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Gabriel Clavijo Martín, docente de la Escuela de Derecho y Gobierno del Politécnico Grancolombiano

Gabriel C.

“A lo único que debemos temer es al miedo en sí mismo”, estas palabras fueron pronunciadas por el presidente de Estados Unidos, Franklin D Roosevelt, en 1933, en su famoso discurso en donde anunció el ‘New Deal’ para hacerle frente a la crisis económica producto de la gran depresión de 1929.

Y hoy más que nunca ésta frase cobra su total significado. En donde la principal consecuencia de la pandemia global del covid-19 fue precisamente eso: el miedo. Y para entendernos y ubicarnos en una realidad confusa, en donde el exceso de información, y la mayoría de ella, contradictoria, nos ha impedido ver una salida clara y lúcida para el futuro cercano.

Tal vez la primera tarea que tendremos como ciudadanos partícipes de la sociedad actual es tratar de entender realmente qué está pasando. Y para entender qué está pasando en nuestra sociedad es más apropiado observar sus temores, que sus deseos.

Y uno de los principales miedos que han aflorado en esta nueva realidad, que nos ha dejado el mundo sumido en la postración de la pandemia, es el miedo al otro. Zygmunt Bauman explica de manera muy lúcida en su libro ‘Modernidad líquida’ cómo el miedo se apodera de los individuos y los lleva de manera irracional a situaciones en donde los valores, la ética y la moral se ven desplazadas por el deseo de la protección de su propia seguridad.

“El miedo nos hace conscientes de cuán frágil, inestable y temporal es la presunta seguridad de nuestras vidas. La incertidumbre por una situación que está fuera de nuestro control nos provoca tanta ansiedad porque ese miedo a perderlo todo ya estaba ahí, latente, por la creciente precariedad de la vida occidental. Ya no son simples pesadillas, sino realidades que puedes ver y tocar”, Bauman Zygmunt. 1999.

La distopía en la que estamos viviendo nos hace ver un mundo peligroso del cuál debemos protegernos, y es aquí en donde el gobierno comienza con la imposición de medidas de control social, y por medio de los decretos busca tomar medidas que aumentan la sensación de desprotección frente a un mundo del que ya perdimos su control. Esto aumenta nuestro deseo de mayor protección, sentimiento que abre la puerta de par en par a la aparición de autoritarismos y de medidas restrictivas que constriñen de manera progresiva las libertades individuales. Ya lo empezamos a ver en Reino Unido frente a las iniciativas gubernamentales de control y reglamentación a los encuentros sexuales.

No olvidemos que, mayor “protección” siempre significa menores libertades individuales y la implantación de medidas más agresivas para garantizar la seguridad, así como una comunidad más cerrada, centrada en su propio temor al contacto con sus semejantes. Esto lo empezamos a vivir aquí en Colombia; las severas restricciones a la movilidad a las personas mayores de 70 años, la resistencia de los padres de familia a que sus niños vuelvan a las clases presenciales en los colegios, las normas de control biológico y los protocolos de seguridad dentro de los lugares con aglomeración de personas.

Tenemos miedo, sí tenemos miedo a un futuro en el cuál la incertidumbre es la norma. Y por esta razón podríamos estar dispuestos a sacrificar nuestras libertades políticas y ciudadanas, para darlas a gobiernos cada vez más restrictivos, pero que nos aseguran en sus discursos que estos “pequeños” sacrificios ciudadanos vienen en pos de la seguridad y el bienestar general.

Hoy, 87 años después de esas palabras proféticas pronunciadas, los invito a ustedes, lectores de esta reflexión, a repensar en el papel del miedo en nuestras vidas y a entender que: “A lo único que debemos temer es al miedo en sí mismo”.

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