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Andrés Romero BaltodanoAndrés Romero Baltodano, docente del programa de medios audiovisuales del Politécnico Grancolombiano

Director Cine Club La Moviola 

¿Quién pensaría que la caída de Wall Street sería el inició de una de las mayores injusticias en términos de imagen gráfica con el cine, cuando es  representado por una rechonchita  y vergonzante bolsita de palomitas de maíz?

La idea se le ocurrió, al parecer, a Julia Braden propietaria de la sala de cine Linwood Theater, quien en medio de la crisis económica que partía del llamado martes negro  y estando claro que muchos ciudadanos, para apartar de su cabezas la tragedia, usaban como vía de escape el cine, se le ocurrió venderles  las palomitas de maíz ya que podía ser un “gancho” más allá de los programas cinematográficos que las majors diseñaban, para convertir el cine en un negocio doblemente rentable.

A principios del siglo XX, ante la proliferación de  salas de cine, (en los Nickel Odeon costaba la entrada un nickel, equivalente a cinco centavos) la  producción en masa de los estudios y la apertura de mercados que generaban la relación oferta-demanda, las películas, comenzaron a tener un cariz de producto, que cubría las necesidades de “distracción”, que hacía ver el cine como una evasión de la realidad, donde paralelamente se vivía un mundo de glamur artificial, que se incentivaba desde el llamado star system.

El cine  que con la  invención  del cinematógrafo por Louis Le Prince en 1888 y la  realización de La Escena del Jardín de Roundhay  (y no como se ha hecho creer a la sociedad, que los inventores fueron los hermanos  Lumiere) se instala entonces  primero desde  lo maquínico que es el cinematógrafo y su capacidad de filmar escenas más etnográficas, que artísticas[1] y que para consolidarse como cine, se irá  desarrollando  el lenguaje a través de talentos, que  aportarán  desde las diferentes herramientas de construcción cinematográfica como el guion, la fotografía, la dirección de arte, las actuaciones y el montaje, los componentes para que se consolide  el desarrollo del lenguaje que reconocemos efectivamente como cine.

La “lucha” entonces, comienza a darse en las dos facciones de creación entre quienes quieren reducir las infinitas posibilidades creativas, conceptuales del cine a un mero entretenimiento con argucias y fórmulas, que se mantienen hasta la actualidad y que sitúan al cine, como un pasatiempo y no como una contundente arma del pensamiento y la memoria y aquellos que ven en el cine un desarrollo de formas, relatos, memorias y planteamientos estéticos, ideológicos, humanísticos y de análisis de las sociedades y sus componentes antropológicos.

En el medio de esta confrontación es donde aparece la figura de Louis Delluc, quien funda Le Journal du Cine Club en 1920, espacio en el cual inicialmente pensadores, intelectuales y artistas se dieron a la tarea de debatir el cine como eje de cruce de ideas y planteamientos y no como público que simplemente ocupa una butaca y consume alimentos comprados en la misma sala, buscando reacciones efímeras y satisfacciones superficiales. En Colombia Hernando Salcedo Silva y Luis Vicens crearán el Cine Club de Colombia en 1949, siendo semilla para un movimiento cine clubista vigoroso y vital para la difusión de un cine más amplio e inteligente

Ese será el primer paso de los cine clubes como vía alterna a los exhibidores de películas, mayoritariamente como productos de consumo que repiten fórmulas y segmentan la producción a sus intereses comerciales, abriendo posibilidades infinitas desde la diversidad, el disenso y opciones de acceder a producciones de todo el mundo y de diferentes procesos creativos desde  autoras y autores cinematográficos.

En el siglo XXI los cine clubes padecen de un aparente alejamiento del público nuevo de sus funciones, que guiado por una oferta  ingente desde la multitud de pantallas móviles y streaming ,que ofrecen  catálogos infinitos más las posibilidades de ocupación del tiempo desde las redes digitales y la extensión de la televisión a múltiples audiencias, dan como resultado que al parecer los cine clubes ya no son necesarios, porque son miles de películas las que supuestamente  están a un clic ( como si contara mas la cantidad que la calidad).

Lo digital, las posibilidades de conectividad, la red y todas estas variables han logrado tender una “cortina de humo” sobre la verdadera diversidad, ya que una de las funciones vitales de los cine clubes, desde su estructura es que una persona o un grupo curatorial con motivaciones de difusión y de acercar el cine, como puerta al pensamiento y con conocimientos acumulados por años, son capaces de diseñar ciclos en sus salas que proceden de millones de motivaciones conceptuales y que además fungen de facilitadores de conocimiento real (no confundir con el encontrar datos en la red) que se ha solidificado con años de construcción de pensamiento y vasos comunicantes desde otras áreas del arte y de las ciencias humanas, que distan mucho de las opciones de los canales streaming que desde sus propias clasificaciones, se alimentan de algoritmos de gusto, que son muy diferentes a las posibilidades de abrir otros caminos a los espectadores y a la sociedad.

Por todo lo anterior, la función de los cine clubes se debe defender, incentivar y hacer ver a las nuevas generaciones de su importancia como ente difusor desde otras orillas o derivas, donde cumpla la función que persiguen muchos y muchas de quienes lo hacen como expresión, memoria y acto artístico diverso, testigo de sociedades, ideas, momentos o recuperación de memorias.

Dentro de la Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano, su Facultad de Sociedad, Cultura y Creatividad y el programa de Medios Audiovisuales, el Cine Club La Moviola dirigido por Andrés Romero Baltodano, comenzó cumpliendo con las funciones de un Cine Club, que inicialmente lleva a los espectadores a la sala de proyección y que  acerca a los humanos a  películas de corto o largo metraje, a documentales o animaciones. El Cine Club La Moviola en su largo transcurrir además de su programación semestral, ha comprendido que en tiempos contemporáneos también podría asumir otros papeles de complemento conceptual y académico, no solo alrededor del cine sino alrededor de lo que comprende al cine: el arte.

Concientes de ampliar el concepto  el Cine Club La Moviola entró  en el territorio de la producción desarrollando La Moviola Audiovisual, donde realizamos la serie de clips de difusión literaria Sabes quién está aquí? en asocio con la biblioteca y dos series de foto clips: Francobturador (serie de fotógrafos del mundo) y Lapizarium (serie de ilustradores del mundo).

Y como no solo somos audiovisual, la parte de complemento académico y cultural también ha sido  fundamental en  este proyecto cultural global:  la publicación web de  nuestra Revista Alternativa Multicultural Blog La Moviola http://lamoviolacineclub.blogspot.com/    y  https://issuu.com/cineclublamoviola/docs/contenido_movi_106_ a lo largo de sus 107   ediciones, durante once años ininterrumpidos ha venido cumpliendo un papel fundamental alrededor del periodismo cultural y del tratamiento de temas como la fotografía, el video arte, la literatura, la arquitectura, las artes plásticas, el cine, las artes escénicas, la historia, el feminismo, etc., creando una red de colaboradores locales habituales y otra red de corresponsales en el mundo que nos han escrito desde Roma, Buenos Aires, Bruselas, Fortaleza, Barcelona, México y otras ciudades.

Por todo lo anterior los cine clubes seguirán siendo epicentro de ideas y diversidades.

[1] Una buena muestra de estos metrajes cortos etnográficos se pueden ver en el documental ¡Lumiere!Comienza la Aventura (2016) de Thierry Fremaux haciendo la salvedad que en el texto del documental son denominadas como películas (que no lo son).

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