de prensa en la Agencia Dpa, en Hamburgo (Alemania). Jefe de prensa y Director de Divulgación de Promec Televisión. Redactor de espectáculos, editor nocturno, redactor político, Jefe de Redacción y director de la Agencia Colombiana de Noticias Colprensa. Trabajó en la Casa Editorial El Tiempo como Editor de Actualidad, jefe de Redacción y Editor General del Periódico HOY. Fue Editor General del periódico Q'hubo de Cúcuta (Colombia). Twitter: @VargasGalvis

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