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Ningún niño debería verse obligado a trabajar o, dicho de otra forma, las familias deberían contar con las condiciones socioeconómicas para que sus hijos no vean, antes de alcanzar la mayoría de edad, el trabajo como parte de sus vidas. Ese es el ideal. Sin embargo, y cerca ya al Día Mundial contra el Trabajo Infantil, las voces están vueltas hacia este tema que causa sentimientos encontrados entre aquellos que, desde este ideal, han promulgado hace décadas y sin logro la erradicación del trabajo infantil, con la esperanza de una protección social universal para niños, niñas y adolescentes; y aquellos que reconocen las condiciones de las familias y los contextos particulares en los que se mueven los niños y sus familias, y ven en algunas formas muy particulares de trabajo posibilidades de reivindicación social de las infancias. Y es que el tema no es del todo blanco y negro. Parte del debate tiene que ver con cómo entendemos el trabajo (cuya perspectiva no siempre es positiva, dado que suele asociarse con la explotación y con formas que ponen en riesgo la vida de niños y jóvenes), sobre cómo concebimos las infancias (muchas veces con miradas de incapacidad y de minusvalía), y cómo se manifiestan estas formas de trabajo, especialmente en países en desarrollo o menos adelantados en donde, como lo señala la Organización de las Naciones Unidas, 1 de cada 4 niños realiza trabajos que se consideran perjudiciales para su salud y desarrollo[1].

Organizaciones internacionales como la ONU advierten del estancamiento en la lucha contra la erradicación del trabajo infantil, especialmente como efectos de la pandemia por COVID-19, la cual trajo consigo el aumento de niños, niñas y adolescentes trabajadores. Cabe decir que algunos de estos incursionaron en este escenario un tanto decepcionados por un sistema educativo que no estaba preparado para la educación remota. De hecho, la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en un estudio realizado en Argentina, encontró que 1 de cada 2 niños que comenzó a trabajar lo hizo durante la pandemia[2], hijos de familias cuyos ingresos disminuyeron por efectos de la misma. Pero la preocupación no es para menos: cerca de 160 millones de niños, niñas y adolescentes están en situación de trabajo infantil, esto representa 1 de cada 10 niños, niñas y adolescentes del mundo. Encabeza la fila la región africana, con la quinta parte de los niños, niñas y adolescentes trabajadores, seguidos de Asia y el Pacífico. Ambas regiones alcanzan casi la suma de 9 de cada 10 niños que trabajan en el mundo (11 millones de estos se ubican en las Américas). Curiosamente, la mayoría, cerca del 56 %, viven en países de ingresos medios[3].

¿Pero qué sabemos del trabajo infantil? Lo primero es entender que su definición no es del todo transparente. Para distintos organismos gubernamentales, como el ICBF, el trabajo infantil “es todo aquel realizado por un niño, niña o adolescente que no alcance la edad mínima de admisión al empleo y en los términos establecidos por la legislación nacional y que, por consiguiente, impida la educación y el pleno desarrollo del niño la niña o el adolescente; el que se ajuste a la definición de trabajo peligroso o aquel que está incluido como peores formas de trabajo infantil”[4]. Desde esta lógica, el trabajo infantil, por definición, es aquel que impide la educación y el desarrollo y, además, por defecto, guarda relación con las peores formas de trabajo. El ICBF señala que los sectores en donde más se manifiesta este fenómeno es en la agricultura, la ganadería, la caza, la silvicultura, la pesca, el comercio, los hoteles y restaurantes, los servicios comunales, sociales y personales, el transporte, el almacenamiento y las comunicaciones[5].

Por su parte, el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) señala que, en el trimestre de octubre a diciembre de 2021, 508 mil niños, niñas y adolescentes entre los 5 y los 17 años estuvieron trabajando, 9 mil personas menos que en el periodo del año anterior. Algo que resulta de interés y que nos permite entender mejor este escenario es que, de estos, el 62 % se ubicaron en los centros rurales y zonas rurales dispersas, mientras que sólo el 38 % se encontraban en las cabeceras. También llama la atención que el 68,2 % fueron hombres, un porcentaje que duplica la cifra de niñas y adolescentes trabajadoras[6].

Pero, ¿qué dicen los niños y niñas trabajadoras? ¿Por qué trabajan? Un estudio publicado en el Observatorio de Infancia y Adolescencia de Andalucía[7], con población de niños y niñas trabajadores en plazas de mercado y en ventas ambulantes, encontró que, para esta población, el trabajo infantil y sus formas de expresión configuran prácticas que reproducen y legitiman la cultura de la supervivencia alrededor del trabajo y la vida familiar que lo dinamiza. Se mantiene y reproduce, a la vez, como práctica intergeneracional. El trabajo es visto como un medio de elección y de alcance de bienes considerados como importantes. Es un acto de expansión de la libertad. Investigaciones alrededor del mundo han mostrado el lugar particular que tiene el trabajo infantil en zonas rurales. Estas poblaciones suelen ver en el trabajo una forma de apoyo a la familia. Lo anterior coincide con un estudio realizado en Colombia por María del Pilar Jaramillo, de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas[8], quien señala que las razones se mueven entre ayudar a la familia y tener su propio dinero. Llama de nuevo la atención que la primera razón es más común en zonas rurales, mientras que la segunda es característica de niños, niñas y adolescentes de zonas urbanas, quienes tienden a la búsqueda de la autonomía o al empoderamiento frente al núcleo familiar.

De cara al ideal ¿por qué no se logra erradicar el trabajo infantil? La Doctora Jaramillo da una posible respuesta: el trabajo infantil es, primero, un fenómeno amplio o de una magnitud enorme, con efectos económicos importantes; y, por otro lado, es una estrategia de supervivencia por parte de las familias que no tienen garantizadas las condiciones sociales de equidad. Los programas de subsidios destinados a familias de escasos recursos sólo cubren una parte de la población. La que no es cubierta, se ve obligada a contar, para su subsistencia, con los hijos e hijas como fuerza laboral. A lo anterior se suman las condiciones de precarización del trabajo (empleos de baja calidad, de corta duración, con baja estabilidad laboral, entre muchas otras características de injusticia social). Concluye Jaramillo que la gran razón va más allá de que se cuente o no con políticas para la erradicación del trabajo infantil, sino con la existencia o no de entornos protectores para niños, niñas, jóvenes y sus familias, lo que pasa por garantizar trabajos dignos, estables y con remuneración justa para que las personas cabeza de familia brinden oportunidades de crianza a sus hijos sin la necesidad de que estos se conviertan en mano de obra antes de alcanzar la mayoría de edad.

 

Por: Jaime Castro Martínez, docente de la Facultad de la Sociedad, Cultura y Creatividad del Politécnico Grancolombiano

 

[1] ONU, 2022. https://www.un.org/es/observances/world-day-against-child-labour

[2] https://www.ilo.org/buenosaires/noticias/WCMS_793493

[3] https://www.un.org/es/observances/world-day-against-child-labour

[4] ICBF, 2022. https://www.icbf.gov.co/programas-y-estrategias/proteccion/trabajo-infantil

[5] Ídem

[6] DANE. Cifras actualizadas al 8 de abril de 2022. https://www.dane.gov.co/index.php/estadisticas-por-tema/mercado-laboral/trabajo-infantil

[7] https://www.observatoriodelainfancia.es/oia/esp/documentos_ficha.aspx?id=3351

[8] Jaramillo, M. D. P. (2017). Veinte años de erradicación del trabajo infantil en Colombia. Infancias Imágenes, 16(1), 43–59. https://doi.org/10.14483/16579089.11464

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