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Leonardo Páez Vanegas
Leonardo Páez Vanegas

Director Escuela de Diseño de la Facultad de Ingeniería, Diseño e Innovación del Politécnico Grancolombiano.

 

Al igual que en 1919, nuestro contexto no puede ser más turbulento e incierto, pero ahora es el planeta entero el que se enfrenta a la posibilidad real de desaparecer o de cambiar y nuevamente recae en el Diseño la difícil tarea de replantear el rumbo.

 

Nuestra cotidianidad está rodeada de miles de artefactos que silenciosamente nos acompañan y hacen más fácil nuestra vida, bien sea expandiendo el poder de nuestros sentidos o como prolongaciones de nuestro cuerpo. Estos objetos, combinaciones maravillosas de creatividad y tecnología, son el testimonio objetual de nuestro tiempo, de la misma manera que los vestigios de antiguas civilizaciones nos cuentan la historia de remotos antepasados.

Aunque los artefactos nos han acompañado desde los orígenes mismos de la humanidad, ha sido en los últimos dos siglos que su poder transformador y su omnipresencia han copado nuestro mundo, especialmente impulsados por la Revolución Industrial. Pero fue particularmente hace un siglo cuando su configuración adquirió su propio cuerpo de conocimiento bajo el nombre de la más famosa escuela de arte y arquitectura del siglo XX: La Bauhaus.

En 1919 terminaba la primera guerra mundial y el mundo intentaba despertar de una de sus peores pesadillas que además de dejar un continente arrasado y una generación de jóvenes sepultada en el fango de las trincheras, obligaba a los europeos a cuestionar su papel en la historia. La gran guerra fue la primera señal de cómo el mundo occidental con su economía industrial traía dentro de sí mismo la semilla de su propia destrucción. La ciencia y la tecnología que antaño prometían paz, desarrollo y prosperidad, ahora servían a la mecanización de la muerte y el horror. Eran tiempos de una profunda crisis moral y espiritual en los que se pedía a gritos un renacimiento que llevara a la humanidad a buscar respuestas a la tragedia, pero sobre todo a pensar en la posibilidad de un mundo mejor.

En medio de este turbulento panorama, un grupo de visionarios, impregnados por las ideas del modernismo europeo, concibieron un proyecto que cambiaría la historia del arte y daría vida a lo que hoy reconocemos socialmente como Diseño.  Era la respuesta a la romántica visión de una sociedad igualitaria y un modo de vida que pudiera conciliar las viejas estructuras sociales ligadas a la producción objetual con los nuevos valores derivados de las sociedades industrializadas. Creada en abril de 1919 por Walter Gropius, célebre arquitecto berlinés, la Bauhaus nace como un punto de encuentro entre diversas manifestaciones artísticas y creativas orientada a conciliar al arte, la cultura y la producción, mediante la formación de individuos que fueran capaces de integrar las llamadas artes libres o superiores con los oficios tradicionales o artes aplicadas, reconociendo a la industria como su principal eje dinamizador. Esta escuela recogería las experiencias del movimiento modernista inglés y el constructivismo ruso, cuyas escuelas de artes y oficios (arts and crafts y vujtemas) ya habían anticipado estos nuevos escenarios de la creación objetual.

Individuos que fueran capaces de integrar las llamadas artes libres o superiores con los oficios tradicionales o artes aplicadas, reconociendo a la industria como su principal eje dinamizador.

Más allá de las características intrínsecas de la escuela, la Bauhaus también representó un momento histórico en Europa y en el aún joven Estado alemán. Prueba de esto es el significativo hecho de que su nacimiento y muerte coincidieran con la República de Weimar, nombre dado históricamente al período comprendido entre el final de la primera guerra mundial y el ascenso al poder del nacionalsocialismo en 1933. Esta condición marcó el destino y la grandeza de la Bauhaus, ya que su origen innegablemente político, denotaba una fuerte conexión con los ideales socialistas que recorrían Europa y que empezaban a germinar tímidamente en la Alemania de posguerra. Así mismo, su desaparición a manos del gobierno nazi, fue el prólogo de una trágica etapa en la historia europea y universal.

La Bauhaus será recordada como el hito fundacional que definió el concepto moderno de Diseño, pero también por haber propuesto un modelo pedagógico sobre el cual se han basado buena parte de las escuelas de Diseño del mundo. Sus ciclos de formación y la manera como se estructuraron sus estrategias de aprendizaje aún hoy despiertan curiosidad entre los estudiosos de la pedagogía artística. La formación proyectual y el taller como escenario clave de aprendizaje a través de la experimentación, son el centro del modelo “bauhausiano” que hoy es aplicado por otras disciplinas, que ven en este una gran oportunidad para el desarrollo de procesos de innovación como el denominado pensamiento de diseño o design thinking, modelo basado en las  metodologías de Diseño, surgidas en los años cincuenta en la Escuela de Ulm, -para muchos, heredera directa de la Bauhaus– y en las cuales convergen el diseño centrado en el usuario, la empatía y el prototipo como fuente experimentación y comprobación.

La sociedad de consumo acompañada de la sobreproducción de toda clase de artefactos y el consecuente advenimiento de igual cantidad de procesos industriales insostenibles, nos han llevado a una crisis social y ambiental de una magnitud que aún no dimensionamos.

Cien años después, los ecos de la más importante escuela de arte del siglo XX siguen escuchándose en nuestro tiempo, sin embargo, la realidad global ha cambiado significativamente y los retos para el Diseño ahora son otros. La sociedad de consumo acompañada de la sobreproducción de toda clase de artefactos y el consecuente advenimiento de igual cantidad de procesos industriales insostenibles, nos han llevado a una crisis social y ambiental de una magnitud que aún no dimensionamos, pero que amenaza nuestra propia supervivencia como especie. Al igual que en 1919, nuestro contexto no puede ser más turbulento e incierto, pero ya no como el resultado de una crisis social enmarcada en la voracidad imperial europea, ahora es el planeta entero el que se enfrenta a la posibilidad real de desaparecer o de cambiar y, nuevamente recae en el Diseño la difícil tarea de replantear el rumbo.

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Me encantan, estos avances. Me encantan.

The interpreter (para nosotros, La intérprete, y como cosa rara, el título en español significa lo mismo que en el idioma original) es un filme dirigido por el estadounidense Sydney Pollack, estrenado en cines en dos mil cinco. El guión condujo a Pollack a grabar en las propias instalaciones de la ONU (localizadas en territorio internacional dentro de Nueva York), una historia con tintes políticos que recuerdan la situación más o menos reciente del actual presidente de Zimbabwe.

Estaba viendo hace unas horas cierta película francesa realizada exclusivamente para televisión hace unos años, no muy conocida por cierto, y me asaltó una duda que tenía desde hace un tiempo y que se avivó luego de ver La intérprete. La duda es la siguiente:

Lo más seguro es que todos conozcamos el aviso que aparece, usualmente escondido al final de los créditos de algunas películas, que dice lo siguiente, palabras más, palabras menos: "Los hechos relatados en esta película son puramente ficticios y no deben relacionarse con eventos pasados, actuales o futuros. (...) Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia."
Yo me pregunto: luego de ver una película que parece un documental acerca de una situación actual, ya sea ésta una realidad o no, ¿qué sentido tiene recurrir a este mensaje, si de cualquier manera los espectadores van a hacer la relación?

Es claro, hay que decir, que no todo el mundo tiene por qué captar estos parecidos. Pero los que sí los captan, lo comunican a los demás, y al final la película pasa a verse como lo que realmente es: una crítica por parte del realizador hacia una situación en particular. Punto. No importa qué tan imparcial se pretenda ser, haciendo uso del mencionado avisito.

En fin, no entiendo esta actitud, si de verdad algunos pretenden protegerse bajo dicho mensaje. Quisiera creer que lo colocan no porque no pretendan dar la cara luego de dar la opinión, sino porque es una especie de requisito, un asunto legal de obligatoria aparición al final de todos los créditos de todas las películas de todos los géneros. Aunque al final, sólo quien tuvo la idea de escribir la historia como quedó escrita es quien sabe qué opinión tiene.

Él y sólo él.

-

Sobre la película, hay un dato lingüístico interesante; se creó un lenguaje nuevo (lo llamaron "Ku"), con sus propias palabras, conjugaciones, reglas... es decir, un lenguaje aparte, sostenible por sí solo, basado en lenguajes existentes en el sur de África, pero que "aunque sería reconocido por habitantes de la zona (...), los confundiría", debido a su estructura gramatical, leo por aquí. En todas partes encuentro que el creador de este lenguaje es Said el-Gheithy, director del Centre for African Language Learning en Londres. En general, no encuentro muchas críticas positivas para la película, pero a mí me gustó.

Me encanta leer la columna Contravía, escrita por Eduardo Escobar. Y la de hoy termina con una reflexión que encuentro parecida a cierto diálogo de La intérprete. Aquí va el diálogo, para terminar y dejar de ocupar su tiempo, estimado lector. Lo traduzco burdamente, pero espero que se mantenga la idea.

Silvia Broome: (...) Siempre que alguien pierde a un ser querido, quiere vengarse de alguien más, o de Dios, a falta de alguien. Pero en África, en Matobo, los Ku creen que la única manera de poner fin al dolor es salvando una vida. Si alguien es asesinado, luego de un año de duelo se realiza un ritual llamado "la fiesta del ahogado". Se hace una fiesta durante toda la noche, junto al río. Al amanecer, el asesino es montado en un bote. Se lleva al agua y se le tira allí, amarrado, para que no pueda nadar. Entonces la familia doliente debe tomar una decisión; pueden dejar que se ahogue, o pueden lanzarse a salvarlo. Los Ku creen que si la familia deja que el asesino se ahogue, se hará justicia, pero pasarán el resto de sus vidas de duelo. Pero si lo salvan, entonces admitirán que la vida no siempre es es justa, y a cambio ese acto los liberará del dolor.


dancastell89@gmail.com

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